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¿Quousque tandem abutere, Cristina Kirchner, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?


EL PUEBLO QUIERE SABER: Todos los días se descubren nuevos actos de latrocinio y corrupción del kirchnerismo / Albertismo . ¿Cuánto le costará al país los desmadres del KIRCHNERATO?

domingo, 21 de noviembre de 2010

ESCENARIO DE LA VIUDA


El escenario para Cristina

Con monumentales dosis de hipocresía, y con el aporte de una oposición que no aprende la lección, el gobierno se ha salido con la suya. Sus principales espadas chicanearon durante todo este tiempo con la victimización de Cristina Fernández; acusaron a la oposición de perseguir el oscuro objetivo de desestabilizarla o no dejarla gobernar, enarbolaron como estandarte el lamento institucional de ser el de la viuda de Kirchner el primer gobierno en 27 años de democracia recuperada en no contar con un presupuesto en tiempo y forma como en cambio lo tuvieron todos sus predecesores. Tras los cortinados, ha habido, no obstante, secretos festejos y rostros plenos de satisfacción por el escenario plantado a lo largo de toda la lamentable zaga que protagonizó el Congreso en torno de la sanción, finalmente fallida, de esa ley fundamental.

Salta a la vista: más allá de las lastimeras manifestaciones mediáticas de Aníbal Fernández, Agustín Rossi y Florencio Randazzo, como directores de un disciplinado coro, el gobierno se manejará el año que viene con el presupuesto de 2010, a decretazo limpio, lo que le permitirá hacerse de una suma cercana a los cien mil millones de pesos proveniente de excedentes de recaudación, que distribuirá a gusto y placer según le convenga, o según sus necesidades electorales, justo en un año clave en el que se juega la continuidad o no, por otros cuatro años, del llamado "modelo" instaurado en 2003. Y esa es una verdad irrefutable, aunque aquellos protagonistas se rasguen las vestiduras delante de las cámaras de televisión.

La trampa, o el juego de la victimización, queda al desnudo apenas cualquier observador se pregunta para qué Cristina Fernández envió el proyecto de presupuesto al Congreso si de antemano denunció su intención de no permitir a sus legisladores negociar una sola coma de ese texto. Un documento de principio a fin, valga la precisión, plagado de subestimaciones que no son otra cosa que hacer creer que el gobierno recaudará una suma, pero en verdad embolsará por esa vía más del doble de lo estimado, para citar sólo el caso del capítulo destinado a la recaudación por impuestos.

Es evidente que se trató de un puro formulismo, jueguito para la tribuna, mientras se preparaba aquel escenario para mostrar a Cristina como la víctima de una supuesta jugada perversa de sus opositores. Puede haber ocurrido también, y esto hasta lo reconocen en despachos del propio oficialismo, que la presidenta haya querido mostrar una fortaleza digna de su fallecido esposo, en la primera gran batalla que le tocaba enfrentar sin el sostén de su compañero y socio político. O, también, de mostrarse porfiada al extremo, a sabiendas de antemano que, si en el Senado el presupuesto sería difícil de sancionar, en Diputados la pelea estaba perdida de antemano, como finalmente ocurrió ante el fracaso de Rossi y sus huestes, quienes no pudieron impedir que el texto vuelva a comisión, donde muy probablemente dormirá en algún cajón vaya a saberse por cuánto tiempo.

Se repite la impresión y corroboran operadores satisfechos del oficialismo: fue una buena jugada, ella se calzó el traje de víctima, y la oposición, cuándo no, hizo el resto.

Para algunos exaltados del poder, la fiesta les ha salido redonda. Cristina Fernández crece en las encuestas de imagen y también en las que miden la intención de voto para el año próximo. Esos porcentajes se empinaron desde el 27 de octubre último, y hasta los sondeos más independientes que se han registrado en estos días auguran una victoria de la dama en primera vuelta, ante cualquiera de los rivales que hoy se mueven en la escena de las candidaturas.

Ese motivo de festejo reconoce algunas otras aristas: se dice que Cristina logró pararse por encima de las batallas parlamentarias que tanta vergüenza ajena provocaron en la semana que termina. En verdad, es curioso: salvo un exabrupto inicial de Carrió, que habló de "la Banelco de Cristina", nadie de la oposición se subió a ese carro y, en general, durante las denuncias de corrupción o supuesta compra de votos, la presidenta no fue nombrada. Por el contrario, como queda dicho, al calor de un kirchnerismo que ha demostrado una vez más su oficio para moverse en el barro, y de una oposición que se quedó otra vez atrapada en sus eternas inconsistencias o incongruencias, ella se benefició con el papel de víctima de tanto desaguisado político.

