Los últimos pasos dados por el gobierno argentino indican que ya no hay sólo incompetencia política, falta de formas diplomáticas y cierta antipatía hacia Chile. Hay algo más: una estrategia de confrontación ideológica contra un país que encarna el modelo exactamente contrario al que Kirchner quiere implantar. Lo que uno no comprende es cómo pudo Chile confiar en la clase política argentina mucho más de lo que confiaron los propios argentinos.
Alvaro Vargas Llosa
El 25 de marzo, con el decreto 265 que autorizaba la "suspensión de las exportaciones de excedentes de gas natural que resulten útiles para el abastecimiento interno", el presidente Néstor Kirchner pinchó un globo chileno que tenía casi una década de inflado.
Chile creyó, en la segunda mitad de los '90, que estaba haciendo el negocio del siglo. Inició, en ese entonces, una reconversión de su sistema de generación eléctrica para emplear un alto porcentaje de gas natural. Sus dos sistemas, el Interconectado Central y el Interconectado del Norte Grande, fueron adaptados con modernas plantas térmicas para emplear el nuevo insumo. Las ventajas del gas natural eran enormes: protección contra las sequías, precios bastante más bajos, menor contaminación (lo que en Santiago es de agradecer). Así, un 35% de la capacidad instalada pasó con el tiempo a depender del gas natural. Argentina, hermano país, garantizaba el suministro, protocolo de por medio.
Fauna argentina
Nadie contaba -claro- con un pequeño detalle: la fauna política argentina. A nadie se le ocurrió que -no por primera vez en la historia- los gobernantes argentinos harían trizas sus propios avances económicos. A comienzos de 2002, con una mezcla de devaluación, pesificación y congelamiento de tarifas, provocaron un aumento estratosférico de la demanda de gas en ese país gracias al desplome de sus precios. Un dato lo dice todo: 1.16 millones de automóviles sustituyeron los derivados de petróleo por el gas.
Las empresas, impedidas de satisfacer la demanda, porque no les era rentable explorar y perforar más pozos, fueron desbordadas por los acontecimientos. ¿El resultado? Una crisis energética y diplomática con ribetes de melodrama continental.
Tres conversaciones privadas entre Ricardo Lagos y Néstor Kirchner, dos notas diplomáticas de ida y vuelta entre ambos países, la cancelación de tres viajes de alto nivel, dos cortes de suministro de gas a Chile de los que Santiago se enteró prácticamente al mismo tiempo que las salas de redacción, un acuerdo entre Bolivia y Argentina ideado con pérfida puntería para dañar a Chile, una protesta formal de Chile ante Bolivia y una súbita intervención de Brasil no precisamente en alivio de Chile, son algunos de los episodios de este drama que ha pinchado el globo inflado durante una década. Inflado por la ilusión de que Argentina había accedido al mundo de lo previsible.
Diálogo de sordos
Toda la trama revela que Kirchner siente nula obligación para con Lagos. Por lo pronto, Lagos, a quien el decreto del 25 de marzo pilló en Punta Arenas, llama esa noche a su colega para pedirle información. Lo vuelve a llamar cuatro días después para lo mismo: quiere saber cuál es la magnitud del déficit energético argentino, y con qué anticipación se informará acerca de los cortes de luz para que Chile pueda hacer sus propias previsiones. Kirchner le dice que lo volverá a llamar 48 horas después, pero nunca más lo hace. Vuelven a hablar varias semanas después, el 23 de abril, cuando Lagos, haciendo de tripas corazón, le pide que instalen un comité técnico, le anuncia que le está enviando para ese propósito a Soledad Alvear y, en un alarde de intimidad que es también una forma de presión, le explica que la crisis está teniendo delicadas consecuencias políticas para él, lo que en un año electoral es poco conveniente. Ninguna de estas tres conversaciones produjo nunca lo que Lagos necesitaba: una mínima explicación de que cuál es la magnitud exacta -es decir fechas, metros cúbicos y plazos- del problema.
Sería un error colegir de este diálogo de sordos que la culpa de todo la tiene la falta de rigor diplomático de Kirchner. No es un arte que le sobre, sin duda. Pero hay más, mucho más.
¿Magnitud?
