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martes, 25 de enero de 2011

Un atardecer para Mariela


Toda chica que tiene un corazón sano y lleno de ideales, desea un atardecer para ella. El atardecer de un sábado, a eso de la oración. Esa hora en que los trabajos se apagan en la tierra y las estrellas se encienden en el cielo.
Es la hora del gran encuentro. Vestida de blanco ingresa al templo del brazo del padre, acompañada por su madre. Los amigos dejan las preocupaciones personales de cada día para poder compartir el gran momento: aquél en que la joven dirá su sí al Amor.
El misterio de Mariela encerraba también su atardecer. Muchas veces escuché sus confidencias. Era una chica con una enorme capacidad de amar, y tenía un corazón sano y limpio. Por eso sus ideales eran grandes y se sentía tironeada por dentro ante la inminencia de una elección. Creía en la Vida. Por eso se preparaba para la vida. Aprovechaba todas las circunstancias a fin de que su decisión fuera lúcida y corajuda. Creía en los demás, y se unía a los otros jóvenes para reflexionar juntos. Creía en Dios y rezaba con humildad pidiendo luz y coraje. Se sentía débil y recurría al consejo de los mayores. En este proceso de crecimiento había logrado un lindo reencuentro con sus padres.
La última vez que charlé con ella fue en una reunión con sus compañeros de quinto año, que me habían invitado para conversar sobre la vida y el amor. Porque a esa edad se sienten muchas ganas de amar y de expresar lo que se siente. Al terminar, cuando me despedía de cada uno, nos cruzamos sólo un par de palabras, ya que había mucho de sobreentendido detrás. Luego de darle un beso, la miré a los ojos y le pregunté:
- ¿Cómo anda tu esfuerzo?; (Me refería a su proyecto prioritario para este año, que era conseguir la mejor relación posible con sus viejos.)
Su respuesta también fue breve: - ¡Regio. Lindísimo. Estoy chocha!
Muchas veces me había comentado que uno de sus anhelos era llevar sus papis a Dios. Lo pedía cada día con cariño y constancia. Se expresaba muy bien por escrito. Y como tantas chicas de su edad, tenía su diario. A veces sus confesiones eran en su mayor parte lectura de sus escritos. Lo buscaba a Dios y deseaba encontrarse con él.
Nunca pensé que su atardecer estaría tan cercano y tan lleno de estrellas, y que el templo para su encuentro sería tan grande. Regresaba de una jornada de reflexión con otros jóvenes de Junín. Y quiso llegarse hasta el Monasterio, al que tantas veces había venido con sus esperanzas y sus dudas. Diría casi estaba haciendo tiempo a fin de no llegar anticipadamente a su boda.
Y fue allí, a media distancia entre su ciudad Los Toldos y el Monasterio, sobre la ancha tierra que amaba y bajo el gran cielo que la atraía. Allí se le manifestó el rostro de Dios. De ese Dios que le abrió de par en par la puerta de los cielos para que entrara en compañía de sus papis.
Desde allí habrá contemplado emocionada cómo todo su pueblo acompañaba en silencio y con cariño su cuerpo vestido sencillamente de blanco, al lugar donde esperará la Resurrección.
Su recuerdo nos pertenece. Lo mismo que su intercesión.

Diario Clarín
Buenos Aires, lunes 21 de junio de 1982
En un accidente automovilístico registrado en la ruta provincial 65, a escasos 10 kilómetros de la localidad bonaerense de General Viamonte, tres personas: un matrimonio y su hija; resultaron muertas.
El hecho ocurrió al chocar un automóvil Ford Falcon, conducido por Saúl Oscar Maceda, de 39 años, con quien viajaba su esposa, María Juana Cabrera y sus hijos Pablo de 7, y Mariela, de 16, con una camioneta.
A raíz del violento impacto fallecieron el acto el matrimonio Maceda y su hija Mariela, mientras que el otro hijo y el conductor del otro rodado resultado con heridas de cierta consideración.


por Mamerto Menapace, publicado en Madera Verde, páginas 49 a 51. Editorial Patria Grande.

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