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lunes, 17 de septiembre de 2018

NUESTROS VICIOS

No somos capaces de soportar nuestros vicios... ni tampoco su remedio Por Pablo Dócimo - 17/09/2018 El médico le pide que le cuente cuáles son sus hábitos, y el buen señor comienza con su relato, que es más o menos así: “Bueno... fumo dos paquetes de cigarrillos por día, desde los 15 años. También, a esa edad comencé a consumir alcohol; tomo una cajita de vino en el almuerzo y otra con la cena, y por lo general a la tarde me tomo dos o tres cervezas, y después de cenar media botella de whisky, todos los días”. Y agrega: “También consumo algo de cocaína... no mucho, dos o tres gramos por día, tanto como para despabilarme de la somnolencia que me produce el alcohol, y antes de dormir me fumo un porro porque me ayuda a relajarme”. Después de escucharlo atentamente, el médico le responde más o menos de la siguiente manera: “Mire... para empezar, va a tener que dejar de fumar, de consumir alcohol, cocaína y marihuana. Eso es fundamental. Si hace solamente eso y comienza a llevar una vida sana verá que su salud comenzará a mejorar muy pronto”. El señor en cuestión se levanta y mientras se dirige a la puerta para irse le dice al doctor: “Noooo, de ninguna manera, no pienso dejar ninguno de mis hábitos. Yo quiero tener buena salud, pero quiero seguir haciendo exactamente lo mismo que hago hace más de 50 años”. Esta historia, que es ficticia, obviamente, es perfectamente aplicable a nuestra historia, la de los argentinos.Desde hace más de 60 años venimos padeciendo la misma enfermedad, que no es más que el producto de nuestros propios vicios. Y como en la historia del enfermo, cada nuevo gobierno, en lugar de tratar de curar nuestros males, trata de hacernos seguir subsistiendo, como se pueda, manteniendo nuestros malos hábitos. Tan enfermos estamos que no aceptamos, como sociedad, ni si quiera el menor tratamiento. Piense usted, estimado lector, ¿qué gobierno pudo, realmente, controlar la inflación? En la inmensa mayoría de las naciones es algo que despareció; incluso en muchos países la gente común no tiene la más mínima idea de qué se trata. Y ponemos el fenómeno inflacionario que venimos padeciendo desde hace décadas solo a modo de ejemplo, que en cierta manera es el más representativo y el que reúne, en definitiva, todos nuestros males. Pero no es el único, y como suele ocurrir con las enfermedades que no son tratadas, y por consiguiente no son controladas, indefectiblemente tienden a empeorar. La lista de nuestras enfermedades es casi infinita, en la que podríamos agregar el gigantesco aparato burocrático administrativo del estado, que además de ineficiente es harto deficitario, el distorsivo y perverso sistema impositivo, uno de los peores del mundo, y como si fuese poco, un sistema de leyes laborales que hacen que la industria del juicio esté a la orden del día, amparado esto con un sindicalismo cómplice cuasi delincuente. Ningún gobierno se anima a achicar el déficit fiscal, o a achicar el aparato estatal, sino todo lo contrario; cada nueva administración tiende a agrandarlo y hacerlo aún más deficitario. Otro caso: el garantismo. A partir de la "teoría Zaffaroni",y con el apoyo del kirchnerismo, empezó a prosperar en nuestro país la mal llamada "justicia garantista". Convengamos que simplemente desde que comenzamos a llamar a una teoría jurídica como "garantismo"es un despropósito, ya que el Poder Judicial debe garantizar, per se, la justa y correcta aplicación de las leyes. Por lo tanto, es más que contradictorio hablar de "justicia garantista". Siguiendo con la enfermedad de nuestra justicia, que no termina ahí, sino que muy por el contrario es mucho más grave, pensemos que desde 1983 a la fecha, los argentinos nos llenamos la boca hablando de democracia, los tres poderes, la independencia de los mismos, el sistema republicano y federal y “bla bla bla” pero —lamentablemente siempre hay un, pero—si la Justicia no funciona, no hay estado de derecho ni tienen sentido las instituciones, es así de simple. Y es que la justicia argentina tiene "solo"tres defectos. El primero es que es lenta; el segundo es que siempre estuvo bajo sospecha de corrupción; y el tercero es, simplemente, la suma de los dos anteriores, que la hace totalmente ineficiente. Para no hacer la lista tan larga y caer en el aburrimiento, podemos finalizar con "el problema de los problemas", nuestros políticos. Para demostrar esto último, lo invito a hacer el siguiente ejercicio en dos pasos: Primero piense usted, o imagine, la cantidad de políticos que viven de un sueldo estatal en nuestro país más los gastos que estos generan. Ministerios, secretarías, sub secretarías, senadores, diputados, concejales, consejeros escolares... pero a esto debemos agregarle asesores, secretarios personales, choferes, despachos, autos, pasajes, etc. multiplicado por provincias y municipios. El segundo paso consta en multiplicar todo eso por los años (para ser generosos)que tenemos de democracia. Hechos ya estos dos cálculos, reflexione si existe algún político (salvo alguna honrosa excepción, que seguramente debe haber)que justifique con su "trabajo", logros y/o proyectos las sumas de dinero que cobraron y que siguen o seguirán cobrando gracias a jubilaciones de privilegio. Alguien dijo aluna vez: "La política sirve cuando los políticos pueden cambiar, para mejor, la vida de la gente".En Argentina, es exactamente al revés, la política sirve para que la gente mejore la vida de los políticos. Por lo tanto, ellos nunca solucionarán nuestros problemas, porque son ellos, precisamente, “el”problema. Sin embargo, tampoco debemos olvidar que nuestros políticos son personas que nacieron, viven, y se educaron en nuestro país, y tienen, por lo tanto, la impronta e idiosincrasia argentina. Dice Tito Livio en su Historia de Roma: «…primero una especie de relajación, después cómo perdieron base cada vez más y luego cómo comenzaron a derrumbarse hasta que se llegó a estos tiempos en que no somos capaces de soportar nuestros vicios ni su remedio». Exactamente lo mismo aplica para la Argentina.

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