El gobierno argentino, según va descubriendo Santiago con pasmo, pura y simplemente no tiene la menor idea de cuál es la magnitud de su problema. No sabe si el aumento de las tarifas para uso industrial y el proyecto de ahorro doméstico mediante "premios" y "castigos" va a surtir el efecto deseado, o si el sistema va al colapso total para este invierno. La mejor prueba de ello es que el mismo 23 de abril en que Lagos y Kirchner hablan por teléfono, el secretario de Energía Daniel Cameron informa al embajador chileno en Buenos Aires, Juan Gabriel Valdés, que a partir del día siguiente aplicarán una nueva restricción de gas, que aumentará los recortes en 41% (1.1 millones de metros cúbicos diarios). Mientras Lagos intentaba devolver algo de previsibilidad y orden al tema del gas, los planes de Buenos Aires cambiaban día a día.
A la mañana siguiente, cuando la canciller Alvear regresa del viaje de pocas horas que ha hecho a Buenos Aires para reunirse con Rafael Bielsa, su par argentino, el Sistema Interconectado del Norte Grande ya está funcionando al límite de su capacidad por efecto del nuevo recorte.
Caos mental
La reacción argentina a las notas diplomáticas enviadas por Chile es igualmente ilustrativa con respecto al caos que puebla la mente del gobierno argentino frente a un asunto cuyos orígenes no comprende, cuyo alcance ignora y cuya solución lo elude. La primera nota diplomática (desde 1989 Chile no usaba ese recurso frente a su vecino) la envía la canciller Alvear el 6 de abril: se centra en el protocolo de integración gasífera firmado por ambos países en 1995. Según aquel documento, sólo puede restringirse el suministro por razones "de fuerza mayor", y en dicho caso debe haber "proporcionalidad" y "no discriminación". Es decir: los compradores argentinos y chilenos deben sufrir cortes proporcionales. La nota de Alvear pone en duda el compromiso argentino con el proceso de integración política y económica emprendido en 1990. Argentina responde, a su vez, que ese protocolo no es un tratado, pues nunca fue ratificado por el Congreso, que la ley argentina -según la cual ante la escasez de gas se debe cubrir la demanda interna antes de exportar- prima sobre dicho documento, que reconoce que no sabe cuánto gas le hace falta y que es grave que se ponga en duda su compromiso de integración. El jueves 8 de abril Alvear vuelve a la carga y reclama el respeto al protocolo.
La respuesta es la cancelación, pocos días más tarde, del viaje del canciller argentino Rafael Bielsa a Santiago, en principio previsto para el 15 de abril. Es la primera de tres cancelaciones a lo largo del mes. ¿A qué se deben? Una razón inmediata es obvia: el gobierno argentino no sabe qué información dar a Chile, pues no tiene la menor idea de cuál es el alcance y por tanto la duración prevista de la crisis, lo que implica que no sabe qué ofrecer.
Aumento de tono
A estas alturas, Lagos tiene muy claro el cacao mental que reina en Buenos Aires. El tono de sus declaraciones ha ido subiendo. En la primera, el 3 de abril, dijo que "las relaciones se trizaron un poco", en respuesta a la caída del suministro en 20%. Pero desde Sudáfrica, el 27 de abril, el Presidente chileno, usando exquisiteces diplomáticas, puso en evidencia que la ignorancia es el problema de fondo: "Eso (los cortes) es expresión de una situación demasiado fluida en Argentina, de que ellos no tienen claridad sobre lo que está ocurriendo en este momento".
Factor Mesa
El conflicto diplomático no se circunscribe a la relación bilateral. Bolivia, cuyo presidente, Carlos Mesa, no pierde ocasión de ganar puntos internos a costa de Chile, firmó el 21 de abril en Buenos Aires lo que ya había ofrecido semanas antes: un acuerdo para la exportación de cuatro millones de metros cúbicos diarios de gas a Argentina por 6 meses, con la prohibición explícita de reenviar el combustible a "un tercer país". La nota que la Cancillería entregó al embajador boliviano (al que hizo regresar desde Valparaíso a Santiago a toda carrera), protestando por el daño infligido al proceso de integración y al ordenamiento internacional, en realidad hubiera querido enviársela al gobierno argentino por haber aceptado hacerse copartícipe de la afrenta. Pero no lo hizo para evitar el agravamiento del conflicto.
