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EL PUEBLO QUIERE SABER: Todos los días se descubren nuevos actos de latrocinio y corrupción del kirchnerismo / Albertismo . ¿Cuánto le costará al país los desmadres del KIRCHNERATO?

lunes, 29 de noviembre de 2010

MENTIME QUE ME GUSTA




Por Malú Kikuchi (*)

“No quiero saber que has hecho [..]

Sólo endúlzame los oídos”.

Patricia Sosa (1)

La gran mayoría de la sociedad argentina le tiene terror a la verdad. Admitamos que las verdades argentinas no son fáciles de digerir y requieren para solucionarlas, un esfuerzo enorme y sostenido en el tiempo, algo que no parecemos dispuestos a encarar. Mientras tanto, “mentime que me gusta”.

La verdad suele ser implacable, cruel, ardua, difícil, o por o menos, sosa. Por su parte, las mentiras son creativas, piadosas, paliativas, y aunque estemos concientes de que son mentiras, las toleramos bien, casi las agradecemos, nos sentimos cómodos y abrigados; por lo tanto no pedimos explicaciones. Que deberíamos exigir.

Aceptamos el doble discurso como algo normal. Desde el gobierno el doble discurso ES normal. Lo sabemos, no hacemos nada al respecto, ni siquiera golpeamos las tapas de las cacerolas en señal de protesta. O somos rematadamente tontos y no nos damos cuenta, o pertenecemos a la cultura del “mentime que me gusta”.

El doble discurso es la discrepancia entre lo que se dice y lo que se hace. Sirve para engañar, esquivar, encubrir, despistar y siempre es mentiroso. Stuart Mill en 1853 escribía que: “El hombre es propenso al autoengaño, a esconder la basura bajo la alfombra”, y daba una serie de consejos para evitar las contradicciones entre el decir y el hacer.

Que sea una tendencia humana universal, no impide que los argentinos hallamos alcanzado la excelencia en tragar dobles discursos. Desde su creación el 27/12/45, el FMI ha sido una mala palabra en nuestro país. Recién aceptamos ser miembros el 6/10/1955, y todavía lo somos.

El FMI es un ente económico, burocrático, con más errores que aciertos, sobre todo en nuestro país. Pero no es el diablo, no quiere apropiarse de nuestras riquezas y simplemente tiene la desgracia de ser demasiado ortodoxo cuando debería ser más flexible, económicamente hablando, más allá que a todos los países no se les pueden aplicar las mismas soluciones.

Ni ángel salvador, ni demonio destructor, es sólo un excesivamente burocratizado ente internacional. Ente del que formamos parte, ya que seguimos siendo socios de ese club. En un momento de locura económica, Kirchner pagó nuestra deuda con el FMI al contado (teníamos 2 años más para pagar), o sea que pagó más de lo debido, casi US$ 10.000 millones, ¡pero nos declararnos independientes y soberanos de la tutela del FMI!

Ese fue el discurso. La realidad es otra. Con o sin deuda con el Fondo, al ser miembros del mismo, el FMI tiene la obligación de auditar las cuentas de los socios del club que lo componen. Argentina no permite que el FMI lo haga desde el 2006. ¿Por qué? ¿Tendremos algo que ocultar?

Además, Argentina forma parte de otro club muy selecto, el G20, donde se reúnen los países más desarrollados del planeta. Estamos en el G20 gracias a Menem. La presidente quiere seguir en el G20, y eso es bueno para el país. El problema es que Argentina ya no califica para pertenecer a esa elite y mantiene una larga deuda de casi US$8.000 millones con el Club de París.

Todos los países a los que les debemos pertenecen al G20. Mientras no arreglemos con el Club de París, Argentina sigue en default. Podemos pagar al contado, lo que sería un brillante negocio para los acreedores y un pésimo negocio para nosotros. Para poder pagar en cuotas, y que nos acepten el acuerdo, tiene que auditarnos el FMI, o si, o si. Y hemos jurado que eso no sucederá, ¡jamás!

Seguimos sumando. Teníamos un INDEC creíble. Medía un universo demasiado amplio (por ejemplo, castración de gatos y salmón ahumado, hechos y productos no tan corrientes), pero era un ente estatal serio, prestigioso y veraz. Argentina tenía parámetros reales para manejarse a nivel económico; los índices no mentían, hasta el 2006. Aterrizó Moreno y se hundió la credibilidad del INDEC. Desde entonces, el INDEC, miente.

Los índices pasaron a ser dibujos inverosímiles hasta para un escolar, la inflación desapareció bajo números groseramente mentirosos, los parámetros se esfumaron y nadie supo a qué atenerse. Echaron técnicos idóneos y se los reemplazó por empleados obedientes.

Todo ese descalabro, ¿para qué? Porque con una inflación mínima y mentirosa, el gobierno se evita pagar los bonos ajustados por la misma a su precio real. Una estafa implementada por el gobierno, que perjudica a los tenedores de bonos argentinos. El discurso oficial dice otra cosa. Miente.

De pronto, después de haber jurado que el FMI no pisaría suelo argentino, que nunca auditaría nuestras cuentas, ni se metería en nuestra economía, el gobierno llamó al FMI … para que nos ayude a enderezar el INDEC. Argentina tiene especialistas reconocidos internacionalmente, capaces de volver el INDEC a lo que fue, un ente creíble. Primero hay que echar a Moreno y su patota. Lo demás es simple, hay que volver al 2006.

Hay expertos de universidades argentinas a los que el ministro Boudou no escucha, y que son aptos para hacerse cargo del tema. Argentina no necesita del FMI por el INDEC. El gobierno llama al FMI para que nos solucione el tema con el Club de París. La mentira es tan infantil, que resulta ofensiva. Pero la aceptamos.

Artículo IV. Dice John Lipsky, 2º del FMI, “Argentina como miembro del G20, tiene la obligación de aceptar auditorías pactadas cada 5 años”. Es cierto. Todo lo demás son cuentos chinos, mejor dicho, cuentos argentinos.

¿Es tan difícil decir la verdad? El gobierno está convencido que la mayoría de los argentinos no estamos capacitados para aceptar la verdad. Puede que estén lo cierto. Nos han mentido tanto y desde hace tanto tiempo, nuestras ideas han sido tan manipuladas, que quizás ya no pensemos. Desventajas del nacionalismo barato, que le sale carísimo a la sociedad, y de la demagogia populista, que goza de buena prensa.

La cruda verdad es que la presidente quiere seguir formando parte del G20, para eso tiene que pagarle al Club de París, para pagarle al Club de París, el FMI tiene que dar el visto bueno, para eso tenemos que transparentar el INDEC. Todo esto es positivo. Tenemos que integrarnos al mundo y estando en default es imposible.

Tan imposible como pretender que los miembros de este gobierno que hemos sabido conseguir, nos digan con la verdad. Verdad que no exigimos y que deberíamos exigir. Mientras tanto, dale que va, “mentime que me gusta”.

1 - "Endúlzame los oídos” de Patricia Sosa.

(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Malú Kikuchi por gentileza de su autora.

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