Para el arco donde militan todos los vencedores de Néstor Kirchner en aquel ahora tan lejano octubre de 2009, desde el peronismo federal al radicalismo, desde la Coalición Cívica hasta el socialismo, pasando por los seguidores de Pino Solanas y Margarita Stolbizer, queda la impresión de que, por primera vez, han retrocedido al estado de simples partenaires del oficialismo en que se encontraban no antes de ese triunfo en las urnas del año último, sino previo a aquella batalla entre el gobierno y el campo por la resolución 125 de junio de 2008. No hace falta escarbar demasiado en la herida para encontrar la comprobación de un fracaso estrepitoso. No pudieron torcer la voluntad no expresada en los papeles del oficialismo de convertir el Congreso en un cascarón vacío. En líneas generales, a lo largo de todo el año, se sancionaron sólo dos leyes importantes: la del matrimonio entre personas del mismo sexo, que buena parte del arco opositor acompañó, y la que fijaba el 82 por ciento móvil para las jubilaciones, que Cristina Fernández vetó.

Un párrafo aparte, antes de avanzar, merece aquella fulgurante subida de Cristina en las mediciones sobre intención de voto y su candidatura para 2011. Lo primero que se asegura en importantes despachos de la Casa Rosada es que no hay nada definido. Se repite, una y otra vez, aquello de la necesidad de ajustarse a los manuales de la política: ella no perderá poder ni dejará de manejar las riendas en tanto mantenga en alto esa postulación sobre la que el oficialismo en pleno y sus aliados baten el parche por estas horas. "Se verá en su momento", dijo, escuetamente, un ministro.

Hay dos condicionantes, uno de los cuales escapa a las manos de la propia presidenta o el deseo de sus seguidores: Es saber, con el paso de las semanas o meses, seguramente no más allá de marzo, si la sociedad ratifica esa buena onda hacia la presidente que hoy muestran los sondeos. O si podría repetirse el fenómeno que experimentó Ricardo Alfonsín tras la muerte de su padre. El diputado radical tuvo un repunte notorio en la consideración social que se reflejó en todos los sondeos. Pero ahora ha vuelto a niveles de aceptación que lo ubican con un porcentaje que no supera el 30 por ciento. Y eso queda bastante lejos, si hay que atarse a la realidad que hoy muestra el grueso de las consultoras, de las posiciones que, horas después del deceso de Raúl Alfonsín, lo ubicaban casi como el mejor posicionado de los presidenciables.

El otro condicionante tiene connotaciones íntimamente familiares. Se dice, en despachos gubernamentales, cada vez con menos temor por la publicidad del trascendido, que Florencia Kirchner le hizo prometer a su madre, antes de subirse al avión que la llevó de regreso a Nueva York, para cumplimentar unos trámites de los que volvería pronto, que ella no se presentaría a la reelección y que en diciembre de 2011 se volvería a El Calafate. Máximo Kirchner, de cuya supuesta altísima influencia en la política partidaria, en las decisiones del kirchnerismo y hasta en la cotidianeidad de la gestión, se dice que hay más exageración periodística que visos de realidad, opinaría igual que su hermana.

La lectura más lineal, por estas horas, en los campamentos del kirchnerismo y también en algunos despachos de resignados opositores es que, una vez más, el gobierno se ha salido con la suya, más allá de que lo haya hecho sentado en aquella enorme dosis de hipocresía que se menciona al principio. A Cristina y a su gobierno, en verdad, les importaba poco y nada si conseguían sancionar el presupuesto del año que viene. El propio Randazzo dijo, el viernes, muy suelto de cuerpo, que se manejarán con el presupuesto vencido. Y si para muestra faltase un botón, allí está la extraña velocidad con la que la Casa Rosada salió a tumbar la oferta del radicalismo de aportar quórum y sentarse a debatir la ley de leyes, si la presidenta aceptaba convocar a sesiones extraordinarias a partir del uno de diciembre.

