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jueves, 2 de diciembre de 2010

El pecado social no permite el compromiso con el bien común

Los obispos de la región Patagonia-Comahue renovaron su compromiso de “ayudar a realizar una sociedad sin excluidos, en justicia y solidaridad”, e invitaron a “imaginar una sociedad así, donde todos nos sintamos responsables de la realización de un proyecto que no excluye a nadie ni por su cultura, ni por medios económicos, ni por su religión, ni por su sexo, que propone en la verdad, una convivencia en plenitud, posibilitada y transformada por este Niño que nace”.

Los prelados explicaron que “tal proyecto de País implica tener instituciones reconocidas y estimadas, cuidadas y aceptadas como necesarias, para la realización plena de cada persona y de la sociedad en sí”, por lo que llamaron a valorar “al matrimonio, y a la familia primera y fundamental institución de la sociedad, al estado con la autonomía de sus poderes (el poder judicial, el poder legislativo y el poder ejecutivo), a las escuelas y universidades educadoras de personas y al trabajo dignificante del hombre”.

“Estas instituciones esenciales a la persona y a la sociedad no se pueden desconocer, lastimar con críticas injustas y a menudo falsas, despreciar y vulnerar impunemente. Tampoco se pueden ‘usar como trampolín’ para la obtención de fines vacíos. Son para el bien común de todos; forman parte de ese plan de vida plena que todos merecemos disfrutar y gozar. Son esenciales para que la Patria pueda ser esa casa de todos y para todos, que nuestros próceres soñaron y por la que gastaron sus vidas”, subrayaron.

Tras asegurar que “no nos equivocarnos si decimos que hoy todas estas instituciones están profundamente ‘heridas’” y que “muchas de ellas no alcanzan a sumar la adhesión de los conciudadanos”, señalaron que, al contrario, “hay un manifiesto descreimiento y una fuerte crítica hacia ellas. Pero en realidad lo que hay es mucho dolor por su creciente deterioro”.

“No se sabe en quiénes confiar, y cómo lograr la sociedad justa, reconciliada e incluyente que anhelamos. En la búsqueda de una justicia más rápida y eficaz, y de leyes que tengan en cuenta las aspiraciones de muchos, con frecuencia se recurre a manifestaciones públicas, a marchas de protestas, porque no se confía más ni en los hombres de la justicia, ni en los legisladores”, lamentaron.

Asimismo, consideraron que “ciertas manifestaciones populares son artificiosamente creadas para ‘torcer el brazo’ de alguno de los poderes o para conseguir un resultado desnaturalizado, porque es para provecho sólo de algunos y no de toda la comunidad. Lejos entonces de aportar un bien, se va profundizando el deterioro de las instituciones, que son vitales para el bien de la persona y de la sociedad”.

“La ausencia de la familia, como espacio natural de comunión y de contención, la caída del nivel de la educación pública y la falta de perspectivas de futuro, precipita a muchos jóvenes en la soledad, que los empuja luego a buscar refugio en las adicciones, y en algunos casos hasta en el suicidio”, precisaron.

Sostuvieron que “demasiados son los síntomas de esa herida que sufre hoy nuestra sociedad. En cada herida reconocemos una causa que la produce”, y estimaron que “se trata de un desorden provocado por la ambición personal, por el egoísmo, por mezquinos intereses sectoriales o ideológicos, por la falta de referencia a Dios y a la fuerza transformante de su amor”.

En una palabra, aseveraron, “por el pecado personal y por las estructuras que condicionan -ignorancia, complicidad, facilismo- y dan lugar al llamado pecado social que debemos superar con un humilde retorno a Dios que posibilite una participación libre y comprometida de todos los ciudadanos en la búsqueda del bien común”.

Los obispos patagónicos consideraron que “este tiempo de Navidad puede ser un momento bueno para que hagamos una honda reflexión que nos permita descubrir la novedad y estilo de vida que nos propone el Niño de Belén, impulsándonos a buscar los caminos de la conversión personal y social, en pos de un Bicentenario sin pobreza y sin exclusiones”.

“Por lo tanto, la Navidad no debiera reducirse a una fiesta folclórica con arbolitos, lamparitas de color, Papás Noel que invitan a comprar y gastar… El recordar y revivir cada año la Navidad es aceptar el plan de amor de Dios, es descubrir en Jesús que ‘el camino para llegar a la Vida es el Amor, no entendido como sentimiento, sino como servicio a los demás’, decía el papa Benedicto XVI, y que sólo en Él encontramos cómo ser plenamente felices. Cada Navidad es revivir el comienzo histórico de ese plan de Dios para que cada uno pueda hacerlo suyo en todos los tiempos y lugares”, concluyeron.

