Apagones en el gobierno
Hay una definición que el matrimonio Kirchner ha ido construyendo a golpe de martillo en estos diez meses al frente del poder, que lo dibuja de cuerpo entero, así como al círculo cerrado y receloso que los rodea: el que no está con ellos, está contra ellos. Ese esquema de pensamiento autoritario tiene una variante que resulta sólo aplicable hacia el interior del PJ, que los cobija y tutela desde que les permitió, mediante el padrinazgo de Eduardo Duhalde, llegar a la Casa Rosada: todo lo que no sea kirchnerismo será tildado de menemismo.
La sospecha lanzada desde la Jefatura de Gabinete de que los últimos pasos de José Manuel de la Sota se relacionan con un movimiento para recrear una corriente interna que contaría con el aval de Carlos Menem es tan descabellada que sólo se explica por dos razones: aquella misma ecuación, que cree ver obsesivamente tramados inexistentes de un ex presidente en verdad caído en desgracia, y, desde una visión más simple, el encono ancestral que Kirchner y su mujer guardan por la década de los 90 y su principal protagonista.
"Encarna al neomenemismo", le endilgó Alberto Fernández al cordobés, cuando leyó que el gobernador había dudado desde su provincia que el acto de la ESMA o la parodia del Colegio Militar aporten a la reconciliación.
Ni siquiera la aceptación entre los más altos exponentes del kirchnerismo de que --pese a las diferencias, como las surgidas el viernes en Parque Norte-- el santacruceño sigue contando con aliados en las estructuras del PJ, logró atemperar esas sospechas más cargadas de resentimiento que de datos ciertos. Tampoco se pudo evitar la impronta rupturista y una nada disimulada intención de "cortarse solos" desde ahora, que Cristina Fernández y los suyos sembraron a su paso por el predio de Armando Cavallieri.
En efecto, uno de los gobernadores que ha chocado en estos días con el presidente y su entorno por la política de derechos humanos desgranó una sospecha que no es suya sola: Kirchner quiere fundar su propio partido dentro del partido. La tan mentada transversalidad no es más que eso, un intento de remedar lo que, a través de la historia, hicieron Juan Perón y Carlos Menem: durante sus mandatos, el justicialismo fue un sello sin sentido ni tarea, apenas sumido a los deseos y necesidades del jefe de turno. "Kirchner apunta a lo mismo, no tenga dudas", dijo ese gobernador, uno de los cinco que firmaron la solicitada que tanto odio generó en el poder.
Vale un dato de la realidad para entender que lo ocurrido en el congreso peronista puede marcar el punto de partida para la existencia, en el futuro cercano, de "dos justicialismos": el de Kirchner y el del resto. En efecto, el presidente estuvo en aquella otra reunión de Parque Norte donde se dieron nuevos aires al proyecto transversal que impulsa. Pero descalificó a la reunión del viernes, al sostener en tono despectivo que tenía cosas mucho más importantes que hacer que concurrir a un acto partidario.
Resultan curiosos los arranques espasmódicos del jefe del Estado: descalificó una reunión en la que se consagró titular partidario al gobernador jujeño Eduardo Fellner, un estrecho aliado de la Casa Rosada, por cuya nominación pugnó en su decidida batalla para cortarle cualquier atajo a Menem, que hasta mereció por entonces un pacto de no agresión con Eduardo Duhalde mantenido hasta ahora.
Es probable --y sería un serio escollo para la gobernabilidad futura-- que Kirchner y su entorno no hayan mensurado debidamente los riesgos de haber dado pasos como el del viernes en Parque Norte, donde quedó plasmada una ruptura de hecho entre el viejo peronismo y la nueva corriente transversal que impulsa el santacruceño. Como también por lo ocurrido en torno al acto de la ESMA, donde Kirchner se dejó manejar la agenda por los organismos de derechos humanos, en desmedro de gobernadores y dirigentes con peso propio en el pasado, pero también en el presente de la política.
Kirchner bien podría haber puesto en riesgo, con esos movimientos, la necesaria armonía que necesitará este año entre la Casa Rosada y el Congreso, donde el gobierno deberá obtener leyes claves para la marcha de la economía y de las relaciones externas. La nueva coparticipación federal que deberá sancionarse antes de concluir 2004, por imposición de los acuerdos con el FMI, tal vez sea el símbolo de lo que se pondrá en juego: los gobernadores rechazan en conjunto el proyecto del kirchnerismo, y en esa postura no sólo están los peronistas, sino los radicales y los partidos provinciales.
