Inicio * FAQ * Enlacemonos * Radio Colonia Online * Radio El Mundo Online *


¿Quousque tandem abutere, Cristina Kirchner, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?


EL PUEBLO QUIERE SABER: Todos los días se descubren nuevos actos de latrocinio y corrupción del kirchnerismo / Albertismo . ¿Cuánto le costará al país los desmadres del KIRCHNERATO?

sábado, 3 de octubre de 2009

La responsabilidad individual frente a la decadencia

Los argentinos hemos sido artífices de nuestro propio destino como sociedad y Nación y, en ese contexto, durante las últimas décadas hemos conspirado constantemente, por acción u omisión, contra un futuro mejor y un destino de grandeza. Cómo nos encontrará el bicentenario que se aproxima rápidamente dependerá en gran medida de la reacción de la sociedad civil frente a los males endémicos que nos aquejan.
Nuestra situación social contemporánea es el resultado de una compleja trama de conductas políticas, sociales e individuales disvaliosas: la progresiva y constante descomposición de los factores sociales aglutinantes y de los principios e instituciones republicanas; el menosprecio social de valores esenciales a la vida individual y comunitaria; el excesivo individualismo y la hipocresía reinantes en la sociedad civil; la falta de involucramiento político y social de los ciudadanos capaces y honrados; y la falta de verdaderas convicciones, o la incapacidad o falta de valentía para observarlas en la vida corriente. Finalmente, lo que es aún más lamentable, la resignación y desesperanza ciudadana frente a este calamitoso estado de situación: una humillante aceptación de la mediocridad.
La crisis moral de nuestra sociedad nos alcanza a todos y es un tema de décadas. Revertirla es una tarea comprometida e impostergable. Solo reconocer nuestra crisis con salvaje crudeza, como actores y no como espectadores, nos permitirá comenzar a salir del pozo en que hemos caído.
Nuestra historia político institucional contemporánea es, por cierto, causa y efecto de nuestra declinación institucional, de nuestras falencias culturales, y de nuestra claudicación personal.
Los reiterados gobiernos de facto con el consecuente pisoteo de la República y el régimen democrático; las prácticas demagógicas que fracturaron la convivencia social y destruyeron la cultura del esfuerzo; el brutal y artero terrorismo de izquierda y los abusos de la represión estatal de los setenta; las fenomenales transferencias de ingresos asociadas a la inflación y a las crisis financieras; las aventuras bélicas; la falta de consistencia y por ende, de credibilidad, de nuestra política exterior que nos convierte en un país impredecible y poco confiable en el concierto de las naciones; el incumplimiento de los compromisos internacionales; todos estos no son hechos casuales ni atribuibles solamente a la incapacidad o el desacierto del gobierno de turno.
En todos estos casos la dirigencia argentina y la sociedad, total o parcialmente, convalidó con su voto, su simpatía, su apatía, o su silencio cómplice, el avasallamiento de las instituciones, el ideario de jóvenes revolucionarios o los abusos de la represión, el enriquecimiento de unos a costa de otros, la torpeza política y la sinrazón de los vaivenes de la política exterior.
Sin duda nuestra realidad es fruto de una sociedad sin rumbo, sin apego, respeto y seguimiento del ideario, las instituciones y las normas que nos legaron nuestros padres fundadores. Una sociedad donde la Constitución Nacional ha sido y sigue siendo pisoteada por las “verdades” de la hora: la verdad militar, la verdad peronista, la verdad radical, o la hora K. Una sociedad que, por lo tanto, no ha sabido crecer y proyectar su futuro sobre los aciertos y errores de administraciones anteriores.
Un país que se refunda con el advenimiento de cada nueva administración, que no se cimienta en sólidas raíces, que se desenvuelve a espaldas de los principios, valores y garantías fundamentales plasmados en nuestra Carta Magna, no puede forjar un destino de grandeza como Nación.
