Para descifrar esta contradicción hay que tomar en cuenta que, para el kirchnerismo, comunicarse equivale con frecuencia a enviar un doble mensaje . Es que la política puede ser vivida de dos maneras. Una, como si fuera un deporte en el cual los competidores se someten a las mismas reglas. Otra, como si fuera una guerra en la cual es lícito engañar al enemigo porque en la guerra, a la inversa que en el deporte, todo vale. Por eso, en 1917 el congresista norteamericano Hiram Johnson acuñó una frase que llegó hasta nosotros: "La primera víctima de la guerra es la verdad".
Desde el Indec hasta el caso Schoklender , el kirchnerismo nos ha dado abundantes ejemplos de que, cuando lanza una afirmación, no le interesa tanto que ella sea verdadera cuanto que sirva para confundir al enemigo. Es que hoy, como ayer, el kirchnerismo está en guerra contra todos los que se le opongan, en demanda de un poder sin límites espaciales o temporales. La manera de resolver la incógnita de un movimiento que dice que ya ganó mientras su jefa absoluta ha vacilado ostensiblemente en presentarse a la reelección es interpretar este doble mensaje en clave mediática. Porque si, de un lado, se ha intentado difundir ante propios y extraños la idea de que la jefa es invencible, del otro se ha querido preservar el impacto viudez de una mujer sacrificada y frágil, siempre de negro, lo cual mejoró sustancialmente la posición de Cristina en las encuestas si se la compara con la imagen menos atractiva que acompañó a Néstor Kirchner hasta el día de su muerte. Pero si este análisis en clave mediática del doble mensaje de Cristina permite desentrañarlo por lo que es, como una hábil maniobra política, ello no impide sostener que a la Presidenta la asaltan dudas reales . Sólo que estas dudas no son las que el Gobierno ha procurado difundir sino otras, en el fondo más graves.
Más allá de la retórica mediática, a Cristina la acosan tres dilemas "reales". El primero es si vencerá o será derrotada el 23 de octubre. El verbo "vencer" podría conjugarse para ella de la siguiente manera: lograr en esta fecha el 40 por ciento de los votos contra menos del 30 por ciento de quien la secunde en las urnas. Así podría vencer en la primera vuelta. Esta es la única vía expedita para su victoria, ya que, de no transitarla, probablemente Cristina sería derrotada en la segunda vuelta contra el único rival que quedaría para desafiarla, cuando el "no kirchnerismo" tendría que reunir forzosamente en un solo haz, por disposición de la ley electoral, a los cinco segmentos que hoy lo componen detrás de las candidaturas presidenciales de Alfonsín, Duhalde, Rodríguez Saá, Binner y Carrió.
A estas alturas de los acontecimientos, es altamente probable que Cristina pierda en tres de los cuatro grandes distritos, que concurrirán a las urnas por dos veces, "antes" y "durante" el 23 de octubre: la Capital Federal, Santa Fe y Córdoba. La incertidumbre que queda por develar es si, de la mano de Daniel Scioli, Cristina podrá compensar en el gran distrito de la provincia de Buenos Aires -el mayor de todos y el único entre ellos donde sólo se votará el 23 de octubre- las diferencias que obtengan sobre ella sus rivales en los otros tres distritos.
¿Hasta dónde el escándalo Schoklender-Bonafini afectará estos cálculos? Es seguro que Cristina ha perdido votos a consecuencia de él, pese a su desesperado intento de "encapsularlo" en torno de los hermanos Schoklender. Podría decirse que, en tanto que el escándalo está dejando fuera de la carrera a Daniel Filmus contra Mauricio Macri en la Capital, no es seguro que ocurra lo mismo en el Gran Buenos Aires, donde aún podría prevalecer el kirchnerismo gracias a los subsidios y los planes sociales en estratos que, más aún que al escándalo moral de la corrupción, son sensibles a la euforia "consumista" que ha desatado el oficialismo.
El segundo dilema de Cristina es la designación de su candidato a vicepresidente. He aquí una opción que ha sido tradicionalmente difícil para el verticalismo peronista. Lo fue por lo pronto en 1973 cuando el propio Perón, al no poder escoger un vicepresidente sin padecer una feroz guerra interna entre sus adeptos -que se acababan de diezmar en Ezeiza-, tuvo que digitar a su propia esposa, Isabel, para evitarse así el costo de levantarle la mano a alguna de las facciones en pugna. A diferencia de Perón en 1973 y del propio Kirchner en 2007, empero, Cristina ya no tiene un cónyuge que la salve del segundo dilema.
En un artículo que publicó La Nacion el último jueves con el título "Fiebre reeleccionista en América latina", el especialista Daniel Zovatto divide los regímenes políticos de nuestra región en dos tendencias, aquella que, por ser republicana , limita de algún modo las reelecciones presidenciales, y aquella otra que, por ser personalista , da rienda suelta a las ambiciones autoritarias de presidentes como el venezolano Chávez, el ecuatoriano Correa, el boliviano Morales y el nicaragüense Ortega, cuyo común horizonte es el sueño del poder perpetuo. Lo que distingue al espíritu republicano del autoritario es que, mientras que en aquél los presidentes se resignan de antemano a ejercer mandatos temporalmente limitados, en éste asoma una ambición reeleccionista incompatible con la democracia.
Entre ambas opciones, los Kirchner escogieron el reeleccionismo bajo la forma original de la alternancia conyugal . "Será pingüino o pingüina", solía decir Néstor Kirchner en 2007, antes de digitar a su mujer para sucederlo en el cargo. El 27 de octubre de 2010, al morir Kirchner, pareció que la opción reeleccionista se apagaba. ¿Renacía entonces el espíritu republicano? ¿Moría, con Kirchner, su peculiar reeleccionismo? Si Cristina es finalmente reelegida el 23 de octubre, ¿quedará instalada en el no reeleccionismo al que adhieren las democracias republicanas de América latina?
Es imposible asegurarlo. En octubre de 1993, después de haber ganado las elecciones intermedias, el presidente Menem propició la reforma de la Constitución para lograr la reelección consecutiva que ella prohibía. Si venciera el 23 de octubre, ¿qué le impediría a Cristina intentar lo mismo? En 2006, el presidente Kirchner lanzó en Misiones un globo de ensayo continuista al apoyar la reelección consecutiva que pretendía el gobernador Carlos Rovira. El intento fracasó porque el pueblo misionero, detrás del liderazgo del obispo Piña, lo abortó en las urnas. Pero este año el gobernador de San Juan, José Luis Gioja, lanzó y obtuvo un referendo para asegurar su propia reelección consecutiva por encima de la Constitución provincial. ¿Qué impediría a Cristina intentar su propio reeleccionismo si ganara de aquí a cuatro meses? Este es el tercer dilema real, el más profundo de todos que, si ella ganara el 23 de octubre, también la acosaría. ¿Qué razón habría para suponer que ha declinado, en su fuero interno, el sueño de un poder sin plazos que compartió con su marido?
Por Mariano Grondona
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