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¿Quousque tandem abutere, Cristina Kirchner, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?


EL PUEBLO QUIERE SABER: Todos los días se descubren nuevos actos de latrocinio y corrupción del kirchnerismo / Albertismo . ¿Cuánto le costará al país los desmadres del KIRCHNERATO?

sábado, 17 de octubre de 2009

Descripción del infierno

Parece que han encontrado otra fórmula indirecta de molestarnos. Ahora, al tocar el agua con que nos lavamos o fregamos nuestros cacharros, sentimos fuertes descargas eléctricas. Ni siquiera podemos sentarnos en el inodoro porque nos produce igual efecto.
Si nos damos un baño en la ducha, nos exponemos a quedar electrocutados... En el presidio se ha iniciado un plan de trabajos forzados que obligan a miles de presos a trabajar en labores varias. En una de las visitas de estos familiares, nos enteramos de que dentro de ese plan golpean, hieren con bayoneta y asesinan presos.
Fusilan a oficiales de la Marina, de Ejército. Fusilan a jóvenes cristianos que en el paredón, antes de la descarga de los fusiles, gritan ¡Viva Cristo Rey! Los carceleros asesinan impunemente a los presos políticos durante la jornada de trabajo. La resistencia en la isla de Pinos crece frente al terror impuesto. Hay allí miles de cubanos que han sido juzgados por los tribunales revolucionarios que se encargan de castigar severamente la resistencia al comunismo.
Miles de familias campesinas de la provincia central de Las Villas fueron desarraigadas y hasta disueltas, siguiendo los patrones de barbarie del stalinismo. Casi todas las noches, ente las 9 y las 10, nos toca vivir una experiencia difícil: es la hora de los fusilamientos. No podemos ver los fusilamientos desde nuestros calabozos, pero seguimos momento a momento el macabro ritual, a partir de los sonidos que los acompañan. La cercanía nos obliga a escuchar las órdenes, los intentos que hacen los presos por decir algo, la descarga de los fusilamientos, el ruido de los cuerpos cuando los tiran sobre una gran bandeja de lata. Los envuelven en una bolsa plástica "para que la sangre no riegue el camino" y los meten en un carro, como si fueran mercancía.
La deshumanización alcanza estadios inverosímiles en los penales del castrismo.
Vienen a buscarme una noche, prefieren la oscuridad. Los cuerpos bien alimentados de nuestros carceleros, miembros de la Seguridad del Estado, con sus rostros trabados en el hábito del odio, son como la imagen repetida de una película de horror que de tanto verla ya no impresiona. Estos individuos toman su trabajo como tal, es decir como una actividad pagada que se cumple dentro de un horario y conforme a reglamentos. La tarea cotidiana es quebrar huesos, patear órganos genitales, aplicar la picana eléctrica.
Finalizada su labor, llegan a sus domicilios y reciben el afecto de los suyos sin problemas de conciencia y sin memoria. Están haciendo carrera. Ya llegará el día en que se jubilarán satisfechos del deber cumplido.
Presiento que pronto se abalanzarán sobre mí para golpearme. A empujones y puñetazos me destrozan las ropas. Algunos me dan con la rodilla una y otra vez. Caigo al suelo, donde me dan patadas y golpes de todas clases... quedo en el suelo, tirado. Aun después de que caigo al suelo semiinconsciente, siguen los golpes y las patadas. Me arrastran y me tiran en el suelo, donde quedo boca arriba. Me doy cuenta de que tengo varias costillas rotas y los brazos medio desprendidos.
La gente del G2 sólo aguarda instrucciones para caerme encima. Salimos del recinto y caminamos por el pasillo. No hemos caminado casi, cuando me atacan por la espalda; me dan puñetazos y puntapiés de los cuales me defiendo como puedo. Son tantos que finalmente caigo al suelo y me dominan.
Estos son sólo algunos de los suplicios que padeció Huber Matos en el infierno castrista. Condenado a veinte años de prisión por el régimen de Fidel Castro --sin dudas el gobernante más sanguinario del siglo XX--, Matos, al menos, tuvo la posibilidad de dar a conocer los tormentos a los que fue sometido en ese largo e interminable tiempo. Pero, ¿cuántos habrán pasado por el mismo calvario, sin que nadie reclamara por ellos? ¿Cuántos habrán dejado la vida en esos calabozos del horror? ¿Cuántos torturados, cuántos castrados, cuántos mutilados?

¿Le preguntó Maradona a su admirado sobre estas cuestiones? ¿O el encuentro con el siniestro personaje caribeño sería sólo para adular su personalidad, enferma de arrogancia y perversidad?
No hay esperanza de que Maradona tenga esa audacia. Le faltan agallas; es complaciente con las respuestas y festeja cada humorada del delirante cubano. Uno se muestra corajudo contra el débil o contra aquel que ya está acabado o contra aquel que está solo y solo espera la muerte; es la naturaleza del hombre, no hay remedio.
Maradona, tan rebelde otras oportunidades más propicias, se comporta como un alumno aplicado y sumiso. Así como cuando Castro recibió una ovación de la gran mayoría de los integrantes del Senado, en el juramento del hombre de Santa Cruz como presidente de la Nación --por lo que sentí vergüenza ajena ante la bajeza y obsecuencia de esos legisladores--, así Maradona está presto para rendir una vergonzosa pleitesía a aquel que hizo del asesinato y de la traición un modo de vida.


Julio C. Borda es profesor titular de Derecho Romano en la Universidad Católica de Salta, sede Buenos Aires.

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