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¿Quousque tandem abutere, Cristina Kirchner, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?
¿Quousque tandem abutere, Cristina Kirchner, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?
EL PUEBLO QUIERE SABER:
sábado, 14 de septiembre de 2013
LA BANDA
¿Le pondrá Cristina la
banda a su sucesor?
En 1989, algunos meses antes de lo previsto constitucionalmente, el radical Raúl Alfonsín le entregó los atributos del mando presidencial a un político del peronismo, democráticamente elegido: Carlos Menem. Diez años más tarde, al concluir puntualmente su segundo período de gestión, Menem traspasó aquellos atributos al nuevo presidente electo, hombre de la Alianza opositora, Fernando De la Rúa.
Hoy, a mes y medio de los comicios de medio término, son muchos los que – sea en el oficialismo como en la oposición- no consiguen imaginarse a la señora de Kirchner colocando la banda presidencial a su sucesor.
La banda queda en casa
El dispositivo de transmisión intramatrimonial de la presidencia oportunamente pergeñado por Néstor Kirchner suponía un astuto by pass a las cláusulas constitucionales que impiden la reelección indefinida para permitir que la jefatura del estado quedara retenida sine die en el seno de la familia, alternando en una y otra figura de la sociedad conyugal la titularidad de la entente.
Al morir, Néstor Kirchner enterró su ocurrencia bicéfala y con ello dejó a su esposa librada al clásico problema de los poderes hegemónicos: sólo el jefe puede suceder al jefe; se vuelve, pues, indispensable la re-reelección para garantizar la continuidad. Y ello implica, en la Argentina, reformar la Constitución.
Los resultados electorales de 2011, cuando la Señora obtuvo en las urnas un 54 por ciento de los votos, condujeron a la Casa Rosada a un entusiasmo sin límites por la idea re-reeleccionista. Con ese apoyo, la posibilidad de reformar la Constitución lucía tan factible como coser y cantar.
Veintitrés meses más tarde, sin embargo, aquellas ilusiones son ya apenas esquirlas de una burbuja: las elecciones primarias evidenciaron que el capital político de la Presidente se redujo a la mitad de lo que tuvo en 2011, no hay tiempo ni respaldo para una reforma de la Constitución. Tampoco hay cerca un candidato potencial que reúna la doble característica de ser incondicional a la Presidente y electoralmente acompañable por la opinión pública. Las figuras mejor ubicadas en las encuestas de opinión por su imagen positiva son, o adversarios políticos explícitos – Sergio Massa, Hermes Binner, Mauricio Macri, Julio Cobos- o, caso de Daniel Scioli, un enemigo íntimo a los ojos del entorno presidencial.
Sin sucesión plausible, el fin del ciclo de hegemonía K está trazado. Lo que viene será diferente, en estilo y en política. Para sostener (e inclusive mejorar) algunos logros de la década kirchnerista, como la llamada asignación universal por hijo, es preciso desarticular rasgos del “modelo K”, como el desaliento a la inversión nacional y extranjera, el despilfarro burocrático que se traduce en inflación, las trabas al comercio, las medidas que conspiran contra la productividad y la competitividad.
El voto de las PASO ha sido apenas un esbozo de lo que – de acuerdo a encuestas de diferentes consultoras- seguramente ocurrirá en octubre. Y ese voto pide cambios. Como los reclaman distintos sectores sociales, desde las empresas hasta los gremios. Como lo plantean políticos de la oposición y también de la coalición oficialista (caso de Jorge Yoma: “O cambia Cristina o va a tener que dejar el Gobierno").
Instrumentos de la Historia
La Presidente, por su parte, anuncia previsiblemente que no piensa cambiar: sostiene la “administración del comercio” (un eufemismo que los argentinos y los interlocutores comerciales del país traducen como “los métodos de Guillermo Moreno”); defiende la política de cepo al dólar, cuestiona las políticas de metas de inflación (que Brasil, por caso, aplica con éxito) y no se muestra dispuesta a frenar el gasto público del estado central, sostenido con formidable presión impositiva.