Basta un botón de muestra para imaginar lo que se viene. El bloque de diputados justicialistas, que manejan con suerte variada Eduardo Camaño y José María Díaz Bancalari, reconoce en su seno un fuerte rechazo a la "política del decretazo" que ha instrumentado Kirchner: más de 50 decretos de necesidad y urgencia; en promedio, mucho más en diez meses de gestión que cualquiera de sus antecesores democráticos, que pasaron por encima del Parlamento ante la ausencia de la Comisión Bicameral de seguimiento que debe controlar ese recaudo presidencial. Conviene aclarar: no sólo controlar, sino eventualmente anular alguna de esas medidas de excepción, si así cuadrara.
En la última semana, en medio del fragor por el tema de los derechos humanos y la reunión de Parque Norte, un grupo de legisladores peronistas se reunió con sus pares radicales y de partidos provinciales no alineados con el kirchnerismo, para analizar la necesidad de poner en marcha aquella comisión de control de los decretos de necesidad y urgencia. El requisito de los números exigidos para crearla (dos tercios de la Cámara al momento de la votación) no pareciera de arranque un escollo, a la vista de esos cabildeos a espaldas de la jefatura del bloque.
El intento tiene toda la pinta de querer encorsetar a Kirchner y poner un poco de freno a tanto aluvión patagónico a la hora de gobernar, y podría arrancar con un argumento de peso que algunos de los protagonistas de la historia ya se encargaron de regar: fue Cristina Kirchner, en la década menemista, quien con más fuerza impulsó la creación de esa comisión para poner coto a los intentos de Menem --como se decía-- de "fujimorizar" la política y hasta de avanzar en el cierre mismo del Parlamento para dedicarse a gobernar por decreto. ¿Cómo podría negarse ahora la belicosa senadora a crear un organismo de control por el que hizo bandera en aquellas épocas?
Se asegura en corrillos parlamentarios que Duhalde le planteó a Kirchner su preocupación por el aluvión de decretos, en aquella entrevista en el despacho presidencial, en la cual parece que se habló de muchas más cosas que de la marcha del Mercosur, edulcorada versión que entregaron los voceros oficiales.
La pelea grande en el peronismo y los enormes enconos que trajo aparejada la decisión presidencial de pretender erigirse como el descubridor de los derechos humanos en la Argentina no lograron disimular --como habría sido el deseo de los generadores de cortinas de humo que habitan en los cuarteles del santacruceño-- la entrada en escena de la crisis energética.
El gobierno, por influjo de Kirchner y de dos de sus ministros, Alberto Fernández y Julio De Vido, decidió matar al mensajero antes que ocuparse de las causas reales de uno de los males que se vienen para el común de los argentinos, como son los cortes de electricidad y el racionamiento del gas, y descargó munición pesada contra las empresas. El presidente amenaza con cortarles los contratos si no realizan las inversiones que permitan normalizar esos servicios vitales, mientras Roberto Lavagna, que se ha ganado el rencor de toda la tropa de patagónicos y del jefe de Gabinete, advierte lo que en realidad ocurre: un reacomodamiento de las tarifas --que el ala política del gabinete ayudó a frenar en los estrados judiciales en los albores de la administración para evitar deterioros en las encuestas de imagen-- habría sido una medida tal vez impopular, pero capaz de evitar el drama que se cierne ahora sobre millones de consumidores.
Kirchner amenaza con firmar un decreto que subiría las retenciones a las petroleras si no cumplen con el abastecimiento de gas a las empresas energéticas que operan en el país, convencido de que la retracción de esos sectores esconde una presión al gobierno para que acepte, ante el umbral de una decisión que será a todas luces impopular, como la vuelta de los cortes domiciliarios, un aumento en las tarifas. Por su lado, De Vido batalla en otro frente de conflicto: las exportaciones de gas a Chile.
El gobierno de Ricardo Lagos, a través de su ministro de Economía, Jorge Rodríguez, ha transmitido que no se quedará de brazos cruzados y demandará internacionalmente cualquier rompimiento extemporáneo de los contratos de provisión. Sería un sablazo para Kirchner, que ha buscado recostarse en el prestigio de su par chileno para accionar en el frente externo por un mejor trato de los acreedores a las economías emergentes.
La decisión de la Casa Rosada de barrer bajo la alfombra y relativizar la gravedad del momento, mientras avanzan los datos de una crisis irremediable, no se compadece con los aprestos del propio gobierno: una serie de cortos publicitarios encargados por la comunicación oficial verá la luz a partir de esta semana en radios y canales. Instruyen a los usuarios sobre cómo economizar electricidad y gas y precaverse, al menos en parte, frente al nuevo drama.