Confrontación ideológica
Ese acuerdo indica a las claras que en Buenos Aires ya no hay sólo incompetencia política, falta de formas diplomáticas y cierta antipatía hacia Chile. Hay algo más: una estrategia de confrontación ideológica contra un país que encarna el modelo exactamente contrario al que Kirchner quiere implantar (acaban de anunciar, ay, la futura creación de una petrolera estatal). Que el modelo chileno esté hoy protegido por un socialista es algo que deslegítima a Kirchner ante su propio auditorio. Una interesante indicación de ello la dio el jefe del gabinete argentino, Alberto Fernández, cuando, el miércoles 28 de abril, en referencia a la prensa de su propio país, dijo: "Me sorprende escuchar a muchos medios más preocupados por mandar gas a Chile que los argentinos tengan el gas que garantice su desarrollo". Esta declaración delata lo consciente que es Kirchner con respecto a la existencia, al otro lado de la frontera, de un modelo exitoso que es la negación de lo que él representa. Teme lo que ya está ocurriendo: que sus propios compatriotas se lo recuerden. Para un populista nacido nada menos que en Santa Cruz esto es insoportable.
Kirchner, estatista
Empieza por beber agua bendita -escribió Pascal- y acabarás creyendo. Kirchner empezó criticando las privatizaciones y acabó estatizando el correo y, ahora, anunciando que el Estado pasará a controlar buena parte del mercado energético.
Ese proyecto dirigista sólo tiene un obstáculo: el modelo chileno. Por eso no siente, midiendo la secuencia de los episodios de esta crisis, que en el fondo se está frotando las manos con el efecto que la penuria de gas va teniendo en Chile.
Un efecto que hasta ahora sólo ha supuesto el anuncio del aumento en 3,2% de las tarifas eléctricas para mayo, pero que, dadas las circunstancias, puede ir a peores. Mucho peores. Nunca fue más obvio que los adversarios de la idea de Chile -más que de Chile mismo- están a la espera de cualquier circunstancia para cobrarse desquites ideológicos y políticos. Primero fue Chávez, luego Mesa, ahora Kirchner.
¿Contrapeso de Lula?
¿Quién puede hacer contrapeso? Podría hacerlo Brasil, pero existe desde hace mucho una cierta tensión permanente, muy sutil, pero perceptible, entre ambos, por razones geopolíticas.
Que "Lula" haya evitado cometer los desatinos que le auguraban todos -y que él mismo prometía- no significa que sea un aliado político o ideológico del modelo chileno, de la "idea" de Chile. El 26 de abril, en una reunión de los responsables en materia de energía de Brasil, Argentina y Bolivia ocurrida en Río, la representante brasileña anunció un proyecto de "integración energética" entre los tres países. La oportunidad del anuncio -y Brasil, que tiene la diplomacia más experimentada del continente, sabe bien estas cosas- lo hizo parecer como un cerco contra Chile. Aunque el canciller Celso Amorim dio a su homóloga chilena garantías de que se trata de una estrategia para potenciar el desarrollo de todo el Cono Sur, queda claro que Chile no tiene precisamente una abundancia de aliados.
Consuelo chileno
El único consuelo que queda a Santiago es que sus rivales van camino al descalabro económico, tarde o temprano. Y por tanto tendrán menos ocasión de hostilizarlo de un modo eficaz en el futuro.
Sí, Argentina creció 8% en el 2003, pero fue por el efecto "rebote" del descalabro anterior, por los efectos de la devaluación en las exportaciones y por consumo de un capital que ya estaba allí. Con controles tarifarios, planificación centralizada, creación de empresas estatales, discursos paleolíticos contra los privados y constructivismos regionales, Kirchner no podrá sostener el crecimiento y acabará donde terminaron la larga lista de antecesores que hicieron cosas parecidas. Por lo demás, Lagos ha dicho a empresarios y a dirigentes de la Concertación que ha ayudado a Kirchner, mediante gestiones en Washington, a resolver la reciente negociación con el FMI gracias a la cual pudo recibir dinero fresco.
En cuanto a Mesa, cuyo calculado nacionalismo tampoco podrá sostenerse en el tiempo mientras no produzca resultados económicos, hay más gas que sustancia. Brasil, por su parte, no logra aún salir del estancamiento.
Dice mucho del actual estado de cosas en el mundo de las relaciones latinoamericanas que para Chile estas tribulaciones de sus vecinos sean el único consuelo por la hostilidad que de un tiempo a esta parte se abate sobre el más exitoso país de la región. Lo que uno no comprende es cómo pudo Chile confiar en la clase política argentina mucho más de lo que confiaron los propios argentinos.