El mensaje de Navidad conjunto lleva la firma de los obispos Virginio Bressanelli, coadjutor de Neuquén; Marcelo Cuenca, de Alto Valle del Río Negro; Joaquín Gimeno Lahoz, de Comodoro Rivadavia; Esteban Laxague, de Viedma; Fernando Maletti, de San Carlos de Bariloche; Marcelo Melani, de Neuquén; Juan Carlos Romanín, de Río Gallegos; José Slaby, de la Prelatura de Esquel; Miguel Hesayne, emérito de Viedma; y Néstor Navarro y José Pedro Pozzi, eméritos del Alto Valle del Río Negro.+


Texto completo del mensaje

NAVIDAD 2010

Mensaje de los obispos de la región Patagonia-Comahue para la Navidad 2010

“Dios se hace hombre, Dios se hace historia
La historia es camino de salvación”

1. Cada año la Navidad se nos presenta con un mensaje simple, pero siempre nuevo. Simple porque nos trae la buena noticia que ha nacido un niño; un hecho de todos los días, de todas las horas. Nuevo porque cada niño es distinto, tiene potencialidades propias, características propias, un futuro suyo. Cada niño es un don para los demás, para su familia, la patria, la Iglesia y la humanidad. En cada niño llega una novedad a la historia.
Y siendo que ese niño que nace es el Hijo de Dios que se hace hombre, aunque pequeño y frágil, trae consigo una novedad que desborda todo cálculo humano.
Jesús nace para revelarnos y manifestarnos con su vida y su palabra la Buena Noticia que Dios es Padre; un Padre bueno que quiere lo mejor para cada uno de los hombres y de las mujeres: quiere la felicidad plena y verdadera. Pero no en un contexto mágico. Dios, por medio de Jesucristo, entra en diálogo con nosotros, nos propone su plan, nos invita a asumir este proyecto desde nuestra participación libre y comprometida.
La Navidad es comienzo e invitación de todo esto. Jesús, el primero de todos, acepta, hace suyo el proyecto de amor del Padre, y nos da su gracia para que también nosotros podamos aceptarlo y vivirlo.

2. Toda la vida de Jesús es una constante escucha del Padre, de su Palabra, de su Amor y una respuesta incondicional y allí, en esa entrega, Jesús encuentra la vida plena. Cabe recordar aquí las palabras de Jesús a María y a José cuando lo buscaban angustiadamente: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc. 2,49). De este modo Jesús nos señala el camino que plenifica la vida humana: la obediencia total al Padre Dios.
Esa adhesión incondicional al Padre, llevará a Jesús a situaciones de rechazo y de incomprensiones, y a la muerte en cruz. Jesús reafirma en cada momento que en la voluntad del Padre está la vida plena.
Jesús recorre este camino de plenitud, desde su nacimiento, participando activamente en su sociedad y en las instituciones que la formaban. Vivió así en una familia, se unió a la sinagoga y al Templo, con todo lo que de religioso y civil tenían. Críticamente vivió la situación social y política de su pueblo, y desde el proyecto de felicidad del Padre aportó a la renovación de esas instituciones. Recordemos algunas de las expresiones que nos traen los Evangelios, expresiones que nos manifiestan que el proyecto de felicidad que nos ofrece el Padre se va realizando desde y por medio de instituciones concretas, siempre necesarias y al mismo tiempo, sujetas a purificaciones. Respecto a la familia se dice en el Evangelio: “Jesús regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos” (Lc. 2,51). Frente a las autoridades: “aquellos a quienes se consideran gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario el que quiera ser grande que se haga servidor de ustedes, y el que quiera ser el primero que se haga servidor de todos” (Mc. 10,42-44). Ante los escribas y fariseos que tenían la responsabilidad de enseñar: “hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen” (Mt. 23,2-3)

3. Hemos iniciado las celebraciones del Bicentenario de nuestra Patria (25 de mayo 2010 – 9 de julio 2016), con el anhelo de que estas celebraciones marquen profundamente este inicio del tercer milenio y el rumbo de nuestra patria.
Como Iglesia nos hemos propuesto ayudar a realizar una sociedad sin excluidos, en justicia y solidaridad. Quisiéramos invitarlos a imaginar una sociedad así, donde todos nos sintamos responsables de la realización de un proyecto que no excluye a nadie ni por su cultura, ni por sus medios económicos, ni por su religión, ni por su sexo, que propone en la verdad, una convivencia en plenitud, posibilitada y transformada por este Niño que Nace.
Tal proyecto de País implica tener instituciones reconocidas y estimadas, cuidadas y aceptadas como necesarias, para la realización plena de cada persona y de la sociedad en sí.
De allí nuestro llamada a valorar: al matrimonio, y a la familia primera y fundamental institución de la sociedad, al estado con la autonomía de sus poderes (el poder judicial, el poder legislativo y el poder ejecutivo), a las escuelas y universidades educadoras de personas y al trabajo dignificante del hombre.
Estas instituciones esenciales a la persona y a la sociedad no se pueden desconocer, lastimar con criticas injustas y a menudo falsas, despreciar y vulnerar impunemente. Tampoco se pueden ‘usar como trampolín’ para la obtención de fines vacíos. Son para el bien común de todos; forman parte de ese plan de vida plena que todos merecemos disfrutar y gozar. Son esenciales para que la Patria pueda ser esa casa de todos y para todos, que nuestros próceres soñaron y por la que gastaron sus vidas.