Eugenio Paillet/"La Nueva Provincia".-
Bahía Blanca • República Argentina domingo 28 de Marzo de 2004
El terrorismo se combate con libertad
Pudo haber sido cualquiera de nosotros. ETA o Al Qaeda, me da lo mismo. ¿ETA no tiene suicidas? No se matarán a sí mismos en el acto, pero qué más da. Sea como fuere, hay dos temas a considerar: el terrorista y el apoyo "popular" que recibe.
¿Qué convicciones tienen los terroristas? ¿Políticas, religiosas, dinero o simplemente placer? En general, cuando estos grupos son organizados y están entrenados, tienen una ideología fundamentalista y una psicología de grupo muy primitiva, que los protege de culpa. Desde su ideología "están acelerando la llegada del nuevo mundo, de paz y sin conflictos ni enemigos, idealizado, donde todos sean como ellos: musulmanes, nazis o comunistas, por ejemplo", dice Henry Pollak, psiquiatra psicoanalista.
Estas son razones superficiales, sobre las que operan fundamentos más profundos: paranoia, narcisismo, sadismo y megalomanía son algunas de las características, presentes especialmente en los líderes. Los rasgos psicopáticos son una condición para liderar, mientras que los niveles más bajos presentan ansiedad flotante y difusión de la personalidad.
La pregunta es: ¿por qué hay zonas donde el terrorismo tiene más apoyo? Sin duda, tiene que ver con la existencia de estos líderes psicópatas, pero también con las condiciones "ambientales". No es casual que en lugares como Medio Oriente y Latinoamérica, es decir, en lugares pobres, el terrorismo tenga más auge.
Días atrás recibí uno de esos e-mails en cadena: "Analicemos las siguientes reglas de estricto cumplimiento: prohibido tomar bebidas alcohólicas y los bares, prohibida la televisión e Internet, prohibidos los deportes, estadios, fiestas, prohibido tocar bocina, prohibido comer carne de chancho, prohibida la música y la radio. Comer solamente con la mano derecha". Y como si esto fuera poco: "Arena por todos lados y ni siquiera un buggy para divertirse, harapos en vez de ropa, gritos de agonía de un enfermo que no tiene un médico, no te puedes afeitar ni duchar, el asado es carne de burro cocinada sobre bosta de camello, las mujeres tienen que usar vestidos que parecen bolsas y velos todo el tiempo. A tu esposa te la elige otro. De pronto, te dicen que cuando mueres, vas al paraíso y tienes todo lo que soñaste. ¿No te suicidarías...?".
Definitivamente, cuando la persona está satisfecha con su vida, precisamente porque puede, a través de su natural libre albedrío, buscar su vocación no tendrá actitudes violentas. Por el contrario, será propulsor de vida. Pero si violentamente (coactivamente) lo coartan y no lo dejan desarrollarse, entonces, por algún lugar estallará. Las fallas de la democracia se curan con más democracia, las de la libertad con más libertad; en definitiva, como dice la teología católica, el mal se cura con bien. Más aún, la causa eficiente, dice la metafísica, es precisamente Dios; es decir, el bien.
Es una incoherencia lógica el pretender que con mal se pueda lograr bien porque, precisamente, el mal no existe por sí mismo (no podría tener existencia algo que es destrucción), sino que es ausencia de bien. Consecuentemente, poniendo bien allí donde hay mal, es como se combate el mal. Por el absurdo, como el mal es destrucción, si llegara a ser absoluto, se destruiría a sí mismo, desapareciendo el mal. Pero, agrega la escolástica, la violencia es siempre contraria el orden natural; ergo, lo destruye; es decir, es el mal.
Así, en los países donde (además de la existencia de estos líderes psicópatas) las personas son coactivamente (violentamente) reprimidas por el Estado, en la medida en que lo sean, serán proclives al terrorismo. Dejemos de lado el caso extremo de Cuba, donde el terrorismo es el mismo Estado; esto sucede en Medio Oriente. Ahora, ¿por qué sucede en España? Pues, precisamente, por la misma razón por la que hay más desocupación y miseria que en Estados Unidos y en Inglaterra, por casos, porque el Estado coactivamente impone leyes laborales y regula al mercado, produciendo desocupación y marginalidad. De manera que el mejor combate contra el terrorismo, en cualquier parte del mundo, es dar libertad a las personas. Cuanto más libres, menos posibilidades de que florezca el terrorismo. ¿Es esto lo que se está haciendo en Medio Oriente?
