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¿Quousque tandem abutere, Cristina Kirchner, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?


EL PUEBLO QUIERE SABER: Todos los días se descubren nuevos actos de latrocinio y corrupción del kirchnerismo / Albertismo . ¿Cuánto le costará al país los desmadres del KIRCHNERATO?

sábado, 7 de noviembre de 2009

LAS RESPUESTAS QUE NO ESTAN




Por Gabriela Pousa (*)

Hay respuestas que ni el más avezado de los analistas políticos podría dar. Frente a la orfandad que experimenta el argentino medio que, día tras día, se descubre más aislado de cuanto sucede sin lógica capaz de explicarlo, no hay razonamiento que satisfaga. No asoma en el horizonte ninguna suerte de paternidad. Ni el Estado ya está para ofrecerle aquello que otrora supiera otorgar: beneficios aparentes, a cambio de una libertad que acarrea responsabilidades intrínsecas desdeñadas en la mayoría de los casos.

El ciudadano actual ve cercenado su tránsito, avasallados sus derechos, se halla ultrajado en sus deberes y experimenta la metamorfosis kafkiana descubriéndose una especie de Gregorio Samsa al convertirse en cucaracha. O ser tratado como tal. Frente a ello, el asombro irrumpe para tratar de hacerle sentir que aún está en su sano juicio, y que es el entorno el que se ha desbocado a niveles impensados.

Una vez lograda la certeza de no ser parte de la locura que impera, sobreviene la pregunta: ¿Qué podemos hacer para contrarrestar la insensatez que rodea? El silencio alimenta entonces la impotencia. Los diagnósticos abundan. Hay descripciones de la realidad que se adaptan en gran medida a lo que pasa.

Una ecuación casi matemática: cuánto mayor es la diferencia entre aquellas y el relato oficial, mayor el grado de certeza y consecuentemente de credibilidad.

Los Kirchner viven en otra geografía donde la sequía es utopía y la inclusión social se resume en 180 pesos bajo el eufemismo de “asignación universal por hijo”. Eso sí, principal requisito: no más de 5 hijos por matrimonio. La pareja presidencial desconoce que donde se aglutina la pobreza también abunda la ignorancia, y la maternidad adolescente es casi una plaga. Hay madres que arrastran decenas de hijos y los padres no siempre poseen libreta matrimonial, menos aún dan la cara. La duda que nadie ha podido saldar apunta a desentrañar qué se hará con los hijos “de más”…

Pero la perplejidad que caracteriza como nunca antes a la sociedad tiene sustento en un acontecimiento novedoso, máxime si se pretende hablar de democracia pese a todo. Es la primera vez que el arma legítima del pueblo para limitar el accionar de un gobierno no es efectiva ni eficiente. Es decir, el voto se ha convertido, insólitamente, en una herramienta obsoleta que sólo está para justificar un régimen que, si bien se mira, no es tal.

El reciente voto popular terminó siendo un boomerang. Se pidió un cambio y en contrapartida se reforzo un “modelo” de afrentas, enconos y ceguera. Ante esta ignominia, el desconcierto ciudadano es total. La pregunta incesante apunta a discernir: “¿Qué hacer?”

Las cacerolas se silencian, el hartazgo paraliza, y la mezquindad sin matices de la dirigencia conlleva una desesperanza funcional a lo que hay, y amenazante en demasía para el futuro que siempre descolla antes de llegar.

Si acaso alguien osa hablar de un juicio político – figura que por otra parte está establecida en la Constitución Nacional - , comienza la descalificación masiva: “Fuera del sistema nada”, y los émulos de la democracia que desconocen la mismísima Carta Magna increpan como si la opción fuese atentar contra un régimen que, limitado a un domingo de urnas cada cuatro años, pierde toda esencia y legitimidad.

Democracia es seguir a pie juntilla lo que sucede en cada uno de los poderes básicos: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Porque el ciudadano es soberano pero no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes. Si aquellos que están ocupando ese lugar no representan ni una sóla de las demandas perentorias del pueblo, ¿cómo hablar de legitimidad?

Fue justamente pensando en esta disociación entre legitimidad y legalidad cómo se forzó la cláusula que habilita el juicio por mal desempeño del funcionario público. Si un juez puede llegar a ser juzgado, ¿cómo no ha de serlo un mandatario? Y casi un 40% de argentinos sumidos en la pobreza y la indigencia hablan a las claras de una gestión malograda. Más aún, si durante la misma además, él o la titular del Ejecutivo Nacional, aumentaron ocho veces su patrimonio personal. Ni siquiera hace falta contabilizar otras variables que también ponen en tela de juicio el actuar de la jefe de Estado.

¿Cuál es la proclama destituyente en estas páginas? Nadie habla de instituir un poder que no sea consensuado por la mayoría del electorado. Nadie se excede un ápice de la letra preclara de la Carta Magna que debería ser el ABC de la vida ciudadana.

Es cierto, no puede exigírsele al “laburante”, que día tras día puja por llegar a su trabajo sin lograrlo con puntualidad, y que encima es ultrajado por la “naturaleza” autoritaria de un determinado gobernante que se haga cargo de lo que pasa cuando acaba de hacerlo a conciencia, sufragando. No se le puede exigir que llene una plaza ni que obre como aquellos que están fuera de la ley aunque ello no tenga consecuencias.

Los valores están trastocados: los premios son para los ‘marginales’, y los castigos para quienes cumplen las normas básicas de convivencia y urbanidad. En una nota que ya he esbozado y puede leerse incluso en este espacio, analicé lo que acontece con la opresión y los necesitados: se ha instaurado una suerte de reinado con una aristocracia del excluido. De ese modo, superarse es contraproducente, lo que cuenta y suma es hacer de las penurias una causa nacional.

Se trata de lamerse las heridas sin que lleguen a cicatrizar… Mostrarlas con orgullo, echarse ácido encima.

Hay una exposición obscena del dolor y la marginación y esto obedece a que el premio y el privilegio, hoy, se le otorga a quién mejor expone esas miserias. Aquel que se ha ocupado de ir más allá, y vencer las circunstancias ha perdido la ganancia. Esa casta es ahora la nueva excluida, pasó a formar parte de la “clase media”: maldita por haber logrado la supervivencia a fuerza del trabajo cotidiano, del esfuerzo y la superación personal.

Son tiempos en que la oligarquía no es vacuna sino ovina: el rebaño triunfa por sobre la individualidad que dista de ser el individualismo egoista.

Con este trastocamiento de valores, pretender una respuesta al qué hacer frente a esta sucesión de dislates y locura es tan fútil como pretender que se premie a quién se gana el pan con el sudor de su frente sin hacer daño y sin pisotear los derechos de los demás. Ese ‘pobre gil’ está condenado a soportar el atropello cotidiano, y a verse sumido en esta etapa prelectoral que se adelanta, en una nueva batalla campal entre Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner como si ese fuese el centro de gravedad de la argentinidad.

(*) Lic. GABRIELA R. POUSA - Licenciada en Comunicación Social (Universidad del Salvador), Master en Economía y Ciencia Política (Eseade), es autora del libro “La Opinión Pública: un Nuevo factor de Poder”. Se desempeña como analista de coyuntura independiente, no pertenece a ningún partido ni milita en movimiento político alguno. Crónica y Análisis publica esta nota por gentileza de la autora © www.perspectivaspoliticas.info

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