Aun en esta versión crepuscular, cuando ya se describe de a ratos a sí misma como una abuela y parece resignada a dejar definitivamente de lado el mito de la “Cristina eterna” que echaron a rodar sus acólitos, la Presidente insiste en su relato y describe los problemas que enfrenta la economía argentina y los reveses en el campo internacional como conspiraciones “de adentro y de afuera” que buscan “escarmentar a un país que cambió las políticas”. Pinta así con colores épicos las decisiones propias (divergentes de las que adoptaron otros países de la región que crecen y se proyectan en el mundo sin chocarse con semejantes “escarmientos”).
El sábado 14, la señora de Kirchner explicó a un interlocutor oficialista que la entrevistó en la televisora del gobierno que “uno es instrumento de la Historia”. Misteriosamente elegida, en fin, para realizar los enigmáticos designios del Proceso Histórico (con mayúscula). Humilde, como siempre, la Señora quizás deba reflexionar sobre otros instrumentos que la caprichosa Historia probablemente decidió emplear para cerrar su ciclo: la diáspora de la coalición que sostuvo al kirchnerismo en sus momentos de auge, las movilizaciones del campo en el año 2009, las demostraciones públicas que llenaron las calles de ciudades y pueblos en septiembre y noviembre de 2012, el triunfo electoral del Frente Renovador en la provincia de Buenos Aires y el formidable revés electoral nacional que redujo su caudal al 26 por ciento en agosto y que lo encogió a apenas 31 por ciento en el segundo cordón del conurbano bonaerense, donde el oficialismo no sacaba menos de 60 por ciento.
El éxodo jujeño
El privilegiado partenaire de la Presidente en el encuentro del sábado (único periodista que obtuvo la gracia de una entrevista en lo que va del segundo mandato) es, por una intrigante coincidencia, autor de un libro sobre el Éxodo Jujeño, un acontecimiento histórico que algunos peronistas emplean como metáfora de los designios presidenciales para este fin de ciclo. Se trataría, admitido ya el carácter ineludible de una retirada, de abandonar el terreno dejando a los indeseados sucesores un escenario extenuado por las dificultades y los problemas no resueltos o agravados por un empleo de los recursos (“que nosotros acumulamos”) destinado a regar la imagen providencial de los “instrumentos de la Historia”.
¿Qué semejante programa difícilmente sería aceptado por la sociedad, por el conjunto de las fuerzas partidarias y particularmente por aquellos sectores de la propia coalición oficialista que no quieren quemar su capital político en tal aventura? Da la impresión de que la Casa Rosada sólo confía en su ejército de incondicionales y probablemente contabiliza allí más efectivos que los que en realidad tiene. Con ellos espera construir una fuerza defensiva, preservarse de potenciales daños, represalias y hasta probables acciones judiciales hasta que el péndulo de la Historia vuelva, vaya uno a saber, a necesitarla como instrumento.
El relato para esas circunstancias está escrito y es el de la victimización: acciones destituyentes de los escarmentadores de adentro y de afuera; “¡Volveremos!”. Algo de ese relato empezó a ensayarse anticipadamente con intérpretes extranjeros: el caso Lugo en Paraguay, el de Manuel Zelaya en Honduras.
Inopinadamente, nada menos que Elisa Carrió salió a reforzar esa línea de fuga (ya expuesta por Luis D’Elía, que inclusive la puso fecha: 8 de noviembre). La señora Carrió adjudicó a políticos y gremialistas del peronismo la preparación de un “golpe institucional” que se manifestaría ya en que “dejaron sola a la Presidente”.
Por la vía de la denuncia, las interpretaciones, las apelaciones a la Historia o las meras conjeturas, muchos manifiestan sus dudas de que la señora de Kirchner le ponga la banda a su sucesor. La Constitución indica que debe hacerlo en diciembre de 2015.
Jorge Raventos
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