La Presidenta está "desnuda"
por Luis Majul
Intervenir Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y también Trenes de Buenos Aires (TBA).
Anunciar las dos decisiones de una sola vez, para que el impacto sea mayor. O, tal vez, hacer pública la intervención de la petrolera primero y la rescisión del contrato de la transportista después, para que el manejo de la iniciativa política se prolongue en el tiempo.
¿Hay que postergar el aumento del boleto de trenes y de colectivos, para no echar más herida en la sal? ¿O al contrario, hay que hacerlo cuánto antes, con el argumento objetivo de que el sistema ya no aguanta más con las tarifas congeladas?
Esto es lo que se discute ahora dentro del círculo íntimo de Cristina Fernández. Es que desde el miércoles pasado, a las 8.32 horas, la Presidente, como el rey, está desnuda.
Y lo único que parece importar es la fuga hacia adelante. Es decir: una salida airosa para evitar el desgaste de la figura de la jefe de Estado, quien se mantiene en silencio a pesar de que la oposición y las redes sociales a las que el Gobierno presta tanta atención la vienen presionando para que ponga la cara y asuma la responsabilidad que le toca al Estado en este tragedia.
El no hacerse cargo es una especialidad del kirchnerismo.
La practicó en su momento el propio Néstor Kirchner, al mantenerse en silencio y al margen de lo que sucedió en Cromagnon.
El ex jefe de gobierno porteño, Aníbal Ibarra, lo recuerda muy bien. Porque Kirchner no solo se desligó desde el punto de vista mediático. También lo hizo desde lo político, al soltarle la mano y permitir el juicio que lo alejó de su cargo.
Tanto era el pánico que el ex presidente le tenía a la crítica de los familiares de las víctimas, que se negó a recibirlos durante muchísimo tiempo, aunque por lo bajo envió a sus funcionarios a ofrecerles dinero y trabajo dentro del Estado.
Lo cierto es que Kirchner logró lo que se propuso: que nadie vinculara a él y su gobierno con el desastre de Cromagnon ¿Hará lo mismo en este caso la Presidenta?
El ministerio de Alicia Kirchner ya contactó a la mayoría de los familiares y amigos de los 51 muertos. Les ofreció, antes que nada, atención psicológica y contención, lo que parece justo y necesario.
¿Intentará algún alto funcionario comprar también su silencio? Visto en perspectiva, parece un asunto menor. Pero a esta hora todo el Poder Ejecutivo está abocado en un plan de contención de daños, sin importar su envergadura.
Quizá deba empezar desde adentro hacia afuera. Porque hasta en los medios oficiales y paraoficiales y también entre el grupo de blogueros y "militantes K" se está empezando a filtrar un intento de autocrítica sobre "el modelo" que ni siquiera pudo detener los cientos de millones de pesos de la publicidad estatal.
Es que se trata de un cóctel demasiado explosivo que estuvo a la vista desde 2003, pero que la administración no quiso o no pudo cambiar.
Sus ingredientes: congelamiento de tarifas; distribución de subsidios millonarios sin auditorías ni control; fuertes sospechas de retornos para funcionarios públicos como el ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime; falta de inversión en infraestructura básica y alertas de peligros de accidentes por parte de organismos de control no cooptados por el gobierno, como la Auditoría General de la Nación.
¿Está la Presidente ante un principio de caída de su imagen parecido al que se dio durante el conflicto con el campo? Parece demasiado exagerado plantearlo así.
Primero, porque el contexto es otro: todavía el núcleo duro de los que apoyan el proyecto ni piensa en abandonarla y los dispositivos que tienen para defenderla están mucho más aceitados que en marzo de 2008.
Segundo, porque la falta de un líder alternativo capaz de capitalizar la decepción de los 'no convencidos' hace que la bronca actual todavía no encuentre canales "de salida".
Daniel Scioli, quien es muy creyente, todavía debe estar agradeciéndole a Dios que lo que pasó en Once no haya sucedido en una estación de la provincia de Buenos Aires. Si hubiese sido así, todavía estaría pensando cómo defenderse de las acusaciones que le hubieran llovido de parte de los talibanes de Cristina Fernández.
Y Mauricio Macri parece haber realizado un master acelerado en comunicación institucional de crisis. El jefe de gobierno de la Ciudad apareció para dar un mensaje "positivo" de felicitación al SAME, la Policía Metropolitana y su ministro de Salud.
Además, al responder preguntas de los periodistas, marcó un fuerte contraste con el secretario de Transporte Juan Pablo Schiavi, quien no solo cometió gruesos errores de comunicación autoincriminatorios, sino que rechazó el trabajo de los medios con la poca feliz consideración: "no me voy a prestar al juego de preguntas y respuestas".
Como la Presidente está desnuda, la deberían a empezar a vestir cuánto antes. De otra manera, las esquirlas de las críticas sostenidas podrían extenderse a cuestiones como el escándalo que rodea al vicepresidente Amado Boudou, las discusiones alrededor de las paritarias, la polémica por la minería a cielo abierto y el inevitable ajuste que se viene.
A Cristina Fernández, la realidad la está empezando a correr por izquierda. El intento de transformarse en querellante de la causa por la tragedia ni el eventual nombramiento de Martín Sabatella como interventor del Sarmiento no parece alcanzar para que la jefa de Estado salga intacta de semejante laberinto.
por Luis Majul
Intervenir Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y también Trenes de Buenos Aires (TBA).
