
Río Negro - 13-May-10 - Opinión
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Columnistas
Decadencia
por Félix E. Sosa
La Argentina era, a los ojos del mundo entero, entre el comienzo y la mitad del siglo XX, uno de los países entonces "emergentes" más promisorios; por su producto bruto, las ventajas de su clima y riqueza, alfabetización, cultura general, ausencia de conflictos raciales y nivel de sus clases sociales se la consideraba entre las 10 ó 15 naciones líderes del globo. Cincuenta años más tarde, nos las hemos arreglado para transformar esa promesa en un triste recuerdo: pertenecemos decididamente al Tercer Mundo y son ya muchos los países que hace 50 ó 70 años estaban por debajo nuestro y hoy nos superan ampliamente. Las causas de esa verdadera capitis deminutio constituyen un "cóctel" de errores y defectos que no autorizan a abrigar muchas esperanzas. Repasaremos algunos, sin pretender que la siguiente enumeración sea exhaustiva ni completa.
1) Estatismo. El Estado ha adquirido una influencia protagónica en la vida económica, ya fuere a través directamente de empresas nacionalizadas o creadas desde el poder y crónicamente deficitarias cuanto por el dirigismo y la afectación de la libertad económica por la excesiva regulación, que traban y encarecen la actividad empresaria. De la mano de esto va la convicción de nuestros gobernantes, militares y civiles de todos los colores políticos, de que el Estado es una bolsa sin fondo, aumentando constantemente los gastos estatales sin considerar los recursos y financiando esta política con inflación y endeudamiento interno y externo. Ninguno entiende la elemental prudencia de gastar de acuerdo a lo que entra
2) Corporativismo. Se ha creado una legislación sindical que ha convertido esta actividad en un verdadero "cuarto poder" de la república. Los descuentos compulsivos a la patronal de las cuotas sociales, la titularidad de las obras sociales, la representación de los trabajadores otorgada compulsivamente a los "sindicatos únicos" de cada actividad, hacen que este poder esté en condiciones, en cualquier momento que lo considere útil, de paralizar cualquier iniciativa de los poderes constitucionalmente previstos.
3) Abandono de la educación. La condición líder que en otras épocas ostentábamos en la materia está ya totalmente olvidada; se ha mediocratizado la enseñanza, con total mengua y olvido de la pretensión de excelencia en la educación; el presupuesto es exiguo y la actividad aparece sistemática y habitualmente acotada por interminables conflictos gremiales.
4) Ultraprotección laboral. Algún bromista acuñó esta frase: "Tenemos la legislación laboral de Suecia y el desarrollo económico de Uganda". Más allá de la burda exageración, debemos reconocer que la necesaria protección de los más débiles en la relación capital-trabajo se ha extremado de tal forma que se ha promocionado la llamada "industria del juicio", favorecida por normas que en la duda imponen la presunción a favor de la parte obrera. Ello repercute en los costos y previsiones empresarios; las restricciones y el encarecimiento del despido paradójicamente redundan en el empleo "en negro".
5) Desprecio por la ley. La Argentina es un país afectado de anomia, definida como la falta de normas obligatorias y aceptadas y respetadas por la población. Es más que secular la tendencia del argentino medio a violar la ley, que no se considera digna de respeto. Este argentino medio reclama enfáticamente el cumplimiento de la ley, cuando cree que lo beneficia, y la viola sin dudar cuando le conviene. A pesar de la cantidad de leyes y reglamentaciones existentes, es como si no tuviéramos, porque no existe la convicción de que la ley está hecha para cumplirse ni la observancia de la ley otorga el prestigio social que se reconoce a su violación impune. Esto, aunque no nos guste, es propio del pueblo argentino y se refleja, por supuesto, en los gobernantes, siendo una de las causas de la corrupción en la función pública, índice en el que sí hemos llegado a ser líderes internacionalmente.
6) Rechazo a la libre empresa y condena del capitalismo. Un poco por resabio del complejo nobiliario español, que consideraba desdoroso al trabajo y al comercio, un tanto por nuestro complejo pequeño-burgués de "m'hijo el dotor", que solamente enaltecía al profesional liberal, y por último por influencia del marxismo, existe una convicción de que el "neoliberalismo" y el capitalismo son nefastos; con ello, la libre empresa es denostada. No miramos afuera, nuestras clases intelectual y dirigente se niegan a aquilatar la experiencia de Chile, Brasil, Corea, India, Singapur y todos los países que en las últimas décadas han crecido enormemente dando cauce a la libre empresa. La misma China, nominalmente "comunista", maneja exitosamente su economía a través de parámetros capitalistas, pero Argentina sigue irreductible en su convicción ideológica de que eso no sirve y encontraremos algo mejor; mientras tanto, seguimos para atrás.
Este conjunto de circunstancias (y alguna que podemos haber pasado por alto), algunas directamente idiosincrásicas o culturales, otras que hacen a una formación "ideológica" de la mayoría de la clase dirigente, debieran dar suficiente razón de por qué, a pesar de todas las condiciones favorables que rodean a la Argentina, ésta, lejos de despegar, continúa despeñándose.
No hay perspectivas de mejoramiento o reversión de este proceso de decadencia: varias generaciones se han educado en las universidades nacionales en la convicción de que las políticas adoptadas son las correctas y deseables y ya dijimos que el desdén por la ley es secular, está incorporado al modo de ser de la gran mayoría de la población, siendo por tanto necesario un gigantesco esfuerzo educativo para lograr un cambio. Además, el nivel de la clase política en su totalidad es lamentablemente pobre.
Por ello, los que tenemos una edad avanzada no podemos albergar esperanza alguna. Si la mayoría de los hoy jóvenes tomaran conciencia de la gravedad del problema y se propusieran erradicar las causas expuestas, tal vez sus nietos podrían llegar a ver otra Argentina.
A nosotros solamente nos queda, menos para consuelo que para explicación, la frase del poeta, originariamente pensada para Buenos Aires pero que entendemos aplicable a toda la república: "No nos une el amor sino el espanto; será por eso que la quiero tanto".
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