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¿Quousque tandem abutere, Cristina Kirchner, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?
¿Quousque tandem abutere, Cristina Kirchner, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?
EL PUEBLO QUIERE SABER:
miércoles, 1 de febrero de 2012
RESPUESTA A KRETINA ( N. Castro)
El Gobierno pone en "stand by" el debate por la reforma, pero lo volverá a activar
Enero de 2012 bien podría ser recordado como el mes de la tiroides en la historia de la política argentina. Y, para seguir en ese tren, el recuerdo deberá incluir un final feliz: la Presidenta afortunadamente no tiene un cáncer y, como hemos repetido desde esta columna, ésa es una buena noticia para ella, para su familia y para el país.
Se esperaba que la reaparición pública de Cristina Fernández de Kirchner fuera triunfal y fiel a su estilo, es decir con sus mismas críticas y sus mismas obsesiones de siempre. Y, la verdad sea dicha, no defraudó. Vaya como ejemplo la decisión de mostrar la cicatriz para evitar que Clarín dijese: “Esta no se operó”. A esta altura Clarín, La Nación y PERFIL, y los periodistas que en ellos trabajan, constituyen para el Gobierno algo así como una verdadera necesidad. Si no existiesen, tendrían que ser inventados, a los únicos fines de que el Gobierno tuviera alguien a quien adjudicarle todos los males que azotan al país ya que, como es sabido, por si alguien aún no se percató, todas las cosas buenas que pasan en la Argentina son obra y gracia del kirchnerismo. Por eso, como dijo el vicepresidente Amado Boudou en la reunión del jueves en Mar del Plata, “hablar de poskirchnerismo es traición a la patria (sic)”.
Respecto de la cicatriz en su cuello, no sé si la Presidenta lo sabía o no, pero su decisión de exhibirla en toda su extensión me hizo acordar a una actitud similar que adoptó el presidente de los EE.UU. Lyndon B. Johnson, quien, a fines de octubre de 1965, había sido sometido a una operación de vesícula sobre la que algunos dudaban, por lo que, durante una conferencia de prensa televisada, realizada el 2 de enero de 1966 en la Casa Blanca, decidió subirse la camisa y mostrarle a toda la nación la cicatriz de su herida quirúrgica.
Entre otras cosas, se aguardaba, pues, que en su reaparición la Presidenta se refiriera a su operación. Y allí tampoco decepcionó. Habló entonces de las mentiras que se dijeron en la prensa y, en un párrafo claramente dedicado a mi persona, dijo: “La verdad que estaban todos asombrados, desde la última enfermera hasta el primer residente, por todas las cosas que se decían. Me contaban que otros colegas de otras instituciones estaban todos asombrados, sobre todo por lo que decía un colega al que siempre le creían a pie juntillas todo lo que decía”. Una observación: llama la atención este detalle: “desde la última enfermera hasta el primer residente”, porque mis comentarios –mejor dicho, la información dada por mí que perturbó al equipo médico tratante y a varios otros colegas– fueron realizados después de que Fernández de Kirchner fuera dada de alta del Hospital Austral. ¿Se refirió entonces la Presidenta tal vez a una posible guardia de residente y enfermera que se hubiera montado en la quinta de Olivos?
Efectivamente, la Presidenta dijo la verdad: muchos colegas médicos prestigiosos se molestaron por mi información y me criticaron y aún critican duramente. La tarea del periodista es así: genera molestias. Lo que seguramente no le dijeron a la Presidenta es que otros colegas médicos, igual de prestigiosos, dieron fe de mi información porque también hablaron con algunos de los participantes de este caso que contaron las mismas cosas que yo narré. Vaya mi respeto para los unos y los otros. La vida del periodista es así: está expuesta a críticas y polémicas, y está bien que así sea.
Como es mi norma y corresponde, pasaré pues a responder los dichos de la Presidenta, algo que hago con gusto y placer y en aras del respeto y compromiso con la verdad que tengo con los lectores de PERFIL.
