La violencia desacredita la causa de los derechos humanosCorrientes, FEB 1 (AICA): El arzobispo de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, recordó que “el Evangelio, Verdad de Dios personalizada en Cristo, es el verdadero fundamento filosófico de los derechos humanos”, y advirtió que “cuando la defensa de los derechos humanos recurre a la violencia -física o verbal- desacredita la legítima causa que la promueve”. Texto completo
LA VIOLENCIA DESACREDITA LA CAUSA DE LOS DERECHOS HUMANOS
Alocución de monseñor Domingo Salvador Castagna, arzobispo de Corrientessegundo domingo durante el año (29 de enero de 2006)
Marcos 1, 21-28
1. Jesús es la Verdad. Jesús enseña con autoridad. Encarna toda la Verdad. Es la Verdad. El esfuerzo que hacen los hombres más prestigiosos por formular la verdad encuentra escollos insalvables. La propia incapacidad, pocas veces reconocida, y la enorme confusión que se produce en los intentos actuales por imponer la hegemonía de la razón individual, traban el esfuerzo mencionado. Será preciso –sin caer en la disminución inválida de la propia estima– reconocer que la Verdad está objetivada por Dios y personalizada en su Verbo encarnado. ¡Cuánto molesta al contemporáneo agnosticismo que la Iglesia considere esencia de su prédica la Verdad objetivada en la persona de Cristo! Cuando el Papa habla –como lo hace Benedicto XVI– se percibe el malestar, a veces irracionalmente sostenido en un combate inclemente. Sin intentar imponer, como ha ocurrido inexplicablemente en otros momentos de la historia, la Iglesia sostiene su Verdad con todo el vigor de la jornada inicial de Pentecostés. Su coherencia insobornable molesta a las nuevas versiones de la dictadura ideológica que parecen imperar en las sociedades contemporáneas. Las trampas, las intrigas calumniosas que manejan algunos movimientos presuntamente reivindicativos, se confabulan en una lucha mediática desigual.
2. Los Derechos Humanos. El Evangelio, Verdad de Dios personalizada en Cristo, es el verdadero fundamento filosófico de los derechos humanos. Cuando la defensa de los derechos humanos recurre a la violencia –física o verbal– desacredita la legítima causa que la promueve. El recordado y venerable Papa Pablo VI exclamó hace algunos años: “La violencia no es cristiana ni evangélica”. El impulso, a veces avasallador, que imprime el odio a muchas manifestaciones sociales, no perdura; tarde o temprano se muestra débil y termina agotándose. “El amor es más fuerte que la muerte” y repara lo destruido por el odio y la venganza. En el amor se logra la auténtica justicia y se construye una nueva y humana convivencia. Así lo entiende Jesús al no permitir que Pedro utilice la espada. ¿Así lo entiende el mundo, incluso los autocalificados “cristianos”? Se escuchan afirmaciones inspiradas en principios abiertamente antievangélicos. La ignorancia, y el deseo de justificar verdaderas aberraciones morales, juegan un rol macabro en algunas manifestaciones de innegable popularidad mediática. La paz no se deriva de un falso irenismo, o de una actitud indiferente –“pro bono pacis” – ante las contrarias expresiones del bien y del mal, del error y de la verdad. No es lo mismo una y otra cosa. No todas las religiones son iguales. Ello no quita que se produzca –como lo afirma el magisterio del Concilio Vaticano II– un acercamiento gradual y progresivo a la perfección de la Revelación divina, manifestada en Cristo , y, por ello, absolutamente respetable.
3. Que Cristo sea escuchado. Espero que los hombres y mujeres inteligentes de nuestro tiempo adviertan, como la multitud que escuchaba a Jesús, que de sus labios brota la verdad “con peculiar autoridad”. Nadie da pruebas de mayor autoridad –a lo largo de toda la historia– que Jesucristo. Es el Maestro por excelencia, porque el Padre lo ha acreditado en el monte de la Transfiguración: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. (1) La misión de los cristianos de verdad es que Cristo sea escuchado. Algunos, entreverados en disputas internas de difícil digestión –para quienes no son cristianos– ensombrecen la imagen del Maestro y acallan su enseñanza. Olvidan cuál es la norma principal de su auténtica manifestación: la comunión afectiva y efectiva con la Iglesia. Y no me refiero a una “Iglesia” imaginada ideológicamente sino a la de Cristo: con su Magisterio y su Autoridad, con sus sacramentos y carismas. No se escucha su palabra sino a través de ella; no se difunde su gracia sino por su mediación sacramental. Se entiende que quienes no son cristianos no lleguen a comprenderlo, pero, no se entiende en quienes se consideran hasta “ejemplares” cristianos. La ejemplaridad mencionada posee una nota de autenticidad sellada por la humildad y la obediencia. Habrá que caminar aún. Será preciso llamarse a silencio y escuchar dócilmente a quienes, conformen o no los diversos gustos, hacen presente el Magisterio de Jesús: el Papa Benedicto XVI y los actuales Obispos de las diversas Iglesias diocesanas.