Alejandro Tagliavini es miembro del Departamento de Política Económica de la ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas), con sede en Buenos Aires.-
Bahía Blanca • República Argentina domingo 28 de Marzo de 2004
Un error de memoria
Durante el último año, la política argentina ha sufrido una importante transformación. Al asumir el actual gobierno, se ha reactivado una antinomia que muchos considerábamos parte de un pasado que era mejor olvidar.
El infantilismo revolucionario de los años 70 retornó sin la mesura y la reflexión que debía haber alcanzado con los años y con el reconocimiento de los errores cometidos. Muy por el contrario, retornó con ánimo de revancha transformado en pensamiento único. Tratando de abrir las viejas heridas que separaron a la sociedad civil de la sociedad militar.
Un gobierno con mucha retórica y sin un claro proyecto político ni soluciones para los problemas nacionales, amparado en la impunidad que le otorga su control sobre el partido hegemónico, eligió llevar a cabo su gestión en medio de un clima confrontativo.
Su primera víctima fue la Corte Suprema: sospechada de connivencia con el menemismo y totalmente desprestigiada, fue rápidamente reemplazada por otra más acorde con el perfil ideológico del nuevo gobierno.
Simultáneamente, el gobierno operó sobre los altos mandos de las Fuerzas Armadas, purgándolos arbitrariamente hasta convertirlos en elementos dóciles al autoritarismo populista de los nuevos tiempos. Los mandos resultantes pasaron a convertirse en una suerte de "comisarios políticos" dedicados a reprimir las rebeldías y descontentos de sus camaradas.
En todos los ámbitos, las nuevas autoridades persiguen afanosamente la uniformidad o el silencio tolerante. Todas las disidencias son prontamente reprimidas, descalificadas o ambas cosas.
Mientras que la política nacional se desarrolla en un doble estándar, cualquier demanda de la administración Bush es prontamente atendida. La Argentina ha resuelto no condenar las violaciones a los derechos humanos en Cuba, pero el presidente Kirchner, atendiendo sugerencias de Washington, ha archivado discretamente su proyecto de visitar la isla. Una guerrilla verbal con los funcionarios del FMI sirvió de cobertura mediática al obediente pago de la deuda externa apelando a las exiguas reservas del país. Mientras que los gendarmes argentinos se aprontan a llevar a cabo una "misión de paz" al mejor estilo menemista imponiendo el orden imperial en Haití.
En el marco interno, el discurso es muy distinto. La falta de propuesta y el creciente deterioro de la situación económica se pretende ocultar con la divulgación de dudosas encuestas de popularidad, uniformando a la prensa y lanzando audaces y provocativas iniciativas.
¿En qué otra forma puede interpretarse el intento de crear un "museo de la memoria" en el predio antiguamente ocupado por la ESMA? Una iniciativa que rememora otros quiméricos proyectos edilicios del peronismo, como el colosal "monumento al descamisado", el "mausoleo de Evita" o el lopezrreguista "Altar de la Patria".
Un monumento a las víctimas del terrorismo de Estado que no contemple un tratamiento similar para las víctimas del terrorismo revolucionario constituye una abierta provocación. Su duración será la misma que tuvo el efímero Museo de la subversión, creado por el gobierno del Proceso en Campo de Mayo. Durará tanto como el gobierno que lo auspicie.
Los argentinos debemos construir un monumento en común para todas las víctimas de la violencia política, sin distinciones partidarias ni ideológicas. Si no somos capaces de aprender de los errores de nuestra historia, nos veremos fatalmente obligados a repetirla.
En gran medida, estas arbitrariedades gubernamentales son producto de la ausencia de una oposición que fiscalice su accionar. Hoy, quienes no comparten el proyecto hegemónico del kirchnerismo ni su orientación ideológica se encuentran atomizados en diversos grupos y carecen de una adecuada estrategia de contención.
Aunque distintas fuerzas políticas y actores sociales --grupales, institucionales e individuales-- discrepan fuertemente con respecto al rumbo confrontativo que ha elegido el gobierno, hasta el momento se han mostrado incapaces de deponer sus rivalidades, archivar sus diferencias políticas y personales y posponer las ambiciones personales para luchar juntos por el respecto de los valores e instituciones democráticas.
La unidad de la oposición democrática es un imperativo frente al avance de la demagogia y el autoritarismo populista. No debemos aguardar a que el clima confrontativo alcance los niveles que vemos en otras latitudes de América Latina para crear una fuerza opositora integrada. O frenamos el desarrollo del setentismo ahora o luego puede ser demasiado tarde.