No bien escuché el comunicado leído en la Casa Rosada por Alfredo Scoccimarro en la noche del martes 27 de diciembre, en el que se anunciaba que Cristina Fernández de Kirchner padecía un carcinoma papilar de tiroides, accedí a hablar con una fuente médica que había tenido participación en el proceso que llevó al diagnóstico. Ello me permitió conocer los detalles que condujeron a ese diagnóstico de alto impacto, así como también el nombre de los profesionales que tuvieron a cargo esa tarea. Toda esa información fue reflejada en mi columna del sábado 31 de diciembre. En esa columna elogié, incluso, la calidad de ese comunicado, afirmando que al dar detalles referidos a la ausencia de ganglios tomados y de metástasis permitía tener una idea aproximada del estado evolutivo del mal, lo que contribuía a establecer un pronóstico altamente favorable para la paciente. Destaqué, además, lo positivo del cambio de actitud de la Presidenta, al brindar una información clara en comparación con lo que había sucedido en el caso de su esposo, lamentablemente fallecido, en donde todo había sido ocultamiento. ¿Falté a la verdad al decir todo esto?
Junto con lo escrito en esa columna, estuvo la cobertura en mis programas de Radio Mitre y de TN, en donde se reflejaron las opiniones de destacados especialistas en tiroides, quienes ilustraron sobre las características de la enfermedad que en ese momento se suponía padecía la Presidenta, y además señalaron el alto nivel profesional del doctor Pedro Saco y de su equipo, lo que auguraba una operación sin ningún tipo de complicaciones, tal como sucedió. ¿Podría alguien decir que todo eso representó una actitud maliciosa o una mentira?
Durante los días que Fernández de Kirchner permaneció internada en el Hospital Escuela de la Universidad Austral, junto con la reproducción de los escuetos comunicados que cada mediodía, bajo un sol abrasador, leía Scoccimarro, puse al aire la opinión de especialistas que explicaron cómo sería la implementación del tratamiento de sustitución de la hormona tiroidea así como también los procedimientos con yodo 131 destinados a identificar y eliminar posibles restos de células cancerígenas que siempre quedan después de una operación de este tipo. Todas esas opiniones coincidieron en señalar que esto no afectaría en lo más mínimo las capacidades de la Presidenta y que su recuperación sería óptima. ¿Refleja mi cobertura una intención de mentir o desprestigiar al equipo médico participante en este caso?
En ese marco, el jueves 5 de enero, recibí una llamada del licenciado José Luis Puigari, integrante del Consejo de Dirección del Hospital Austral, quien, además de agradecerme la claridad de la información que venía dando sobre la operación de la Presidenta, me solicitó informar –cosa que hice– que el hospital seguía atendiendo a sus pacientes con total normalidad a tal punto, según me dijo textualmente, que “el dooctor Saco, luego de operar a Fernández de Kirchner, había continuado con su rutina y, de acuerdo con lo marcado por su agenda, había operado a otros pacientes”.
Seguramente hasta ahí seguía yo siendo un periodista al que le creían “a pie juntillas”.
Fue entonces que vino el alta de la Presidenta y la sorpresiva –y muy buena– novedad de que no tenía un cáncer. A partir de ahí, como hace cualquier periodista en un caso así –y en el mío mucho más por mi condición de médico–, me aboqué a la tarea de buscar una explicación de este hecho que produjo conmoción en los ámbitos médicos de nuestro país y del exterior. Cuesta creer que ni en el Gobierno ni en la Unidad Médica Presidencial nadie se hubiera dado cuenta de que un cambio tan brusco de diagnóstico en un caso de esta repercusión pública nacional e internacional –se trataba ni más ni menos que de la salud de la Presidenta– no puede explicarse con un simple comunicado. Alguien debió haberle hecho comprender a Fernández de Kirchner que ante esa eventualidad era imprescindible que hablara el equipo médico a cargo del caso.
El ex presidente del Brasil Luiz Inácio Lula da Silva es un buen ejemplo de ello. Cuando supo que padecía un cáncer de laringe, decidió que la opinión pública de su país y del mundo estuviera totalmente informada sobre su enfermedad. Para ello, entonces, no recurrió a un comunicado sino que les pidió a sus médicos que hablaran y aclararan todas las dudas que podían surgir al respecto de su mal. Tuve la oportunidad de entrevistar por Radio Mitre al jefe del equipo médico que atiende a Lula, el doctor Roberto Kahlo hijo, en una extensa nota en la que dio detalles explicativos y aclaró dudas sobre la enfermedad del ex presidente que un comunicado jamás podría reflejar. Eso fue lo que no ocurrió aquí.
