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¿Quousque tandem abutere, Cristina Kirchner, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?
¿Quousque tandem abutere, Cristina Kirchner, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?
EL PUEBLO QUIERE SABER:
lunes, 18 de febrero de 2013
LA PAPISA
Antes, arquitecta egipcia; ahora, papisa
“La primera fuerza que dirige el mundo es la mentira.” Jean-François Revel
Realmente, la tradición de la Iglesia católica nos ha puesto a salvo de un peligro que nunca hubiéramos imaginado hasta el viernes, cuando doña Cristina, desde la Patagonia, comunicó al mundo que, de no existir tal regla, ella sería papisa.
Más complicada aún que ese nuevo disparate –no olvidemos el “poco de miedito” que, dijo, debíamos tenerle- fue su encendida afirmación que atribuyó el crecimiento, lamentablemente no confirmado por la realidad, en la producción nacional de petróleo y gas a que las empresas reinvierten en el país las ganancias que, antes, distribuían entre sus accionistas.
Olvidó la señora Presidente que, para concretar la forzada venta de un porcentaje importante de YPF a los Eskenazi, familia que sólo sabía de petróleo lo necesario para hacer llenar el tanque de su auto, pese a lo cual Repsol le cedió la administración de la empresa y, además, debió prestar el dinero necesario para pagar la compra, los españoles y los argentinos habían firmado un contrato que imponía la distribución del 95% de las utilidades (en la industria petrolera mundial, nadie distribuye más del 25/35% y se reinvierte el resto) para que los nuevos dueños pudieran devolver el préstamo, y que ese acuerdo fue aprobado por escrito por Patotín Moreno y por don Néstor (q.e.p.d.).
Es decir que, para repartirse esas ganancias –el primer año incluyeron a las no distribuidas en el ejercicio anterior, por lo cual llegaron al 140%- y quedar todos contentos –los Kirchner, perdón, los Esquenazi, porque se habían apoderado del 25% de la empresa sin poner un peso, y Repsol porque se llevaba todas las ganancias y podía empezar a irse del país que había congelado sus precios y le prohibía retirar sus propios dividendos- la Argentina sacrificó sus reservas de hidrocarburos, a un costo equivalente, según Alieto Guadagni, a quinientos millones de cabezas de ganado; para tener una noción de qué significa eso, piense que la nefasta y estúpida política ganadera del kirchnerismo nos hizo perder “sólo” doce millones.
Ahora, nuestra frustrada papisa reescribió la historia y Él, que resultó una pieza esencial para la privatización original de YPF, aparece como un primigenio cruzado de la estatización/confiscación de la maltrecha empresa que preside don Galluchio, que no ha podido obtener un solo dólar extranjero para invertir en ella, que hoy vale en el mercado casi la mitad de su precio de venta original.
Tal como preveíamos la semana pasada, el tema del acuerdo con Irán sigue haciendo un mal ruido para el Gobierno, ya que ha significado nada menos que la destrucción definitiva de los importantes nexos que había construido con la comunidad judía y con Israel, que tantos réditos les reportara. Claro que la revelación del negocio de Fabricaciones Militares –a la cual se atribuyó la propiedad de la tecnología de combustibles misilísticos- con una empresa venezolana puesta por Estados Unidos en la lista negra por sus vínculos con el régimen de los ayatollhas y la enorme similitud entre el reactor iraní y el argentino, no ha hecho otra cosa que enturbiar todavía más las razones de doña Cristina para apurar el trámite legislativo, como reveló don Multiuso Pichetto ante un no previsto micrófono abierto.
La señora Presidente, con la no razonada colaboración de las bancadas oficialistas en el Congreso, nos ha metido de lleno en el peor conflicto del presente, que enfrenta a todo el mundo occidental –nuestros socios naturales- con un país teocrático, que desconoce la democracia y que pisotea los derechos humanos, amén de pretender la destrucción total de Israel. Realmente, y mirándolo por donde se lo mire, un alto costo para la Argentina, que pagarán las futuras generaciones y que nos hundirá aún más en la decadencia y la insignificancia.
Pero todo está permitido en el universo particular de doña Cristina: indignarse cuando su propia tropa es escrachada y organizar episodios idénticos contra sus “enemigos”; batallar por los derechos humanos sólo cuando conviene; mentir sin ningún prurito ni vergüenza; negar la inflación y pretender que se puede vivir con $ 6 diarios; destruir la economía y llamarlo éxito; aislarnos del mundo; impedir el desarrollo por falta de inversiones; liderar los rankings de falta de transparencia y de competitividad, de inflación y de corrupción; invertir más dinero en peor educación; poner cepos al dólar y a la publicidad; atacar despiadadamente a la Justicia y desconocer sus fallos; inventar viviendas, hospitales y escuelas no construidos; cambiar normas y reglamentos a voluntad, y no escribirlo nunca; proteger, sin límites, a los funcionarios venales; alquilar a los jueces que deben investigar al poder; robar impunemente los fondos de Santa Cruz y las tierras fiscales de Calafate; incrementar inexplicablemente los patrimonios; recibir valijas chavistas y embarcar toneladas de drogas en aeropuertos militares; hundir barcos amarrados; pelearnos con Inglaterra por Malvinas y asociarnos con empresas británicas que exploran petróleo allí; celebrar el embargo de la Libertad y alquilar aviones ingleses por no poder usar el Tango 01; llevar a empresarios truchos y falsificadores a inexplicables giras comerciales; construir un impresionante imperio multimediático e imputar la autoría de todos los males a la prensa libre; dejar al país sin energía; y miles de etcéteras que, seguramente, usted mismo enumerará.
Esto, el modo de gobernar, es lo que se deberá poner en discusión en octubre, salvo que, como me temo y he explicado, la señora de Kirchner se convenza de la imposibilidad de lograr su reelección y decida, para evitar convertirse en pato rengo –en el imaginario cristinista, sin gobernabilidad autocrática- incendiar el país y suspender las elecciones, cualquiera sea el precio a pagar por ello.
ROU, 18 Feb 13
Enrique Guillermo Avogadro
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