CASEROS

-Las vísperas de Caseros
Por Omar López Mato

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Al promediar el año 1851, Juan Manuel de Rosas se sentía invencible, había conducido los destinos de la Confederación por veinte largos años, derrotando a quienes se le habían atrevido. Atrás quedaron Paz, Lavalle, Lamadrid, Ferre y el bloque anglo francés.


Solo el mariscal Santa Cruz se erigía como una espina difícil de tragar pero el Restaurador pero no era hombre de descansar sobre sus laureles, sabía que siempre habría descontentos, esos criticones de siempre que desde la comodidad de sus escritorios hostigan al régimen con sus plumas punzantes… y para colmo Urquiza, su fiel lacayo ahora se retobaba. No le extrañaba la actitud en este personaje proclive a la lascivia que había demostrado con sus mujeres una falta total de lealtad. ¿Por qué habría de mantenerla con él?.

Cuando el entrerriano aceptó la renuncia indeclinable a la representación diplomática de las provincias, dimisión que el gobernador de Buenos Aires enviaba puntualmente a la sumisa Legislatura y era rechazada con la misma prontitud, Rosas se percató que Urquiza se traía algo entre manos.

Los aduladores de siempre mandaron largas cartas de desagravio y para no dejar dudas con respecto a su fidelidad, una noche de fervor partidario, desengancharon un carro de Manuelita, la Princesa del Plata, para llevarlo a pulso, mientras gritaban loas al Restaurador.

Después de esta manifestación de entusiasmo, las paredes tenían oídos, las mucamas vigilaban a sus amos, y las calles se hicieron eco de la exaltación rosista. Sin embargo el rosismo había hastiado a muchos de sus dirigentes. Ante el avance del entrerriano, Mansilla se mantuvo casi inmóvil en su regia casona, y dicen que Pacheco pronto entró en conversaciones con Urquiza para facilitarle las cosas y así limpiar su pasado de excesos.

Solo Rosas alentaba el pensamiento fantasioso que el entrerriano, al igual que Lavalle años antes, no se le atrevería y al final él seguiría siendo el conductor de los designios de la nación –caótica, sin ley e ignorante para su conveniencia.

Hoy, al igual que entonces, tenemos un matrimonio tiránico elegido en las urnas, dueño de la suma del poder público, que ha avasallado las instituciones con demostraciones demagógicas y rentadas muestras de adhesión a su ideología (La democracia del sanguche y la coca).

Los paralelismos son evidentes, Rosas parecía imbatible al igual que hoy lo parece el rey de la Patagónia, pero una detenida mirada muestra la fragilidad de ambos regímenes, sostenidos el primero por el terror, y el otro por la efectividad de la caja (Aunque también cuente con sus Mazorqueros siglo XXI, como D’Elía, Pérsico y el ubicuo Moyano). Ambos regímenes cultivaron un capitalismo de amigos, el primero favoreció a los saladeristas y ganaderos porteños; el segundo al juego, la obra pública descontrolada y la minería.

A diferencia de entonces, no existe una adhesión al áurea carismática del Restaurador, los patagónicos resultan intragables a la mayor parte de la población por su soberbia. Han construido su poder a base de prebendas y atada su cuadriga a un distribucionismo que cada día se les hace más difícil de cumplir.

Conscientes de esta limitación, echan mano a todo recurso económico, que le garantice, aunque más no sea, una efímera liquidez. Fue el campo, fueron las AFJP y ahora van por el crédito internacional y los recursos del Banco Central. Usarán todo para mantenerse a flote, sin miras a un futuro que no les sonríe, por más que prometan medidas que nadie sabe cuando y cómo cumplirán. Nos esperan, además del consabido diluvio, el desmadre de los ríos, terremotos, erupciones y las siete plagas de Egipto.

Todo lo sacrifican en el altar del continuismo, que un día se dará vuelta contra ellos mismos.

Mientras tanto, el manso pueblo argentino ha dejado de lado los sables y los cañones por la tinta, Internet y la TV. Las nuevas voces críticas que se elevan, surgen de Susana Giménez, Mirtha Legrand, Marcelo Tinelli, y hasta de ¡Jorge Rial! Hemos cambiado el entorchado de los guerreros por las luces del set de grabación.
El nuevo clamor popular sale por televisión y arremete contra los tiranos australes en docenas de libros que denuncian su corrupción.

En un desesperado intento de amedrentar a la creciente oposición, los K esgrimen una nueva forma de intimidación impositiva, mientras acusan a todos los que discrepan de golpistas. Aterrados por la experiencia del Dr. De la Rua, temen que en la pantalla se desnude su corruptela y reflejen la desazón popular.

Curiosamente los políticos deberían ser los medios propicios para canalizar esta queja, pero la pésima imagen de la conducción, les resta credibilidad. De allí que Tinelli pueda derrocar un gobierno. Por eso los nuevos mazorqueros de la AFIP intentan a degollar a la oposición mediática con sus filosos sistemas contables.

Oír se dejan sordos ruidos de corceles y de acero, que hoy sustituimos por pantallas y plasmas.

Los rumores resquebrajan el régimen proclive a los excesos, los ejércitos se preparan para la última batalla. Caseros no se librará cerca del Palomar ni en tierras de Simón Pereira, sino entre las difusas ondas electromagnéticas que cabalgan en el éter como otrora lo hicieran las huestes entrerrianas del General Urquiza.

Al igual que entonces, el conductor de la oposición saldrá del riñón del partido gobernante y deberá sufrir los sinsabores que le quitaron el sueño al Tata Justo cuando pretendió dar orden y constitución a la nación –hasta sus antiguos aliados se opusieron a esta política cuando le tocaron a los porteños la caja de la Aduana. Desde Cepeda, Argentina es un país Unitario con careta Federal. Hoy más que nunca Dios K atiende en Buenos Aires.

Aquellos que leen con detenimiento la historia de los argentinos, verán como se repite con curiosa asiduidad, porque nada hemos aprendido de ella.

Después que Don Juan Manuel abordase el barco que lo condujo a Inglaterra, los mismos que habían llevado a pulso el carruaje de la princesa del Plata, Gregorio Torres y Rufino Elizalde entre otros, se abrazaron con los antiguos enemigos a los que solo meses antes hubiesen hecho degollar. De estos pactos nace la gobernabilidad de la Nación.

Los únicos ajusticiados fueron los mazorqueros que habían cumplido puntualmente (o quizás con algún exceso) las ordenes impartidas por Rosas. Alem, Cuitiño y Parra terminaron juzgados, ejecutados y sus cuerpos expuestos para escarmiento. Fueron los chivos expiatorios del régimen..

Sería muy bueno que esos fieles seguidores funcionales a Néstor y Cristina lean con detenimiento los libros de historia. Los peces gordos escapan, solo las mojarritas son atrapadas por el tiburón.

Solo cabe preguntarnos si alguien proclamará la ausencia de vencedores y vencidos.

omarlopezmato@gmail.com

Gentileza de www.olmoediciones.com para NOTIAR