Como decía, pues, al no haber sucedido eso, debí abocarme a buscar la información que explicara lo sucedido. Y para ello accedí a fuentes que participaron del caso. Por lo tanto, lo expuesto en las columnas de PERFIL del 8 y del 15 de enero refleja lo narrado por médicos que tuvieron intervención en el caso, que estuvieron junto a la Presidenta, ya sea antes o durante la operación. En atención a la fiabilidad absoluta de esas fuentes y a su honestidad intelectual al reconocer que se habían cometido errores, digo:
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble “a pie juntillas”– no decir que el falso positivo en el cáncer de tiroides es algo excepcional (1% a 2% de los casos)? Según narró la Presidenta, el mismísimo doctor Saco le hizo esa afirmación al comunicarle la buena nueva de que no padecía un cáncer.
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble a “pie juntillas”– no decir que el falso positivo es un error por el que un estudio complementario arroja como resultado una enfermedad que el paciente no padece?
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble “a pie juntillas”– no decir que la doctora Melisa Lencioni, citóloga del equipo de Saco, tuvo una disidencia con el diagnóstico original de carcinoma papilar?
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble “a pie juntillas”–no decir que, ante esa disidencia diagnóstica, resulta llamativo que no se hubiera evaluado la posibilidad de una nueva consulta con otro patólogo especializado en tiroides?
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble a pie juntillas– no decir que llamó la atención que en el acto operatorio se descubriera un nódulo palpable en el lóbulo izquierdo de la tiroides de la Presidenta, algo que no se había detectado en la ecografía del jueves 22 de diciembre? Hoy sé que este hallazgo es algo que sorprendió y disgustó al doctor Saco.
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble “a pie juntillas”– no decir que la biopsia por congelación, que debe hacerse antes de la extirpación del órgano, se haya hecho después, cuando, según coinciden destacados médicos patólogos, ya carece de sentido práctico?
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble “a pie juntillas”– no decir que llamó la atención que se hubiera encontrado un nódulo en el lóbulo izquierdo sospechado de malignidad y que después hubiera sido negativo?
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble “a pie juntillas”– no decir que es algo altamente inusual que en un mismo caso se produzcan dos diagnósticos que caigan en la categoría de “falso positivo”?
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble “a pie juntillas”– no decir que llamó la atención que no se conozca hasta hoy el informe histoanatomopatológico final firmado por los patólogos a cargo del estudio?
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble “a pie juntillas”– no decir que el hecho tuvo una negativa repercusión en muchos pacientes que padecen afecciones tiroideas que debieron o que deberán someterse a punciones biópsicas, tal cual quedó reflejado por esos días en las redes sociales?
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble a pie juntillas”– no decir que son muchos los médicos que piensan que esto no ha dejado bien parada a la medicina argentina?
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble “a pie juntillas”– no decir que hubo falta de coordinación y comunicación entre algunos de los médicos participantes en el caso?
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble “a pie juntillas”– no decir que llamó la atención que el comunicado del Hospital Austral supuestamente destinado a desmentirme –y que no hizo más que confirmar la información dada por mí– haya salido recién cuatro días después de que la Presidenta había sido dada de alta?
¿Hubiera sido decir la verdad –y ser creíble “a pie juntillas– no decir que la Unidad Médica Presidencial actúa dominada por el miedo (cosa que reconocen varios de sus integrantes) y que ésa es la base de los errores que comete en el manejo de la salud de Fernández de Kirchner?
Estos han sido los hechos que he narrado a lo largo de este caso. Gracias a los colegas que se animaron a hablar sobre lo que pasó y reconocieron errores. Fueron valientes y honestos. Gracias a los colegas médicos que me criticaron y a los que no. Y gracias también a la Presidenta por el párrafo que me dedicó en su discurso de reaparición pública. Sepa que me produjo sincera alegría verla totalmente recuperada. ¡Ah! Y no se preocupe por la cicatriz. Con el tiempo ni se notará.
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