La nuestra es además una sociedad que carece de una cultura del esfuerzo, de un sistema de premios y castigos, donde la meritocracia no existe. Una sociedad donde la acumulación y la ostentación económica constituyen el paradigma del éxito, independientemente de la legitimidad del origen de la fortuna. Las conductas deshonestas no merecen en nuestra sociedad un reproche ético y mucho menos un reproche legal efectivo. La razón es que nadie es capaz de tirar la primera piedra. No cumplimos ni hacemos cumplir la ley; las reglas de juego en nuestra sociedad son otras, no escritas, surgidas del pragmatismo de la supervivencia. Todos nos revolcamos en el mismo lodo, aún los que por su competencia institucional deben hacer cumplir las leyes.
La hipocresía se ha enquistado de tal manera en nuestro tejido social que nada es lo que parece ser, ni nadie representa lo que es. Todos vemos la paja en el ojo ajeno pero no vemos la viga en el propio. Vivimos en los altares de nuestro propio individualismo, con absoluta despreocupación por las necesidades y carencias de propios y ajenos. Los que podrían poner un poco de luz en este mar de tinieblas por su capacidad, formación ética, o desarrollo de incumbencias, viven en el más ruidoso de los silencios. Los lobos se disfrazan de ovejas y los demás nos comportamos como verdaderas ovejas de un rebaño guiado por pastores ciegos.
En este contexto, ¿qué podemos esperar de nuestra dirigencia política, empresaria, sindical o social? ¿Serán ellos los motores del imprescindible cambio que nos saque de este calamitoso destino? Parece poco probable que así sea.
Nuestra clase política, sea de izquierda o de derecha (no importa el color), no nos representa; se representa a si misma y, salvo honrosas excepciones, corre detrás del éxito electoral con idearios y programas de gobierno absolutamente indefinidos. Nuestros políticos carecen de la visión de largo plazo y de la grandeza de los estadistas. Eluden en campaña los temas más trascendentes y no pasan de la declamación política, las promesas o el asistencialismo electoralista. Cuando llegan al poder, lejos de intentar cambiar la realidad para bien, siguen los dictados de la volátil y confundida opinión pública para perpetuarse sin pagar los costos políticos de lo que se debe hacer. Son artífices (por acción) o cómplices (por omisión) de nuestra progresiva e incesante degradación institucional, social y moral.
El agravio al contrincante político y la acumulación de poder concentran los esfuerzos de nuestra clase política por encima de cualquier propuesta o preocupación comunitaria. Toda esa pirotecnia verbal, particularmente exacerbada en tiempos de campaña, no hace más que ocultar prácticas que poco tienen que ver con el ideario republicano, y la transparencia en el financiamiento de la política. Predominan las ambiciones personales desmedidas y los enriquecimientos patrimoniales injustificables. Las declaraciones juradas de los funcionarios políticos son meras formalidades no sujetas a un control efectivo de los organismos competentes.
Más allá de algunas tibias voces, nuestra dirigencia empresaria se muestra despreocupada por mejorar la calidad institucional del país. No existe en general un código de conducta compartido y efectivamente practicado. La ética empresaria se ha transformado en la “ética contextual”, hipócrita descripción de una falta de ética en el mundo de los negocios donde todo parece valer como condición de permanencia.
La comunidad de negocios no defiende sus derechos como corresponde porque no cree, quizás con sobradas razones de las que la misma dirigencia empresarial algunas veces no es ajena, en nuestras socavadas y desprestigiadas instituciones.
Salvo ejemplares y notorias excepciones, los empresarios son cortesanos del poder; no son en general verdaderos emprendedores, aquellos que hacen grande un país con ideas, creatividad, asunción de riesgos y responsabilidad social.