4. La fe y la razón. Nuestra fidelidad a Cristo es indispensable para hacer efectivo el aporte de nuestra fe en la búsqueda, a veces angustiosa, de respuestas y acertadas soluciones. La fe cristiana no se opone a la razón, como afirma irreflexivamente un filósofo francés contemporáneo. Al contrario: la encauza y ordena, la ilumina y fortalece. La contribución de la fe detiene el movimiento a la deriva que caracteriza al mundo actual. Ordenar la mente supone restablecer la jerarquía de los valores humanos, respetándola y haciéndola respetar. La enseñanza de la Iglesia presenta –de manera constante– un elenco ordenado de derechos humanos, para ella indeformable. La razón de su “indeformalidad” radica en que todos los derechos son acordados por Dios a cada hombre, más allá de sus merecimientos o culpas personales. Ese elenco está encabezado por los derechos básicos (a la vida, a la enseñanza, a la salud, al trabajo etc.), pero, se extiende a exigencias ineludibles que abarcan el desarrollo de la vida personal, familiar y social. Hace pocos meses, el Pontificio Consejo Justicia y Paz nos ha ofrecido un “compendio” exhaustivo de la Doctrina Social de la Iglesia. Es conveniente estudiarlo con detención en el seno de las familias cristianas, de las Instituciones Católicas y de los grupos de reflexión y oración.
5.- Inevitable confrontación. En él se ofrece la Verdad que Cristo propone “con autoridad”. No todos compartirán nuestra convicción. En una sociedad –como la actual– que exhibe un pluralismo tan abarcativo de la totalidad del pensamiento y de la actividad humana se producirá una inevitable confrontación. El respeto y el humilde intercambio favorecerán la libertad de expresión y la sabia consideración de las diversas opiniones como auténticos aportes. Necesitamos un ejercicio ascético constante de escucha respetuosa y de propuestas inspiradas en honestas convicciones. ¡Rara virtud en una sociedad calificada como enjambres de abejas que se devoran mutuamente! Desde una visión cristiana es ella una virtud posible. Los cristianos deben mostrar, en sus propias actitudes y comportamientos, su factibilidad.
Nota:(1) Mateo 17, 5.
Mons. Domingo Salvador Castagna, arzobispo de Corrientes
LA VIOLENCIA DESACREDITA LA CAUSA DE LOS DERECHOS HUMANOS
Alocución de monseñor Domingo Salvador Castagna, arzobispo de Corrientessegundo domingo durante el año (29 de enero de 2006)
Marcos 1, 21-28
1. Jesús es la Verdad. Jesús enseña con autoridad. Encarna toda la Verdad. Es la Verdad. El esfuerzo que hacen los hombres más prestigiosos por formular la verdad encuentra escollos insalvables. La propia incapacidad, pocas veces reconocida, y la enorme confusión que se produce en los intentos actuales por imponer la hegemonía de la razón individual, traban el esfuerzo mencionado. Será preciso –sin caer en la disminución inválida de la propia estima– reconocer que la Verdad está objetivada por Dios y personalizada en su Verbo encarnado. ¡Cuánto molesta al contemporáneo agnosticismo que la Iglesia considere esencia de su prédica la Verdad objetivada en la persona de Cristo! Cuando el Papa habla –como lo hace Benedicto XVI– se percibe el malestar, a veces irracionalmente sostenido en un combate inclemente. Sin intentar imponer, como ha ocurrido inexplicablemente en otros momentos de la historia, la Iglesia sostiene su Verdad con todo el vigor de la jornada inicial de Pentecostés. Su coherencia insobornable molesta a las nuevas versiones de la dictadura ideológica que parecen imperar en las sociedades contemporáneas. Las trampas, las intrigas calumniosas que manejan algunos movimientos presuntamente reivindicativos, se confabulan en una lucha mediática desigual.
