EDITORIAL
Chávez
A semejanza de tantos otros caudillos populares que han dejado su huella en la historia hispanoamericana, Hugo Chávez dividió aguas entre quienes lo idolatraban y quienes lo execraban.
A su respecto no hubo términos medios mientras vivió y menos los habrá ahora.
Su figura alcanzó unos topes que sólo la corrupción e ineficiencia de la democracia venezolana y de sus dos principales partidos, hizo posible. Chávez, pues, resultó la consecuencia inevitable de una partidocracia --mitad socialista y mitad democristiana-- cargada de vicios.
Nada más lejos de nuestras preferencias que el trasnochado socialismo del Siglo XXI al cual le erigió altares de barro y le consagró esfuerzos desmedidos.
Nada más contrario a nuestra idiosincrasia que la compulsión a perorar, como si fuese un loro barranquero, acerca de todo lo divino y humano. Nada tan opuesto a nuestras creencias como ese régimen despolítico, cerril y plebeyo --tan crudamente democrático cual cerradamente antirrepublicano-- hecho en Venezuela a su imagen y semejanza.
Quienes no pensaban en consonancia con sus ideas fueron considerados enemigos; quienes se opusieron al poder que monopolizó durante años resultaron perseguidos sin misericordia. Chávez no creó nada nuevo, salvo por el hecho de que su populismo contó con unos excedentes petroleros que él despilfarró sin rendirle cuentas a nadie y utilizó para exportar eso que dio en llamarse "chavismo".
Con su deceso se apagó la voz del hombre y posiblemente haya nacido la figura mítica.
LNP
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