Nuestros dirigentes gremiales no representan fielmente los intereses de los trabajadores, se enriquecen a costa de obras sociales con clientes cautivos y otros negocios conexos a su función, y conducen huelgas de servicios esenciales brutales e inhumanas. Eso si, son intocables; conocen demasiado bien los resortes del poder político y social.

Los líderes espirituales no aciertan en transmitir y contagiar el valor de la vida, la familia, la educación de la prole, la preocupación por el otro, la paz y la concordia social. Se repliegan cada vez más a una feligresía más pequeña, abrumados por una realidad donde los valores espirituales tradicionales parecen estar en franca retirada, sometidos a todo tipo de ataques provenientes de una cultura relativista, y reemplazados por los nuevos dioses de la vida hedonista, la falta de trascendencia, el consumismo, y similares distracciones terrenas de oriente u occidente.
¿Cabe entonces la resignación frente al deterioro, la degradación, la injusticia, y la renuncia a un futuro mejor? Parecería que están dadas las condiciones para que ello suceda. Benjamín Constant (1767-1839) alguna vez sostuvo que “cuando las partes ignorantes de la sociedad cometen crímenes, las clases ilustradas permanecen intactas ... Pero cuando esas mismas clases ... se permiten execrables ejemplos ¿qué esperanza queda? ¿dónde encontrar el germen del honor, un elemento de virtud? Todo es lodo, sangre y polvo.”
Si solo los buenos ejemplos arrastran y es poco probable que ellos provengan en el corto plazo de la transformación de la clase dirigente ¿debemos entonces asistir mansamente al velorio de nuestro porvenir? ¿Existe una contra-cara de esta deprimente descripción de nuestra realidad social? ¿Existen personas honestas, con buenas intenciones, cuya vida individual y social se rige por principios y valores irrenunciables que les hacen ser intransigentes frente a los males de la hora? Por supuesto que si. ¿Y donde están? En todos los segmentos de nuestra sociedad. ¿No es esta afirmación francamente contradictoria con lo que hemos sostenido más arriba acerca del estado de nuestras clases dirigentes y la sociedad civil en general? ¿Por qué no son precisamente estas personas quienes motorizan el cambio tan necesario en nuestra sociedad?
En primer lugar, son presas del “síndrome de la atomización”: el pensar que están solos, que nadie piensa y actúa como ellos, y que el involucramiento individual en tal contexto no basta; no alcanza para torcer un destino social decididamente declinante. ¡Gran error! Si tomáramos efectiva conciencia del valor de la conducta individual valiosa en un contexto francamente disvalioso, la sociedad se conmovería y los buenos ejemplos permearían el tejido social produciendo un cambio inimaginablemente rápido y profundo. Los malos ejemplos enquistados en nuestra sociedad a todos los niveles quedarían acorralados, denunciados, en retirada, contrastados contra la virtud y la dignidad de todos aquellos que hoy se sienten acorralados por el contexto.
En segundo lugar, están aplastados por el relativismo imperante y la gelatinosa “opinión del ambiente” que no es necesariamente mayoritaria pero que los inescrupulosos vociferan sin frenos inhibitorios de ninguna especie, particularmente frente a un micrófono, una cámara de televisión, o cualquier foro colectivo o audiencia adicta. A principios del siglo pasado, Ortega y Gasset ya advertía en “Vieja y Nueva Política” sobre ese malsano contagio de la opinión del ambiente “...es difícil saber cuáles son nuestras verdaderas, íntimas, decisivas opiniones sobre la mayor parte de las cosas..” La mayoría de las veces “... no son opiniones sentidas; no son, por tanto, nuestras opiniones. Son los tópicos recibidos del ambiente, son las fórmulas de uso mostrenco que flotan en el aire público y que se van depositando sobre el haz de nuestra personalidad como una costra de opiniones muertas y sin dinamismo.”
Por último, los que pueden arrastrar con el ejemplo de una vida esforzada, entregada, valiosa individual y socialmente, carecen muchas veces de la fortaleza de mostrarse tal como son porque, equivocadamente, creen que la única manera de llegar a los demás es a través de los reprochables procedimientos de aquellos cuyas opiniones y conductas forjan la opinión del ambiente. El camino, sin embargo, es forzar el mejoramiento de nuestras instituciones a través de las distintas formas de actuación en la vida social y política del país.
¿Qué hacer? Quizás llegó la hora de preguntarnos seria y reflexivamente qué podemos hacer para recuperar el orgullo de ser argentinos y para que nuestra querida República alcance el destino de grandeza que se merece. Y actuar, recordando a José Ingenieros en “Las Fuerzas Morales” diciendo que “mañana es la mentira piadosa en que se ahogan las voluntades moribundas”.
No estamos condenados al fracaso como sociedad, pero las palabras y las declamaciones no alcanzan; hay que predicar con el ejemplo en cada situación concreta que nos toque enfrentar en nuestra vida de relación laboral, social, familiar y personal. No podemos reclamar lo que no somos y representamos en el gran teatro de la sociedad. Si somos exigentes con nosotros mismos podremos exigir, y la fuerza que genera la propia conducta en tal sentido tiene un alcance fenomenal para mejorar la vida en sociedad y fortalecer las instituciones.
Las épocas de crisis pueden ser épocas de grandes oportunidades. Así se forjó nuestra independencia y nuestra organización constitucional. En épocas de desazón por el triunfo realista, nuestros padres fundadores declararon la independencia con una visión de futuro que horadaba la hora, y la organización constitucional, luego de décadas de conmoción interna, sentó las bases de un Estado republicano y nos dejó el legado de convertir a la Argentina en una gran Nación, tarea pendiente que requiere hoy de una profunda reconversión de nuestra sociedad.
En su discurso inaugural del 20 de enero de 1961, al asumir la Presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, John F Kennedy sostenía: “Esto me recuerda palabras memorables de uno de nuestros anteriores presidentes, en realidad tomadas del gran orador romano Cicerón: ‘no preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino que puedes hacer tu por tu país.’ Esa forma de pensar no anida ahora a menudo en la forma de pensar de la gente que ha crecido reclamando mucho y dando poco. Esta egoísta forma de pensar se refleja en nuestra vida de familia, en las expectativas puestas en nuestros gobiernos,... o en Dios para que hagan todo por nosotros mientras esperamos... como si todo nos fuera debido.” Es hora de cambiar a partir de nuestro comportamiento y nuestro ejemplo.

No hay comentarios:

Publicidad


Photobucket

Publicidad

 photo Laura-web_zps5b8a06ee.gif Photobucket

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Publicidad

 photo Estudio-juridico-puricelli-pinel450x100_zpsdea8ab8a.gif

CCFVLS
+++++
+++++

Enlacenos

****************
****************

Noticias, opinion y actualidad

Entidades - Asociaciones - ONG - Partidos Políticos


Arte - Cultura - Educación - Formación - Historia - Cine – Series

Entretenimiento - Humor - Juegos

Empresas - Servicios - Tecnología - Mujer - Moda – Belleza

Seguidores