Adalberto C. Agozino es doctor en Ciencia Política, profesor universitario e integra los cuadros técnicos del Partido Popular de la Reconstrucción.-
Hay una definición que el matrimonio Kirchner ha ido construyendo a golpe de martillo en estos diez meses al frente del poder, que lo dibuja de cuerpo entero, así como al círculo cerrado y receloso que los rodea: el que no está con ellos, está contra ellos. Ese esquema de pensamiento autoritario tiene una variante que resulta sólo aplicable hacia el interior del PJ, que los cobija y tutela desde que les permitió, mediante el padrinazgo de Eduardo Duhalde, llegar a la Casa Rosada: todo lo que no sea kirchnerismo será tildado de menemismo.
La sospecha lanzada desde la Jefatura de Gabinete de que los últimos pasos de José Manuel de la Sota se relacionan con un movimiento para recrear una corriente interna que contaría con el aval de Carlos Menem es tan descabellada que sólo se explica por dos razones: aquella misma ecuación, que cree ver obsesivamente tramados inexistentes de un ex presidente en verdad caído en desgracia, y, desde una visión más simple, el encono ancestral que Kirchner y su mujer guardan por la década de los 90 y su principal protagonista.
"Encarna al neomenemismo", le endilgó Alberto Fernández al cordobés, cuando leyó que el gobernador había dudado desde su provincia que el acto de la ESMA o la parodia del Colegio Militar aporten a la reconciliación.
Ni siquiera la aceptación entre los más altos exponentes del kirchnerismo de que --pese a las diferencias, como las surgidas el viernes en Parque Norte-- el santacruceño sigue contando con aliados en las estructuras del PJ, logró atemperar esas sospechas más cargadas de resentimiento que de datos ciertos. Tampoco se pudo evitar la impronta rupturista y una nada disimulada intención de "cortarse solos" desde ahora, que Cristina Fernández y los suyos sembraron a su paso por el predio de Armando Cavallieri.
En efecto, uno de los gobernadores que ha chocado en estos días con el presidente y su entorno por la política de derechos humanos desgranó una sospecha que no es suya sola: Kirchner quiere fundar su propio partido dentro del partido. La tan mentada transversalidad no es más que eso, un intento de remedar lo que, a través de la historia, hicieron Juan Perón y Carlos Menem: durante sus mandatos, el justicialismo fue un sello sin sentido ni tarea, apenas sumido a los deseos y necesidades del jefe de turno. "Kirchner apunta a lo mismo, no tenga dudas", dijo ese gobernador, uno de los cinco que firmaron la solicitada que tanto odio generó en el poder.
Vale un dato de la realidad para entender que lo ocurrido en el congreso peronista puede marcar el punto de partida para la existencia, en el futuro cercano, de "dos justicialismos": el de Kirchner y el del resto. En efecto, el presidente estuvo en aquella otra reunión de Parque Norte donde se dieron nuevos aires al proyecto transversal que impulsa. Pero descalificó a la reunión del viernes, al sostener en tono despectivo que tenía cosas mucho más importantes que hacer que concurrir a un acto partidario.
Resultan curiosos los arranques espasmódicos del jefe del Estado: descalificó una reunión en la que se consagró titular partidario al gobernador jujeño Eduardo Fellner, un estrecho aliado de la Casa Rosada, por cuya nominación pugnó en su decidida batalla para cortarle cualquier atajo a Menem, que hasta mereció por entonces un pacto de no agresión con Eduardo Duhalde mantenido hasta ahora.
Es probable --y sería un serio escollo para la gobernabilidad futura-- que Kirchner y su entorno no hayan mensurado debidamente los riesgos de haber dado pasos como el del viernes en Parque Norte, donde quedó plasmada una ruptura de hecho entre el viejo peronismo y la nueva corriente transversal que impulsa el santacruceño. Como también por lo ocurrido en torno al acto de la ESMA, donde Kirchner se dejó manejar la agenda por los organismos de derechos humanos, en desmedro de gobernadores y dirigentes con peso propio en el pasado, pero también en el presente de la política.
Kirchner bien podría haber puesto en riesgo, con esos movimientos, la necesaria armonía que necesitará este año entre la Casa Rosada y el Congreso, donde el gobierno deberá obtener leyes claves para la marcha de la economía y de las relaciones externas. La nueva coparticipación federal que deberá sancionarse antes de concluir 2004, por imposición de los acuerdos con el FMI, tal vez sea el símbolo de lo que se pondrá en juego: los gobernadores rechazan en conjunto el proyecto del kirchnerismo, y en esa postura no sólo están los peronistas, sino los radicales y los partidos provinciales.
