Por el ALCA, Méjico jugó y juega un rol decisivo. Su asociación con los Estados Unidos y Canadá le dio resultados extraordinarios.
Desde que está en el NAFTA, la economía azteca creció más del 40%, la radicación de industrias se multiplicó por cinco, las exportaciones por tres y la participación de unos veinte millones de mejicanos en el mercado laboral norteamericano le permite reenviar a sus familiares casi U$S 20.000 millones anuales.
Con la instalación de las maquiladoras en los estados del norte del país, Méjico se transformó en una economía altamente fabril que busca expandir su producción.
El propio presidente Vicente Fox, un ex ejecutivo de Coca Cola, siendo gobernador del estado de Guanajuato, fue uno de los artífices de este desarrollo.
Ahora, Méjico busca crecer por sí solo; ya saboreó la fruta de su asociación con Washington y se lanza a convertirse en un activo proveedor de bienes y servicios apuntando hacia el sur.
Si el NAFTA dio resultados fabulosos en el norte del país, había que continuarlo. Así, surge el proyecto Puebla-Panamá, un esquema geopolítico que implica la incorporación de la población centroamericana a un desarrollo similar al producido en el norte mejicano.
Este proyecto pretende desarrollar mediante inversiones --en infraestructura, explotación forestal y turismo, básicamente--, nueve distritos mejicanos, seis naciones centroamericanas (Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Panamá y Costa Rica) más la insular República Dominicana.
Las inversiones trajeron desarrollo económico, bienestar a la población y la tan ansiada estabilidad. institucional que, hasta entonces, era patrimonio exclusivo de Costa Rica.
Los resultados saltaron a la vista de todos y el próximo paso era expandir el modelo hacia América del Sur. Con sus veinte años de crecimiento económico ininterrumpido, Chile hizo punta en cerrar un entendimiento con el bloque norteamericano.
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