*Informes de Francisco Artaza (Santiago), Waldo Díaz (Buenos Aires) y Marcela Alam (Sudáfrica).
Alvaro Vargas Llosa
El 25 de marzo, con el decreto 265 que autorizaba la "suspensión de las exportaciones de excedentes de gas natural que resulten útiles para el abastecimiento interno", el presidente Néstor Kirchner pinchó un globo chileno que tenía casi una década de inflado.
Chile creyó, en la segunda mitad de los '90, que estaba haciendo el negocio del siglo. Inició, en ese entonces, una reconversión de su sistema de generación eléctrica para emplear un alto porcentaje de gas natural. Sus dos sistemas, el Interconectado Central y el Interconectado del Norte Grande, fueron adaptados con modernas plantas térmicas para emplear el nuevo insumo. Las ventajas del gas natural eran enormes: protección contra las sequías, precios bastante más bajos, menor contaminación (lo que en Santiago es de agradecer). Así, un 35% de la capacidad instalada pasó con el tiempo a depender del gas natural. Argentina, hermano país, garantizaba el suministro, protocolo de por medio.
Fauna argentina
Nadie contaba -claro- con un pequeño detalle: la fauna política argentina. A nadie se le ocurrió que -no por primera vez en la historia- los gobernantes argentinos harían trizas sus propios avances económicos. A comienzos de 2002, con una mezcla de devaluación, pesificación y congelamiento de tarifas, provocaron un aumento estratosférico de la demanda de gas en ese país gracias al desplome de sus precios. Un dato lo dice todo: 1.16 millones de automóviles sustituyeron los derivados de petróleo por el gas.
Las empresas, impedidas de satisfacer la demanda, porque no les era rentable explorar y perforar más pozos, fueron desbordadas por los acontecimientos. ¿El resultado? Una crisis energética y diplomática con ribetes de melodrama continental.
Tres conversaciones privadas entre Ricardo Lagos y Néstor Kirchner, dos notas diplomáticas de ida y vuelta entre ambos países, la cancelación de tres viajes de alto nivel, dos cortes de suministro de gas a Chile de los que Santiago se enteró prácticamente al mismo tiempo que las salas de redacción, un acuerdo entre Bolivia y Argentina ideado con pérfida puntería para dañar a Chile, una protesta formal de Chile ante Bolivia y una súbita intervención de Brasil no precisamente en alivio de Chile, son algunos de los episodios de este drama que ha pinchado el globo inflado durante una década. Inflado por la ilusión de que Argentina había accedido al mundo de lo previsible.
Diálogo de sordos
Toda la trama revela que Kirchner siente nula obligación para con Lagos. Por lo pronto, Lagos, a quien el decreto del 25 de marzo pilló en Punta Arenas, llama esa noche a su colega para pedirle información. Lo vuelve a llamar cuatro días después para lo mismo: quiere saber cuál es la magnitud del déficit energético argentino, y con qué anticipación se informará acerca de los cortes de luz para que Chile pueda hacer sus propias previsiones. Kirchner le dice que lo volverá a llamar 48 horas después, pero nunca más lo hace. Vuelven a hablar varias semanas después, el 23 de abril, cuando Lagos, haciendo de tripas corazón, le pide que instalen un comité técnico, le anuncia que le está enviando para ese propósito a Soledad Alvear y, en un alarde de intimidad que es también una forma de presión, le explica que la crisis está teniendo delicadas consecuencias políticas para él, lo que en un año electoral es poco conveniente. Ninguna de estas tres conversaciones produjo nunca lo que Lagos necesitaba: una mínima explicación de que cuál es la magnitud exacta -es decir fechas, metros cúbicos y plazos- del problema.
Sería un error colegir de este diálogo de sordos que la culpa de todo la tiene la falta de rigor diplomático de Kirchner. No es un arte que le sobre, sin duda. Pero hay más, mucho más.
¿Magnitud?