Basta un botón de muestra para imaginar lo que se viene. El bloque de diputados justicialistas, que manejan con suerte variada Eduardo Camaño y José María Díaz Bancalari, reconoce en su seno un fuerte rechazo a la "política del decretazo" que ha instrumentado Kirchner: más de 50 decretos de necesidad y urgencia; en promedio, mucho más en diez meses de gestión que cualquiera de sus antecesores democráticos, que pasaron por encima del Parlamento ante la ausencia de la Comisión Bicameral de seguimiento que debe controlar ese recaudo presidencial. Conviene aclarar: no sólo controlar, sino eventualmente anular alguna de esas medidas de excepción, si así cuadrara.
En la última semana, en medio del fragor por el tema de los derechos humanos y la reunión de Parque Norte, un grupo de legisladores peronistas se reunió con sus pares radicales y de partidos provinciales no alineados con el kirchnerismo, para analizar la necesidad de poner en marcha aquella comisión de control de los decretos de necesidad y urgencia. El requisito de los números exigidos para crearla (dos tercios de la Cámara al momento de la votación) no pareciera de arranque un escollo, a la vista de esos cabildeos a espaldas de la jefatura del bloque.
El intento tiene toda la pinta de querer encorsetar a Kirchner y poner un poco de freno a tanto aluvión patagónico a la hora de gobernar, y podría arrancar con un argumento de peso que algunos de los protagonistas de la historia ya se encargaron de regar: fue Cristina Kirchner, en la década menemista, quien con más fuerza impulsó la creación de esa comisión para poner coto a los intentos de Menem --como se decía-- de "fujimorizar" la política y hasta de avanzar en el cierre mismo del Parlamento para dedicarse a gobernar por decreto. ¿Cómo podría negarse ahora la belicosa senadora a crear un organismo de control por el que hizo bandera en aquellas épocas?
Se asegura en corrillos parlamentarios que Duhalde le planteó a Kirchner su preocupación por el aluvión de decretos, en aquella entrevista en el despacho presidencial, en la cual parece que se habló de muchas más cosas que de la marcha del Mercosur, edulcorada versión que entregaron los voceros oficiales.
La pelea grande en el peronismo y los enormes enconos que trajo aparejada la decisión presidencial de pretender erigirse como el descubridor de los derechos humanos en la Argentina no lograron disimular --como habría sido el deseo de los generadores de cortinas de humo que habitan en los cuarteles del santacruceño-- la entrada en escena de la crisis energética.
El gobierno, por influjo de Kirchner y de dos de sus ministros, Alberto Fernández y Julio De Vido, decidió matar al mensajero antes que ocuparse de las causas reales de uno de los males que se vienen para el común de los argentinos, como son los cortes de electricidad y el racionamiento del gas, y descargó munición pesada contra las empresas. El presidente amenaza con cortarles los contratos si no realizan las inversiones que permitan normalizar esos servicios vitales, mientras Roberto Lavagna, que se ha ganado el rencor de toda la tropa de patagónicos y del jefe de Gabinete, advierte lo que en realidad ocurre: un reacomodamiento de las tarifas --que el ala política del gabinete ayudó a frenar en los estrados judiciales en los albores de la administración para evitar deterioros en las encuestas de imagen-- habría sido una medida tal vez impopular, pero capaz de evitar el drama que se cierne ahora sobre millones de consumidores.
Kirchner amenaza con firmar un decreto que subiría las retenciones a las petroleras si no cumplen con el abastecimiento de gas a las empresas energéticas que operan en el país, convencido de que la retracción de esos sectores esconde una presión al gobierno para que acepte, ante el umbral de una decisión que será a todas luces impopular, como la vuelta de los cortes domiciliarios, un aumento en las tarifas. Por su lado, De Vido batalla en otro frente de conflicto: las exportaciones de gas a Chile.
El gobierno de Ricardo Lagos, a través de su ministro de Economía, Jorge Rodríguez, ha transmitido que no se quedará de brazos cruzados y demandará internacionalmente cualquier rompimiento extemporáneo de los contratos de provisión. Sería un sablazo para Kirchner, que ha buscado recostarse en el prestigio de su par chileno para accionar en el frente externo por un mejor trato de los acreedores a las economías emergentes.
La decisión de la Casa Rosada de barrer bajo la alfombra y relativizar la gravedad del momento, mientras avanzan los datos de una crisis irremediable, no se compadece con los aprestos del propio gobierno: una serie de cortos publicitarios encargados por la comunicación oficial verá la luz a partir de esta semana en radios y canales. Instruyen a los usuarios sobre cómo economizar electricidad y gas y precaverse, al menos en parte, frente al nuevo drama.