Anunciar las dos decisiones de una sola vez, para que el impacto sea mayor. O, tal vez, hacer pública la intervención de la petrolera primero y la rescisión del contrato de la transportista después, para que el manejo de la iniciativa política se prolongue en el tiempo.
¿Hay que postergar el aumento del boleto de trenes y de colectivos, para no echar más herida en la sal? ¿O al contrario, hay que hacerlo cuánto antes, con el argumento objetivo de que el sistema ya no aguanta más con las tarifas congeladas?
Esto es lo que se discute ahora dentro del círculo íntimo de Cristina Fernández. Es que desde el miércoles pasado, a las 8.32 horas, la Presidente, como el rey, está desnuda.
Y lo único que parece importar es la fuga hacia adelante. Es decir: una salida airosa para evitar el desgaste de la figura de la jefe de Estado, quien se mantiene en silencio a pesar de que la oposición y las redes sociales a las que el Gobierno presta tanta atención la vienen presionando para que ponga la cara y asuma la responsabilidad que le toca al Estado en este tragedia.
El no hacerse cargo es una especialidad del kirchnerismo.
La practicó en su momento el propio Néstor Kirchner, al mantenerse en silencio y al margen de lo que sucedió en Cromagnon.
El ex jefe de gobierno porteño, Aníbal Ibarra, lo recuerda muy bien. Porque Kirchner no solo se desligó desde el punto de vista mediático. También lo hizo desde lo político, al soltarle la mano y permitir el juicio que lo alejó de su cargo.
Tanto era el pánico que el ex presidente le tenía a la crítica de los familiares de las víctimas, que se negó a recibirlos durante muchísimo tiempo, aunque por lo bajo envió a sus funcionarios a ofrecerles dinero y trabajo dentro del Estado.
Lo cierto es que Kirchner logró lo que se propuso: que nadie vinculara a él y su gobierno con el desastre de Cromagnon ¿Hará lo mismo en este caso la Presidenta?
El ministerio de Alicia Kirchner ya contactó a la mayoría de los familiares y amigos de los 51 muertos. Les ofreció, antes que nada, atención psicológica y contención, lo que parece justo y necesario.
¿Intentará algún alto funcionario comprar también su silencio? Visto en perspectiva, parece un asunto menor. Pero a esta hora todo el Poder Ejecutivo está abocado en un plan de contención de daños, sin importar su envergadura.
Quizá deba empezar desde adentro hacia afuera. Porque hasta en los medios oficiales y paraoficiales y también entre el grupo de blogueros y "militantes K" se está empezando a filtrar un intento de autocrítica sobre "el modelo" que ni siquiera pudo detener los cientos de millones de pesos de la publicidad estatal.
Es que se trata de un cóctel demasiado explosivo que estuvo a la vista desde 2003, pero que la administración no quiso o no pudo cambiar.
Sus ingredientes: congelamiento de tarifas; distribución de subsidios millonarios sin auditorías ni control; fuertes sospechas de retornos para funcionarios públicos como el ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime; falta de inversión en infraestructura básica y alertas de peligros de accidentes por parte de organismos de control no cooptados por el gobierno, como la Auditoría General de la Nación.
¿Está la Presidente ante un principio de caída de su imagen parecido al que se dio durante el conflicto con el campo? Parece demasiado exagerado plantearlo así.
Primero, porque el contexto es otro: todavía el núcleo duro de los que apoyan el proyecto ni piensa en abandonarla y los dispositivos que tienen para defenderla están mucho más aceitados que en marzo de 2008.
Segundo, porque la falta de un líder alternativo capaz de capitalizar la decepción de los 'no convencidos' hace que la bronca actual todavía no encuentre canales "de salida".
Daniel Scioli, quien es muy creyente, todavía debe estar agradeciéndole a Dios que lo que pasó en Once no haya sucedido en una estación de la provincia de Buenos Aires. Si hubiese sido así, todavía estaría pensando cómo defenderse de las acusaciones que le hubieran llovido de parte de los talibanes de Cristina Fernández.
Y Mauricio Macri parece haber realizado un master acelerado en comunicación institucional de crisis. El jefe de gobierno de la Ciudad apareció para dar un mensaje "positivo" de felicitación al SAME, la Policía Metropolitana y su ministro de Salud.
Además, al responder preguntas de los periodistas, marcó un fuerte contraste con el secretario de Transporte Juan Pablo Schiavi, quien no solo cometió gruesos errores de comunicación autoincriminatorios, sino que rechazó el trabajo de los medios con la poca feliz consideración: "no me voy a prestar al juego de preguntas y respuestas".
Como la Presidente está desnuda, la deberían a empezar a vestir cuánto antes. De otra manera, las esquirlas de las críticas sostenidas podrían extenderse a cuestiones como el escándalo que rodea al vicepresidente Amado Boudou, las discusiones alrededor de las paritarias, la polémica por la minería a cielo abierto y el inevitable ajuste que se viene.
A Cristina Fernández, la realidad la está empezando a correr por izquierda. El intento de transformarse en querellante de la causa por la tragedia ni el eventual nombramiento de Martín Sabatella como interventor del Sarmiento no parece alcanzar para que la jefa de Estado salga intacta de semejante laberinto.
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