El gobierno argentino, según va descubriendo Santiago con pasmo, pura y simplemente no tiene la menor idea de cuál es la magnitud de su problema. No sabe si el aumento de las tarifas para uso industrial y el proyecto de ahorro doméstico mediante "premios" y "castigos" va a surtir el efecto deseado, o si el sistema va al colapso total para este invierno. La mejor prueba de ello es que el mismo 23 de abril en que Lagos y Kirchner hablan por teléfono, el secretario de Energía Daniel Cameron informa al embajador chileno en Buenos Aires, Juan Gabriel Valdés, que a partir del día siguiente aplicarán una nueva restricción de gas, que aumentará los recortes en 41% (1.1 millones de metros cúbicos diarios). Mientras Lagos intentaba devolver algo de previsibilidad y orden al tema del gas, los planes de Buenos Aires cambiaban día a día.
A la mañana siguiente, cuando la canciller Alvear regresa del viaje de pocas horas que ha hecho a Buenos Aires para reunirse con Rafael Bielsa, su par argentino, el Sistema Interconectado del Norte Grande ya está funcionando al límite de su capacidad por efecto del nuevo recorte.
Caos mental
La reacción argentina a las notas diplomáticas enviadas por Chile es igualmente ilustrativa con respecto al caos que puebla la mente del gobierno argentino frente a un asunto cuyos orígenes no comprende, cuyo alcance ignora y cuya solución lo elude. La primera nota diplomática (desde 1989 Chile no usaba ese recurso frente a su vecino) la envía la canciller Alvear el 6 de abril: se centra en el protocolo de integración gasífera firmado por ambos países en 1995. Según aquel documento, sólo puede restringirse el suministro por razones "de fuerza mayor", y en dicho caso debe haber "proporcionalidad" y "no discriminación". Es decir: los compradores argentinos y chilenos deben sufrir cortes proporcionales. La nota de Alvear pone en duda el compromiso argentino con el proceso de integración política y económica emprendido en 1990. Argentina responde, a su vez, que ese protocolo no es un tratado, pues nunca fue ratificado por el Congreso, que la ley argentina -según la cual ante la escasez de gas se debe cubrir la demanda interna antes de exportar- prima sobre dicho documento, que reconoce que no sabe cuánto gas le hace falta y que es grave que se ponga en duda su compromiso de integración. El jueves 8 de abril Alvear vuelve a la carga y reclama el respeto al protocolo.
La respuesta es la cancelación, pocos días más tarde, del viaje del canciller argentino Rafael Bielsa a Santiago, en principio previsto para el 15 de abril. Es la primera de tres cancelaciones a lo largo del mes. ¿A qué se deben? Una razón inmediata es obvia: el gobierno argentino no sabe qué información dar a Chile, pues no tiene la menor idea de cuál es el alcance y por tanto la duración prevista de la crisis, lo que implica que no sabe qué ofrecer.
Aumento de tono
A estas alturas, Lagos tiene muy claro el cacao mental que reina en Buenos Aires. El tono de sus declaraciones ha ido subiendo. En la primera, el 3 de abril, dijo que "las relaciones se trizaron un poco", en respuesta a la caída del suministro en 20%. Pero desde Sudáfrica, el 27 de abril, el Presidente chileno, usando exquisiteces diplomáticas, puso en evidencia que la ignorancia es el problema de fondo: "Eso (los cortes) es expresión de una situación demasiado fluida en Argentina, de que ellos no tienen claridad sobre lo que está ocurriendo en este momento".
Factor Mesa
El conflicto diplomático no se circunscribe a la relación bilateral. Bolivia, cuyo presidente, Carlos Mesa, no pierde ocasión de ganar puntos internos a costa de Chile, firmó el 21 de abril en Buenos Aires lo que ya había ofrecido semanas antes: un acuerdo para la exportación de cuatro millones de metros cúbicos diarios de gas a Argentina por 6 meses, con la prohibición explícita de reenviar el combustible a "un tercer país". La nota que la Cancillería entregó al embajador boliviano (al que hizo regresar desde Valparaíso a Santiago a toda carrera), protestando por el daño infligido al proceso de integración y al ordenamiento internacional, en realidad hubiera querido enviársela al gobierno argentino por haber aceptado hacerse copartícipe de la afrenta. Pero no lo hizo para evitar el agravamiento del conflicto.