Eugenio Paillet/"La Nueva Provincia".-
Bahía Blanca • República Argentina domingo 28 de Marzo de 2004
El terrorismo se combate con libertad
Pudo haber sido cualquiera de nosotros. ETA o Al Qaeda, me da lo mismo. ¿ETA no tiene suicidas? No se matarán a sí mismos en el acto, pero qué más da. Sea como fuere, hay dos temas a considerar: el terrorista y el apoyo "popular" que recibe.
¿Qué convicciones tienen los terroristas? ¿Políticas, religiosas, dinero o simplemente placer? En general, cuando estos grupos son organizados y están entrenados, tienen una ideología fundamentalista y una psicología de grupo muy primitiva, que los protege de culpa. Desde su ideología "están acelerando la llegada del nuevo mundo, de paz y sin conflictos ni enemigos, idealizado, donde todos sean como ellos: musulmanes, nazis o comunistas, por ejemplo", dice Henry Pollak, psiquiatra psicoanalista.
Estas son razones superficiales, sobre las que operan fundamentos más profundos: paranoia, narcisismo, sadismo y megalomanía son algunas de las características, presentes especialmente en los líderes. Los rasgos psicopáticos son una condición para liderar, mientras que los niveles más bajos presentan ansiedad flotante y difusión de la personalidad.
La pregunta es: ¿por qué hay zonas donde el terrorismo tiene más apoyo? Sin duda, tiene que ver con la existencia de estos líderes psicópatas, pero también con las condiciones "ambientales". No es casual que en lugares como Medio Oriente y Latinoamérica, es decir, en lugares pobres, el terrorismo tenga más auge.
Días atrás recibí uno de esos e-mails en cadena: "Analicemos las siguientes reglas de estricto cumplimiento: prohibido tomar bebidas alcohólicas y los bares, prohibida la televisión e Internet, prohibidos los deportes, estadios, fiestas, prohibido tocar bocina, prohibido comer carne de chancho, prohibida la música y la radio. Comer solamente con la mano derecha". Y como si esto fuera poco: "Arena por todos lados y ni siquiera un buggy para divertirse, harapos en vez de ropa, gritos de agonía de un enfermo que no tiene un médico, no te puedes afeitar ni duchar, el asado es carne de burro cocinada sobre bosta de camello, las mujeres tienen que usar vestidos que parecen bolsas y velos todo el tiempo. A tu esposa te la elige otro. De pronto, te dicen que cuando mueres, vas al paraíso y tienes todo lo que soñaste. ¿No te suicidarías...?".
Definitivamente, cuando la persona está satisfecha con su vida, precisamente porque puede, a través de su natural libre albedrío, buscar su vocación no tendrá actitudes violentas. Por el contrario, será propulsor de vida. Pero si violentamente (coactivamente) lo coartan y no lo dejan desarrollarse, entonces, por algún lugar estallará. Las fallas de la democracia se curan con más democracia, las de la libertad con más libertad; en definitiva, como dice la teología católica, el mal se cura con bien. Más aún, la causa eficiente, dice la metafísica, es precisamente Dios; es decir, el bien.
Es una incoherencia lógica el pretender que con mal se pueda lograr bien porque, precisamente, el mal no existe por sí mismo (no podría tener existencia algo que es destrucción), sino que es ausencia de bien. Consecuentemente, poniendo bien allí donde hay mal, es como se combate el mal. Por el absurdo, como el mal es destrucción, si llegara a ser absoluto, se destruiría a sí mismo, desapareciendo el mal. Pero, agrega la escolástica, la violencia es siempre contraria el orden natural; ergo, lo destruye; es decir, es el mal.
Así, en los países donde (además de la existencia de estos líderes psicópatas) las personas son coactivamente (violentamente) reprimidas por el Estado, en la medida en que lo sean, serán proclives al terrorismo. Dejemos de lado el caso extremo de Cuba, donde el terrorismo es el mismo Estado; esto sucede en Medio Oriente. Ahora, ¿por qué sucede en España? Pues, precisamente, por la misma razón por la que hay más desocupación y miseria que en Estados Unidos y en Inglaterra, por casos, porque el Estado coactivamente impone leyes laborales y regula al mercado, produciendo desocupación y marginalidad. De manera que el mejor combate contra el terrorismo, en cualquier parte del mundo, es dar libertad a las personas. Cuanto más libres, menos posibilidades de que florezca el terrorismo. ¿Es esto lo que se está haciendo en Medio Oriente?