2. Los Derechos Humanos. El Evangelio, Verdad de Dios personalizada en Cristo, es el verdadero fundamento filosófico de los derechos humanos. Cuando la defensa de los derechos humanos recurre a la violencia –física o verbal– desacredita la legítima causa que la promueve. El recordado y venerable Papa Pablo VI exclamó hace algunos años: “La violencia no es cristiana ni evangélica”. El impulso, a veces avasallador, que imprime el odio a muchas manifestaciones sociales, no perdura; tarde o temprano se muestra débil y termina agotándose. “El amor es más fuerte que la muerte” y repara lo destruido por el odio y la venganza. En el amor se logra la auténtica justicia y se construye una nueva y humana convivencia. Así lo entiende Jesús al no permitir que Pedro utilice la espada. ¿Así lo entiende el mundo, incluso los autocalificados “cristianos”? Se escuchan afirmaciones inspiradas en principios abiertamente antievangélicos. La ignorancia, y el deseo de justificar verdaderas aberraciones morales, juegan un rol macabro en algunas manifestaciones de innegable popularidad mediática. La paz no se deriva de un falso irenismo, o de una actitud indiferente –“pro bono pacis” – ante las contrarias expresiones del bien y del mal, del error y de la verdad. No es lo mismo una y otra cosa. No todas las religiones son iguales. Ello no quita que se produzca –como lo afirma el magisterio del Concilio Vaticano II– un acercamiento gradual y progresivo a la perfección de la Revelación divina, manifestada en Cristo , y, por ello, absolutamente respetable.
3. Que Cristo sea escuchado. Espero que los hombres y mujeres inteligentes de nuestro tiempo adviertan, como la multitud que escuchaba a Jesús, que de sus labios brota la verdad “con peculiar autoridad”. Nadie da pruebas de mayor autoridad –a lo largo de toda la historia– que Jesucristo. Es el Maestro por excelencia, porque el Padre lo ha acreditado en el monte de la Transfiguración: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. (1) La misión de los cristianos de verdad es que Cristo sea escuchado. Algunos, entreverados en disputas internas de difícil digestión –para quienes no son cristianos– ensombrecen la imagen del Maestro y acallan su enseñanza. Olvidan cuál es la norma principal de su auténtica manifestación: la comunión afectiva y efectiva con la Iglesia. Y no me refiero a una “Iglesia” imaginada ideológicamente sino a la de Cristo: con su Magisterio y su Autoridad, con sus sacramentos y carismas. No se escucha su palabra sino a través de ella; no se difunde su gracia sino por su mediación sacramental. Se entiende que quienes no son cristianos no lleguen a comprenderlo, pero, no se entiende en quienes se consideran hasta “ejemplares” cristianos. La ejemplaridad mencionada posee una nota de autenticidad sellada por la humildad y la obediencia. Habrá que caminar aún. Será preciso llamarse a silencio y escuchar dócilmente a quienes, conformen o no los diversos gustos, hacen presente el Magisterio de Jesús: el Papa Benedicto XVI y los actuales Obispos de las diversas Iglesias diocesanas.
4. La fe y la razón. Nuestra fidelidad a Cristo es indispensable para hacer efectivo el aporte de nuestra fe en la búsqueda, a veces angustiosa, de respuestas y acertadas soluciones. La fe cristiana no se opone a la razón, como afirma irreflexivamente un filósofo francés contemporáneo. Al contrario: la encauza y ordena, la ilumina y fortalece. La contribución de la fe detiene el movimiento a la deriva que caracteriza al mundo actual. Ordenar la mente supone restablecer la jerarquía de los valores humanos, respetándola y haciéndola respetar. La enseñanza de la Iglesia presenta –de manera constante– un elenco ordenado de derechos humanos, para ella indeformable. La razón de su “indeformalidad” radica en que todos los derechos son acordados por Dios a cada hombre, más allá de sus merecimientos o culpas personales. Ese elenco está encabezado por los derechos básicos (a la vida, a la enseñanza, a la salud, al trabajo etc.), pero, se extiende a exigencias ineludibles que abarcan el desarrollo de la vida personal, familiar y social. Hace pocos meses, el Pontificio Consejo Justicia y Paz nos ha ofrecido un “compendio” exhaustivo de la Doctrina Social de la Iglesia. Es conveniente estudiarlo con detención en el seno de las familias cristianas, de las Instituciones Católicas y de los grupos de reflexión y oración.
5.- Inevitable confrontación. En él se ofrece la Verdad que Cristo propone “con autoridad”. No todos compartirán nuestra convicción. En una sociedad –como la actual– que exhibe un pluralismo tan abarcativo de la totalidad del pensamiento y de la actividad humana se producirá una inevitable confrontación. El respeto y el humilde intercambio favorecerán la libertad de expresión y la sabia consideración de las diversas opiniones como auténticos aportes. Necesitamos un ejercicio ascético constante de escucha respetuosa y de propuestas inspiradas en honestas convicciones. ¡Rara virtud en una sociedad calificada como enjambres de abejas que se devoran mutuamente! Desde una visión cristiana es ella una virtud posible. Los cristianos deben mostrar, en sus propias actitudes y comportamientos, su factibilidad.
Nota:(1) Mateo 17, 5.
Mons. Domingo Salvador Castagna, arzobispo de Corrientes



















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