Confrontación ideológica
Ese acuerdo indica a las claras que en Buenos Aires ya no hay sólo incompetencia política, falta de formas diplomáticas y cierta antipatía hacia Chile. Hay algo más: una estrategia de confrontación ideológica contra un país que encarna el modelo exactamente contrario al que Kirchner quiere implantar (acaban de anunciar, ay, la futura creación de una petrolera estatal). Que el modelo chileno esté hoy protegido por un socialista es algo que deslegítima a Kirchner ante su propio auditorio. Una interesante indicación de ello la dio el jefe del gabinete argentino, Alberto Fernández, cuando, el miércoles 28 de abril, en referencia a la prensa de su propio país, dijo: "Me sorprende escuchar a muchos medios más preocupados por mandar gas a Chile que los argentinos tengan el gas que garantice su desarrollo". Esta declaración delata lo consciente que es Kirchner con respecto a la existencia, al otro lado de la frontera, de un modelo exitoso que es la negación de lo que él representa. Teme lo que ya está ocurriendo: que sus propios compatriotas se lo recuerden. Para un populista nacido nada menos que en Santa Cruz esto es insoportable.
Kirchner, estatista
Empieza por beber agua bendita -escribió Pascal- y acabarás creyendo. Kirchner empezó criticando las privatizaciones y acabó estatizando el correo y, ahora, anunciando que el Estado pasará a controlar buena parte del mercado energético.
Ese proyecto dirigista sólo tiene un obstáculo: el modelo chileno. Por eso no siente, midiendo la secuencia de los episodios de esta crisis, que en el fondo se está frotando las manos con el efecto que la penuria de gas va teniendo en Chile.
Un efecto que hasta ahora sólo ha supuesto el anuncio del aumento en 3,2% de las tarifas eléctricas para mayo, pero que, dadas las circunstancias, puede ir a peores. Mucho peores. Nunca fue más obvio que los adversarios de la idea de Chile -más que de Chile mismo- están a la espera de cualquier circunstancia para cobrarse desquites ideológicos y políticos. Primero fue Chávez, luego Mesa, ahora Kirchner.
¿Contrapeso de Lula?
¿Quién puede hacer contrapeso? Podría hacerlo Brasil, pero existe desde hace mucho una cierta tensión permanente, muy sutil, pero perceptible, entre ambos, por razones geopolíticas.
Que "Lula" haya evitado cometer los desatinos que le auguraban todos -y que él mismo prometía- no significa que sea un aliado político o ideológico del modelo chileno, de la "idea" de Chile. El 26 de abril, en una reunión de los responsables en materia de energía de Brasil, Argentina y Bolivia ocurrida en Río, la representante brasileña anunció un proyecto de "integración energética" entre los tres países. La oportunidad del anuncio -y Brasil, que tiene la diplomacia más experimentada del continente, sabe bien estas cosas- lo hizo parecer como un cerco contra Chile. Aunque el canciller Celso Amorim dio a su homóloga chilena garantías de que se trata de una estrategia para potenciar el desarrollo de todo el Cono Sur, queda claro que Chile no tiene precisamente una abundancia de aliados.
Consuelo chileno
El único consuelo que queda a Santiago es que sus rivales van camino al descalabro económico, tarde o temprano. Y por tanto tendrán menos ocasión de hostilizarlo de un modo eficaz en el futuro.
Sí, Argentina creció 8% en el 2003, pero fue por el efecto "rebote" del descalabro anterior, por los efectos de la devaluación en las exportaciones y por consumo de un capital que ya estaba allí. Con controles tarifarios, planificación centralizada, creación de empresas estatales, discursos paleolíticos contra los privados y constructivismos regionales, Kirchner no podrá sostener el crecimiento y acabará donde terminaron la larga lista de antecesores que hicieron cosas parecidas. Por lo demás, Lagos ha dicho a empresarios y a dirigentes de la Concertación que ha ayudado a Kirchner, mediante gestiones en Washington, a resolver la reciente negociación con el FMI gracias a la cual pudo recibir dinero fresco.
En cuanto a Mesa, cuyo calculado nacionalismo tampoco podrá sostenerse en el tiempo mientras no produzca resultados económicos, hay más gas que sustancia. Brasil, por su parte, no logra aún salir del estancamiento.
Dice mucho del actual estado de cosas en el mundo de las relaciones latinoamericanas que para Chile estas tribulaciones de sus vecinos sean el único consuelo por la hostilidad que de un tiempo a esta parte se abate sobre el más exitoso país de la región. Lo que uno no comprende es cómo pudo Chile confiar en la clase política argentina mucho más de lo que confiaron los propios argentinos.
*Informes de Francisco Artaza (Santiago), Waldo Díaz (Buenos Aires) y Marcela Alam (Sudáfrica).
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