Alejandro Tagliavini es miembro del Departamento de Política Económica de la ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas), con sede en Buenos Aires.-
Bahía Blanca • República Argentina domingo 28 de Marzo de 2004
Un error de memoria
Durante el último año, la política argentina ha sufrido una importante transformación. Al asumir el actual gobierno, se ha reactivado una antinomia que muchos considerábamos parte de un pasado que era mejor olvidar.
El infantilismo revolucionario de los años 70 retornó sin la mesura y la reflexión que debía haber alcanzado con los años y con el reconocimiento de los errores cometidos. Muy por el contrario, retornó con ánimo de revancha transformado en pensamiento único. Tratando de abrir las viejas heridas que separaron a la sociedad civil de la sociedad militar.
Un gobierno con mucha retórica y sin un claro proyecto político ni soluciones para los problemas nacionales, amparado en la impunidad que le otorga su control sobre el partido hegemónico, eligió llevar a cabo su gestión en medio de un clima confrontativo.
Su primera víctima fue la Corte Suprema: sospechada de connivencia con el menemismo y totalmente desprestigiada, fue rápidamente reemplazada por otra más acorde con el perfil ideológico del nuevo gobierno.
Simultáneamente, el gobierno operó sobre los altos mandos de las Fuerzas Armadas, purgándolos arbitrariamente hasta convertirlos en elementos dóciles al autoritarismo populista de los nuevos tiempos. Los mandos resultantes pasaron a convertirse en una suerte de "comisarios políticos" dedicados a reprimir las rebeldías y descontentos de sus camaradas.
En todos los ámbitos, las nuevas autoridades persiguen afanosamente la uniformidad o el silencio tolerante. Todas las disidencias son prontamente reprimidas, descalificadas o ambas cosas.
Mientras que la política nacional se desarrolla en un doble estándar, cualquier demanda de la administración Bush es prontamente atendida. La Argentina ha resuelto no condenar las violaciones a los derechos humanos en Cuba, pero el presidente Kirchner, atendiendo sugerencias de Washington, ha archivado discretamente su proyecto de visitar la isla. Una guerrilla verbal con los funcionarios del FMI sirvió de cobertura mediática al obediente pago de la deuda externa apelando a las exiguas reservas del país. Mientras que los gendarmes argentinos se aprontan a llevar a cabo una "misión de paz" al mejor estilo menemista imponiendo el orden imperial en Haití.
En el marco interno, el discurso es muy distinto. La falta de propuesta y el creciente deterioro de la situación económica se pretende ocultar con la divulgación de dudosas encuestas de popularidad, uniformando a la prensa y lanzando audaces y provocativas iniciativas.
¿En qué otra forma puede interpretarse el intento de crear un "museo de la memoria" en el predio antiguamente ocupado por la ESMA? Una iniciativa que rememora otros quiméricos proyectos edilicios del peronismo, como el colosal "monumento al descamisado", el "mausoleo de Evita" o el lopezrreguista "Altar de la Patria".
Un monumento a las víctimas del terrorismo de Estado que no contemple un tratamiento similar para las víctimas del terrorismo revolucionario constituye una abierta provocación. Su duración será la misma que tuvo el efímero Museo de la subversión, creado por el gobierno del Proceso en Campo de Mayo. Durará tanto como el gobierno que lo auspicie.
Los argentinos debemos construir un monumento en común para todas las víctimas de la violencia política, sin distinciones partidarias ni ideológicas. Si no somos capaces de aprender de los errores de nuestra historia, nos veremos fatalmente obligados a repetirla.
En gran medida, estas arbitrariedades gubernamentales son producto de la ausencia de una oposición que fiscalice su accionar. Hoy, quienes no comparten el proyecto hegemónico del kirchnerismo ni su orientación ideológica se encuentran atomizados en diversos grupos y carecen de una adecuada estrategia de contención.
Aunque distintas fuerzas políticas y actores sociales --grupales, institucionales e individuales-- discrepan fuertemente con respecto al rumbo confrontativo que ha elegido el gobierno, hasta el momento se han mostrado incapaces de deponer sus rivalidades, archivar sus diferencias políticas y personales y posponer las ambiciones personales para luchar juntos por el respecto de los valores e instituciones democráticas.
La unidad de la oposición democrática es un imperativo frente al avance de la demagogia y el autoritarismo populista. No debemos aguardar a que el clima confrontativo alcance los niveles que vemos en otras latitudes de América Latina para crear una fuerza opositora integrada. O frenamos el desarrollo del setentismo ahora o luego puede ser demasiado tarde.
Adalberto C. Agozino es doctor en Ciencia Política, profesor universitario e integra los cuadros técnicos del Partido Popular de la Reconstrucción.-



















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