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¿Quousque tandem abutere, Cristina Kirchner, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?


EL PUEBLO QUIERE SABER: Todos los días se descubren nuevos actos de latrocinio y corrupción del kirchnerismo / Albertismo . ¿Cuánto le costará al país los desmadres del KIRCHNERATO?

lunes, 3 de mayo de 2010

ESQUIZOFRENIA


-Un país esquizofrénico
Por Francisco Sotelo
www.notiar.com.ar

Para el país, la inminencia de un acuerdo con los acreedores internacionales y la posibilidad de reapertura de los mercados de crédito son una buena noticia, al menos, en términos del capitalismo. La confianza internacional es un valor que históricamente reivindicaron los gobiernos conservadores, desde Roca a De La Rúa.

El kirchnerismo no lo reivindica en público, pero lo celebra hasta el éxtasis. Por eso, pone a cargo del negocio a uno de sus "Golden boy", Amado Boudou.

Ninguna sociedad capitalista se desarrolla sin crédito; el actual Gobierno lo sabe, a despecho de las bravatas que prodigan los Kirchner para que haya algo de qué hablar en la sobremesa de sus amigos nacionales y populares.

Las decisiones duras son ortodoxas.

Hace pocos días, el ministro Boudou amenazaba con impedir cualquier inspección de parte del Fondo Monetario Internacional sobre nuestra economía. Omitió decir que esas inspecciones son imprescindibles para el reingreso a los mercados de crédito. Eso lo sabe cualquiera que pida un préstamo bancario: le solicitan garantías, declaración de ingresos e informes del Veraz.

Nadie presta dinero sin respaldo, salvo quien pretenda lucrar con deudas incobrables.

Eso pasó en la Argentina, un país que empieza a recorrer un sendero conocido: endeudamiento, déficit e inflación. Todo, con final abierto.

Es tan clara la esquizofrenia oficial, que el mismo Boudou, casi en simultáneo, solicitaba que el FMI asesore a la Argentina para normalizar el INDEC.

En realidad el INDEC funciona bien, pero lo manejan mal.

Cuando carguen correctamente los precios al consumidor, el índice va a coincidir con todos los otros indicadores que colocaron al país en el podio de la inflación mundial.

La revolución kirchnerista es cualquier cosa, menos una revolución.

Tuvo la cualidad de asumir la realidad cuando los ensueños neoliberales se derrumbaron.

Kirchner logró reducir la deuda en relación con el producto bruto, mantuvo el país en el camino del superávit fiscal y logró disminuir el desempleo. Esos fueron logros atribuibles a la salida de la convertibilidad, el boom sojero y la gestión Lavagna.

Después, sobrevino el "decisionismo de caja", en manos de Néstor, cuyos resultados empiezan a mostrar nubarrones a futuro.

Colapso, por ahora, no habrá.

Existe, en cambio, preocupación por la política.

Los grandes empresarios, beneficiarios del régimen iniciado en 2003, temen por la inseguridad jurídica del país, que no imputan sólo a los Kirchner. Y temen también que el próximo gobierno sea radical.

No ven al viejo partido de Alem con espaldas suficientes para aguantar chubascos futuros.

Al kircherismo, por cierto, lo ven en el eclipse, pero no alcanzan a vislumbrar quién será el sucesor en el liderazgo peronista.

Ese es el gran tema, en un momento de incertidumbre.

En tanto, el Gobierno entero se suma a la parafernalia desencadenada contra el periodismo, en una campaña que ya desborda el particular enfrentamiento, básicamente económico, de Néstor con Clarín.

Los enfrentamientos muestran a un país donde el clima está muy lejos de la ortodoxia que exhiben en materia económica. Por el contrario. Los escraches, las parodias de juicios y la manipulación informativa en los canales oficiales y oficialistas generan un ambiente autoritario ajeno al espíritu democrático y a la vigencia de los derechos humanos, por más que hayan encolumnado a Hebe de Bonafini y a Estela de Carlotto en la pelea.

Son las dos caras de un país donde el discurso y la realidad marchan por separado por decisión del Gobierno; donde la presidenta se abraza con Hugo Chávez y se desespera por una foto con Barack Obama, y donde se invocan constantemente valores progresistas, pero donde todo, absolutamente todo, remite al pasado.

Fuente: El Tribuno (Salta)

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