4. Creemos no equivocarnos si decimos que hoy todas estas instituciones están profundamente ‘heridas’. Que muchas de ellas no alcanzan a sumar la adhesión de los conciudadanos; al contrario, hay un manifiesto descreimiento y una fuerte crítica hacia ellas. Pero en realidad lo que hay es mucho dolor por su creciente deterioro.
No se sabe en quiénes confiar, y cómo lograr la sociedad justa, reconciliada e incluyente que anhelamos. En la búsqueda de una justicia más rápida y eficaz, y de leyes que tengan en cuenta las aspiraciones de muchos, con frecuencia se recurre a manifestaciones públicas, a marchas de protestas, porque no se confía más ni en los hombres de la justicia, ni en los legisladores.
Cabe señalar también que ciertas manifestaciones populares son artificiosamente creadas para ‘torcer el brazo’ de alguno de los poderes o para conseguir un resultado desnaturalizado, porque es para provecho sólo de algunos y no de toda la comunidad. Lejos entonces de aportar un bien, se va profundizando el deterioro de las instituciones, que son vitales para el bien de la persona y de la sociedad.
La ausencia de la familia, como espacio natural de comunión y de contención, la caída del nivel de la educación pública y la falta de perspectivas de futuro, precipita a muchos jóvenes en la soledad, que los empuja luego a buscar refugio en las adicciones, y en algunos casos hasta en el suicidio.
Demasiados son los síntomas de esa herida que sufre hoy nuestra sociedad. En cada herida reconocemos una causa que la produce. Se trata de un desorden provocado por la ambición personal, por el egoísmo, por mezquinos intereses sectoriales o ideológicos, por la falta de referencia a Dios y a la fuerza transformante de su amor; en una palabra, por el pecado personal y por las estructuras que condicionan (ignorancia, complicidad, facilismo) y dan lugar al llamado pecado social que debemos superar con un humilde retorno a Dios que posibilite una participación libre y comprometida de todos los ciudadanos en la búsqueda del Bien Común.

5. Este tiempo de Navidad puede ser un momento bueno para que hagamos una honda reflexión que nos permita descubrir la novedad y estilo de vida que nos propone el Niño de Belén, impulsándonos a buscar los caminos de la conversión personal y social, en pos de un Bicentenario sin pobreza y sin exclusiones.
Por lo tanto, la Navidad no debiera reducirse a una fiesta folclórica con arbolitos, lamparitas de color, Papás Noel que invitan a comprar y gastar… El recordar y revivir cada año la Navidad es aceptar el plan de amor de Dios, es descubrir en Jesús que “El camino para llegar a la Vida es el Amor, no entendido como sentimiento, sino como servicio a los demás” decía el Papa Benedicto XVI: (Ángelus del 26/9/2010) y que sólo en Él encontramos cómo ser plenamente felices. Cada Navidad es revivir el comienzo histórico de ese plan de Dios para que cada uno pueda hacerlo suyo en todos los tiempos y lugares.
¡Feliz Navidad para todos! En la esperanza cristiana y con María Madre de Jesús y nuestra, afirmamos nuestra fe en la presencia transformante de Cristo, Niño que nace, Señor de la historia. Que en la Patagonia, Él nos encuentre disponibles para realizar el sueño de Dios y construir juntos una Patria feliz para todos.
Noviembre - Diciembre del 2010

Virginio D. Bressanelli, scj, obispo Coadjutor de Neuquén
Marcelo A. Cuenca, obispo del Alto Valle del Río Negro
Joaquín Gimeno Lahoz, obispo de Comodoro Rivadavia
Esteban M. Laxague, sdb, obispo de Viedma
Fernando C. Maletti, obispo de San Carlos de Bariloche
Marcelo A. Melani, sdb, obispo de Neuquén
Juan C. Romanín, sdb, obispo de Río Gallegos
José Slaby, c.ss.r., obispo de la Prelatura de Esquel
Miguel E. Hesayne, obispo emérito de Viedma
Néstor H. Navarro y José Pedro Pozzi, sdb, obispos eméritos del Alto Valle del Río Negro

AICA - Toda la información puede ser reproducida parcial o totalmente, citando la fuente

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