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martes, 16 de agosto de 2011

Cuando el voto es el inicio de la opresión

Cuando los gobiernos no se subordinan a la ley y usan el monopolio de la fuerza contra los ciudadanos, el voto se transforma en el inicio de la opresión.

Opinión / Roberto Cachanosky

Una vez más vamos a escuchar la típica estupidez de afirmar: “hoy es un día de fiesta porque la gente puede ejercer esa mezcla de derecho y obligación al voto”. ¿Por qué estupidez? Porque primero que si es un derecho no es una obligación y segundo porque lo que hacemos en cada elección en Argentina es ver quién va a violar menos nuestros derechos. Veamos el primer punto.
El voto es un derecho y una obligación. El voto obligatorio fue establecido en 1912 cuando se sancionó la ley conocida como Sáenz Peña y, en ese contexto histórico, puede explicarse, aunque no justificarse. Se venía de una época nada transparente en las elecciones (¿hoy, luego de 100 años, son más transparentes y serias?) y el radicalismo, pero también parte del Partido Autonomista Nacional que en un momento se dividió con la aparición del Partido Modernista, exigían un cambio en la forma de elegir presidentes y demás cargos electivos.
La exigencia del voto secreto no requiere de mayores explicaciones, o tal vez sí. En ese momento se votaba a viva voz y la gente era arreada y obligada a votar por determinados candidatos. Con el voto secreto se evitaban las presiones sobre la gente para que votara por cierto candidato. Han pasado más de 100 años y uno se pregunta si efectivamente el voto secreto cumple plenamente su función, porque más de uno que recibe un subsidio estatal es amenazado directa o indirectamente con perder ese ingreso si vota por el partido opositor. Lo que se conoce como clientelismo político. Pero a riesgo de ser políticamente incorrecto me animaría a afirmar que al menos antes de la ley Sáenz Peña se hacía uso del fraude pero los gobiernos no eran máquinas de fabricar pobres para que estos dependieran del gobierno del turno. Era un sistema fraudulento pero no tenía las características actuales en que a los gobiernos les conviene tener muchos pobres para que el déspota de turno haga populismo repartiendo el fruto del trabajo ajeno. Dicho en otros términos, hoy fabricar pobres que dependan del demagogo de turno es una forma de fraude electoral más sofisticada que la que se usaba a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, pero además de un fraude “sofisticado” es también un sistema denigrante para la gente. A esta altura del partido uno podría pensar que el fraude del siglo XIX y principios del XX era más “civilizado” que el actual porque no fabricaba pobres deliberadamente, encima los obliga a votar y además los amenaza con quitarle el subsidio si no los votan a ellos.
¿Cuál es la fórmula que se utiliza actualmente para bastardear la democracia republicana? Aplicar políticas que generan pobres, y luego mantener a esos pobres con subsidios que salen de los bolsillos de la gente que trabaja honestamente, que cada vez son menos, y llamar a votar obligatoriamente a la gente para que responda si quieren que el Estado, que tiene el monopolio de la fuerza, siga usándolo para expoliar cada vez más a los que trabajan honestamente para financiar a los que viven del Estado bajo diferentes formas.
Es obvio que durante un tiempo mucha gente va a votar a aquellos que les prometen expoliar a los que trabajan para financiarlos a ellos, porque el discurso siempre va a ser el mismo por parte de los populistas: “Ud. es pobre porque el otro es rico”. Nunca le van a decir que “Ud. es pobre porque las políticas inflacionarias, de inseguridad jurídica y demás disparates económicos espantan inversiones y generan desocupación y pobreza”. Es evidente que nunca le van a decir: “Ud. es pobre porque a mí me conviene que Ud. sea pobre para mantenerme en el poder”. El mensaje siempre va a ser de confrontación en la sociedad para captar el voto de la mayoría sumergida en la pobreza.
Obviamente que esta estrategia dura mientras pueda financiarse el populismo fraudulento. Cuando los pobres empiezan a cansarse se ser arreados a actos, de tener que arrodillarse ante algún puntero para recibir el subsidio y cuando ese subsidio ya no le alcanza para sobrevivir por efecto de la inflación, estalla el sistema populista, viene otro gobierno que pone orden formal pero no hace reformas de fondo y el juego empieza de nuevo.
El juego de la pobreza y la extorsión ha llegado a tales niveles que en las últimas elecciones las encuestadoras pifiaron grueso en sus pronósticos. Algunas porque trabajan para pifiarle deliberadamente y otras porque descubrieron que la gente no quiere contestar o contesta cualquier cosa porque no sabe quién le está preguntado por quién va a votar. ¿Y si el que encuesta es en realidad un soplón del demagogo de turno? Ante la duda el hombre no se juega por miedo a perder su subsidio, responde de acuerdo a su conveniencia y luego, en el cuarto oscuro, hace todo lo contrario. Todo depende del grado de hartazgo que tenga.
El voto es un método que descubrió la civilización para reemplazar pacíficamente un gobierno por otro. No es más que eso. Lamentablemente buena parte de la dirigencia política ha transformado el voto en una licencia para robar, extorsionar, cercenar libertades y, bajo el argumento de tener más votos, usar el monopolio de la fuerza para violar todo tipo de derechos.
El voto sirve si lo que se elige es un administrador limitado en sus funciones. Es decir, que no puede hacer lo que le venga en ganas con el monopolio de la fuerza que se le delega. Cuando en cada acto electoral se ponen en juego las libertades civiles, los derechos de propiedad y de ejercer toda industria lícita, el voto es el inicio de la violencia. Sí, del uso de la violencia de los que detentan el poder contra los ciudadanos indefensos.
Esa es la trampa en la que se ha caído. Creer que porque cada tanto nos permiten entrar en un cuarto oscuro, se acaban las dictaduras. Las dictaduras pueden surgir por la fuerza de las armas o por la existencia de gobiernos que no se subordinan a la ley y usan las armas, una vez que llegan al poder, para hacer lo mismo que haría una dictadura surgida de las armas. Los primeros llegan al poder en forma violenta y los otros llegan al poder en forma pacífica para luego aplicar la violencia una vez que tiene el monopolio de la fuerza.
Votar sin tener gobiernos limitados es solamente votar por el dictador más “benévolo”, pero no deja de ser el inicio de la opresión.
Votar por gobierno limitados es el inicio de la libertad.

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