El Congreso ha dejado, como saldo de la batalla por el presupuesto, un escenario de tremenda mediocridad. Sus integrantes, tal vez con honrosas excepciones, han quedado expuestos ante la sociedad tanto o más que aquellos que provocaron el tan famoso "que se vayan todos", luego de la tragedia policial de 2001. Puede decirse, sin temor a exageraciones, que la oposición también mostró la hilacha. Hubo casos puntuales, como los que se registraron en los bloques del peronismo federal, del radicalismo y hasta del PRO, que suponen groseras agachadas que los acercan a quienes, desde esas bancadas, tanto se ha criticado cuando se denunciaban los métodos tramposos y amañados de Néstor Kirchner y de su disciplinada tropa en el Parlamento.

Elisa Carrió se ha instalado definitivamente en el escenario como una denunciadora pertinaz, hasta con algunos novedosos excesos que la colocan, a juicio de no pocos observadores, al margen de la carrera presidencial del año que viene. Si es que hasta ahora le quedaba alguna chance de meterse en esa pelea. Por si faltase algo para completar el cuadro, sobrevino el trompazo de Graciela Camaño a Carlos Kunkel.

Todo el mundo sabe que el diputado ultrakirchnerista es un provocador profesional, que su rol en la Cámara de Diputados, durante todos estos años, ha sido, justamente, ese, el de provocar con el insulto, la agresión verbal y la chicana política más grosera, a sus enemigos o a los que Néstor Kirchner le ordenaba atacar. Antes de llamar ladrón al esposo de Camaño, hay registros de otras tantas diatribas, como los duros insultos a Felipe Solá que captaron las cámaras de televisión. Kunkel jamás presentó un proyecto, nunca pidió la palabra en el recinto, no se le conoce actividad parlamentaria y su mejor perfil es el que se puede ver como ferviente aplaudidor oficial en cuanto acto encabezaba Kirchner o ahora lo hace Cristina Fernández. No obstante, el gesto de Camaño fue repudiado en general desde todos los sectores. La gente llamó a las radios y dijo que nada justificaba tan primitivo acto de violencia física. Y la verdad, más allá de que, como recordó el titular de la UIA, Héctor Méndez, en esos recintos, antes, se dirimían los pleitos hasta a los balazos, no hay mucha justificación para la agresión de la esposa de Luis Barrionuevo.

Del oficialismo en Diputados, se corrobora una impresión que se venía plasmando en las últimas dos semanas: la ausencia de la mano dura de Néstor Kirchner para ordenar operaciones contra sus enemigos y para disciplinar la tropa se ha notado. El bloque se convirtió en un tembladeral, y el infantilismo demostrado en algunas de las operaciones llevadas a cabo para conseguir la sanción del presupuesto es propio de principiantes. Todos juegan a ver quién hace la mejor tarea sucia para agradar a Cristina, ahora que no está el jefe. Y la verdad es que son tan torpes que se chocan por los pasillos. Queda claro, además, que si la presidenta lo que ha buscado es colocarse el traje de su esposo, la realidad mostró, al menos esta vez, que le queda bastante holgado.

En la vereda opuesta, las cosas no han quedado mejor. Carrió puede despedirse de cualquier apetencia política futura; el radicalismo va camino de partirse en dos, entre Alfonsín y Cobos, o en tres, si entra a terciar en la disputa por la candidatura presidencial el mendocino Ernesto Sanz; el peronismo federal puede no ser mucho más, a partir de ahora, que Eduardo Duhalde y el dudoso aporte de Luis Barrionuevo; Felipe Solá y Mario das Neves están más cerca de volver al redil del oficialismo que de plantarse por las suyas. Y Carlos Reutemann, la gran esperanza de todos ellos para enfrentar al gobierno en 2011, da muestras cada vez más fuertes de quedarse en su provincia para intentar recuperarla para el peronismo y desbancar al socialismo de Hermes Binner. ¿Mediante un acuerdo con Cristina? "Está por verse", dice aquel ministro.

Toda una escena, la descripta, que parece encumbrar exclusivamente las chances de la candidatura de Mauricio Macri como el gran opositor. Casi un sueño póstumo de Néstor Kirchner: él imaginó, una noche de Olivos, que la gran batalla de 2011 se daría entre la izquierda que decía representar y la derecha que encarna el jefe de gobierno porteño.
LNP

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